El Oscar, la política y el futuro
El primer efecto del gigantesco papelón del Oscar fue político. Hace una semana, cuando el mundo Hollywood no se había recuperado del todo del knock out provocado por el bochorno de los sobres equivocados, Donald Trump aparecía como el gran ganador de la velada. El presidente de Estados Unidos más cercano al mundo del entretenimiento desde los tiempos de Ronald Reagan había calificado a la Academia como un grupo de amateurs incapaz de organizar seriamente la fiesta del Oscar, sobre todo porque este año había decidido poner el foco en su figura. Desde su narcisismo a toda prueba, Trump se proclamaba como el único capaz de hacer las cosas de manera profesional en ese terreno.
Las cosas cambiaron muy rápido. Lo que quedó en evidencia durante las últimas horas es el amateurismo político de Trump, envuelto en el escándalo interminable del "Rusiagate". Por su lado, la Academia trata esforzadamente de superar el mayor escándalo de su historia atribuyéndolo al error humano de un auditor demasiado sensible a los cantos de sirena de la farándula. Mientras tanto, atiende su propio juego político. En mayo surgirá un nuevo nombre al frente de la institución que lleva al planeta la representación del mundo Hollywood, cuando culmine el cuarto y último término del mandato de la actual presidenta, Cheryl Boone Isaacs.
Tercera mujer y primera de raza negra en ocupar ese cargo, Boone Isaacs prometió el jueves último desde un correo electrónico enviado a los casi 7000 miembros de la Academia que habrá cambios destinados a evitar que situaciones como la del domingo se repitan en el futuro. Para la Academia hubo un error imperdonable: la falta de reacción de Brian Cullinan y Martha Ruiz, los dos auditores de PriceWaterhouse Coopers, durante esos dos minutos y medio eternos que ofrecieron al mundo la imagen de los artífices de La La Land agradeciendo el Oscar a la mejor película. Un título que, como todos sabemos ahora, pertenece a Luz de luna. ¿Abandonará la Academia su vínculo de décadas con PwC? ¿Se avecina un conflicto legal por la negligencia de los auditores? ¿Esos cambios prometidos por Boone Isaacs incluyen para el futuro mayor transparencia y una votación con reglas más claras?
Estos interrogantes surgidos del naufragio del domingo pasado se hacen más pertinentes porque dejaron en segundo plano el sueño que la Academia deseaba visibilizar: la celebración número 89 del Oscar iba a convertirse en la demostración más contundente de las últimas décadas a favor de la apertura y la diversidad. El corolario de ese cambio de época es la incorporación de Luz de luna al cuadro de honor de las 89 ganadoras del Oscar a la mejor película. Un premio, dicho sea de paso, que sólo vaticinaron dos de los 30 expertos que entregan sus predicciones todos los años a través del muy consultado sitio goldderby.com. El voluminoso libro de los grandes fracasos recientes de las encuestas y los pronósticos a escala global ya tiene un capítulo nuevo, escrito en Hollywood.
El triunfo de Luz de luna obligará a revisar de aquí en adelante los elementos que tenemos en cuenta para conjeturar quiénes tendrán posibilidades de acercarse al Oscar. La película de Barry Jenkins emergió en definitiva el domingo pasado como símbolo inequívoco de un consenso alrededor de la reivindicación de lo diverso, después del desastroso trance que significó para la Academia enfrentar durante un año las consecuencias del #OscarsoWhite. En 2016 el Oscar fue para En primera plana (Spotlight), que mostró con brillante factura cinematográfica cómo el mejor periodismo posible develó los abusos cometidos por sacerdotes católicos en varias diócesis estadounidenses.
Para hacer pálpitos sobre posibles nominados o ganadores del Oscar de aquí en más tendremos que seguir con detenimiento la agenda política estadounidense y observar con lupa los movimientos de Trump, un presidente que recibe unos 120.000 dólares por año del Screen Actors Guild (el sindicato de actores de Hollywood) en concepto de fondos jubilatorios por sus viejas participaciones en películas y programas televisivos. En el más exitoso de ellos, el reality show El aprendiz, fue sucedido por Arnold Schwarzenegger. Pero el ex fisiculturista, actor y ex gobernador de California adelantó anteayer que dejará ese sillón. Incontrolable, Trump escribió ayer en Twitter: "Lo despidieron".
En estos agitados días para la política estadounidense, Washington y Hollywood se miran en el mismo espejo. Trump lo hizo. Su compulsión mediática tiene consecuencias imprevisibles. Hasta la posibilidad de que Bob Iger, el poderoso CEO de Disney, se convierta en el próximo candidato presidencial demócrata.
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