La obra que protagoniza con Andrea Pietra, Escenas de la vida conyugal, acaba de concluir su cuarta gira por España, con localidades agotadas; en diálogo con LA NACION habla de esa experiencia, de su futuro y el de las nuevas generaciones
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MADRID.– Un grupo de ejecutivos discute acaloradamente en un hotel céntrico. Ricardo Darín llega minutos antes de lo acordado a la entrevista y su presencia en el lugar, apenas irrumpe por la puerta, genera el silencio súbito que sucede al asombro. “¿Tú sabes que Stanislavski usaba el método Darín?”, le dijo Dani Rovira, el presentador de los premios Goya, poco antes de que se llevara la estatuilla al mejor actor por Truman.
El intérprete es “irresistible para el público español”, dijo el diario ABC y esa misma semana, la revista del domingo de El País le dedicó la portada y un perfil escrito por la gran Leila Guerriero. El actor también fue invitado a El hormiguero (Antena 3 Internacional), donde Pablo Motos se refirió a Darín como “un ser humano maravilloso”.
Escenas de la vida conyugal, la obra que protagoniza junto a Andrea Pietra, con dirección de Norma Aleandro y producción de Lino Patalano, acaba de concluir su última gira por España. En estas cuatro temporadas (se suman las de 2015, 2017 y 2019) interrumpidas por el hiato de la pandemia, la obra agotó las localidades en las 168 funciones que realizó en 17 teatros de 16 ciudades.
Embajador argentino de la cultura, Darín es uno de los responsables de haber brindado prestigio a esta expresión, pero el actor tiene singularidades que lo distinguen de otros intérpretes de su fama, rodeados de agentes de prensa que son pocas veces amables con los periodistas. “Hay un sobredimensionamiento exagerado con respecto a los que formamos parte del mundo del espectáculo luego de décadas de construcción de un modelo idílico que supone que estamos con copas de champagne en la mano, maquillándonos frente al espejo, que nada en el mundo nos puede tocar. Afortunadamente, ese no es mi caso”, explicará luego en la entrevista. Las primeras veces que se presentó en España llamaba la atención del periodismo que fuese él mismo quien atendiese el teléfono y que concertara citas.
En España, Darín es adorado por la crítica, el público, sus colegas (Javier Bardem suele decir que el actor “es el puto amo”) y si se despide de la gira es porque tiene otros proyectos, como la posproducción de Argentina, 1985, dirigida por Santiago Mitre, con guion de Mitre y de Mariano Llinás donde interpreta a Julio César Strassera y donde es uno de los productores. Actor transatlántico, sin fobia a los demás, hiperactivo, habla con LA NACION de sus proyectos, de su presente, de su pasión por el teatro y de aquello que genera en los demás. “Trato de manejarme como soy y sin ánimo de pedantería. Me llevo bien con la gente porque los escucho. En España sos un poco un representante itinerante de la Argentina y todos se sienten un poco en la obligación de contarte algo. Si tengo un minuto, me quedo. Si no puedo, les pido perdón, y les digo que estoy apurado”.
–Concluye la gira de Escenas de la vida conyugal. Algunos piensan que nunca hay que bajarse del éxito, ¿estás de acuerdo?
–Cada uno sabe cuáles son sus necesidades, sus exigencias. Yo me aferro a lo que siento, a lo que veo que pasa como equipo. Si cada representación tiene su dosis de originalidad, te das cuenta de que la cosa funciona. Andrea, una compañera generosa con la que hace cinco años trabajo, hace siempre que la pelota gire en el escenario y además tiene una energía que no sé de dónde saca. Nuestra obra ahora, después de la pandemia, está absolutamente resignificada. Es muy efectivo y muy necesario en estos días, a pesar de que hay muchas otras cosas que nos preocupan, pensar cómo funciona la estructura matrimonial. Con la pandemia, las personas se quedaron encerradas 24 horas con su pareja, sin estar acostumbradas a eso.
–En la serie Escenas de la vida conyugal, los seis episodios que filmó Ingmar Bergman, que luego fueron adaptados al teatro por él mismo, el personaje masculino, el que interpretás, es más violento, más rústico, incluso hay una escena de violencia machista. ¿Este cambio está en el guion? ¿Es tu composición?
–Buscamos un camino que fuera un poquito menos áspero. En esa escena él termina medio escabiado y la golpea. Norma Aleandro y Alfredo Alcón lo hacían de esa forma en su versión. Es tan fuerte todo lo que él le dice, mucho más de lo que ella le dice a él. Hoy estaría muy mal, que, además de todo lo que le dice, le pegara. Lo estudiamos con Norma y acordamos hacer la escena sin el golpe. Fuimos fieles al libro, pero lo tocamos y lo sintetizamos. Bergman apela a un recurso muy bueno que es que los actores enuncian en forma personal cada una de las escenas que va a ver el espectador, una herramienta que descubre o desenmascara el ejercicio teatral: dos actores, un texto, poca escenografía, podría ser cámara negra o teatro leído. El golpe en teatro y en esta atmósfera es muy fuerte, por eso lo sacamos y también le volamos el entreacto, algo que se usaba hace mucho, pero con el que yo no estoy tan de acuerdo.
–¿Por qué no estás de acuerdo?
–Una vez que el espectador se sube, abraza un relato, tenés que dejar que lo acompañe hasta el final y no interrumpirlo. Hicimos cosas de común acuerdo con Norma, con la producción, con las actrices que estuvieron antes [Valeria Bertuccelli y Érica Rivas], y ahora con Andrea.
–Además de la propuesta de esta versión y de estos elementos que señalás, cambian las sociedades. Desde que se estrenó la obra, en 2013, el feminismo ha ganado terreno. El personaje que interpreta Andrea Pietra aparece de inmediato mejor plantado con respecto a la versión de Bergman de 1973, donde además se pronuncia el concepto de feminismo.
–Ha pasado mucha agua bajo el puente. Volé de cuajo algo que el personaje de Bergman dice en 1973, en Estocolmo, algo así como “ese grupo de descerebradas anormales que andan por el mundo en pelotas”. Se caga deliberadamente en ellas. Lo reduje a “ese grupo de desaforadas que anda por el mundo tratando de conquistar a sus propias hermanas”. Dice lo mismo, pero no es un puñal clavado en un movimiento que está en este momento en ebullición.
–¿Te gustaría dar clases de teatro?
–No sé. Hace falta una capacidad y cierto don que yo creo no tener: paciencia, ser ecuánime, equilibrado. Mi hija me dice que se me nota todo en la cara.
–Qué bueno que no se note. A veces sobre el actor recae el prejuicio de que está todo el tiempo actuando.
–Eso no es cierto. Los actores no actúan todo el tiempo y hay actores que no actúan jamás.
–¿Vivirías en España?
–Sí. Podría hacer cualquier cosa. Podría manejar un taxi, vivir en el campo, trabajar en una granja o ser recolector de basura. No estoy atado a ningún privilegio, porque son demasiados los privilegios que tengo. Tenía un gran resorte que era mi vieja [Renée Roxana] y cuando falleció, hace tres años, sentí como si una amarra se hubiera soltado. También me di cuenta de que tengo otras, como mi hija, mis amigos, mi casa, mis perros. Necesito sentir que estoy en mi atmósfera para relajarme porque soy un tipo que piensa mucho y eso no te deja mucho descanso.
–¿Cuál es hoy tu búsqueda? ¿Contar una historia que conmueva, interpretar algún personaje en especial, dirigir, producir?
–Todo eso que acabás de decir está en el bolillero, pero el orden de prioridades no existe. Ya tengo muchos proyectos con la productora que tenemos con mi hijo. No he dejado de trabajar ni un día, ni siquiera en vacaciones. No es una queja, es una declaración de principios. Yo me siento muy de ida todavía. Muy para adelante. Normalmente lo que ocurre es que te digan: “Ya está, ya hiciste un montón de cosas”, pero no. Tengo muchas cosas para hacer.
–¿Cuáles son tus planes inmediatos?
–Estoy en la posproducción de 1985, esperando volver a casa para sentarme con mis compañeros a criticarla. Ya entramos en el período de empezar a darle visibilidad y promoción. Hay muchas cosas para considerar en esta etapa y esta decisión final es muy difícil.
–¿Qué pasaría si no te gustara lo que ves?
–En esta etapa, y lo digo con mucho cuidado, si quisiéramos modificar algo, podemos. No un cambio estructural, pero sí algún detalle. Quieras o no, esta película es de época y tenés que borrar semáforos, luces de la calle, señalización de la vía publica, autos. Todos estamos muy atentos.
–Hay algunas películas emblemáticas sobre juicios reales en sociedades. ¿Cómo te prepararás para las repercusiones de contar una historia tan reciente?
–Va a ser controversial, pero espero que menos de lo que nosotros nos imaginamos. Esta historia tiene una singularidad que no solo la protege y la contiene: el foco de atención está puesto en la conformación del grupo de la fiscalía. Cuando dejan en manos de Strassera la gran responsabilidad de llevar adelante el juicio contra la dictadura, recientemente finalizada, todos esos señores seguían teniendo mucho peso, y, mientras, había un gobierno debilitado por muchos motivos. La mayoría del poder judicial renunció a la posibilidad de formar parte de la fiscalía, entonces se armó un grupo con gente muy joven, sin experiencia y esto le valió muchas críticas y burlas. Ese periodo, hasta tanto llegamos al juicio, a pesar de que obviamente el tema es el juicio a las Juntas y por consiguiente es dramático, paradójicamente, tiene mucho humor. No es que cause gracia, pero genera un estado de cosas mucho más armonioso de lo que te imaginás. Después, en el juicio, entrás en una zona oscura, pero la película al final te deja respirar y te llena los pulmones de oxígeno.
–Los espectadores saben cómo termina esta historia, pero en ese momento los personajes no sabían si los detendrían, si habría represalias o si deberían partir al exilio.
–Nadie sabía nada. Nos interesa mostrar más el camino que el resultado. Es también la historia de lo que significa para las familias de Strassera y Luis María Moreno Ocampo [interpretado por Peter Lanzani].
–¿Tuviste contacto la familia de Strassera?
–Santiago Mitre estuvo en contacto con el hijo de Strassera. Tuvimos discusiones porque yo no quería emularlo o copiarlo. Empezás a ver cómo hablaba, cómo trataba a los chicos y es muy difícil que eso no te quede impregnado. Para mí es un héroe sin capa.
–¿Sentís que la distancia ayuda a definirte mejor? Me refiero a aquello que, no sé cómo llamarlo, quizá argentinidad.
–Sí, siempre sentí eso, desde que tuve la posibilidad de viajar empecé a rescatar aquellas cosas de las que nos podemos de verdad sentir orgullosos. Al principio sentía que estábamos orgullosos de cosas de las que no deberíamos, como la rapidez, la canchereada, lo “atamos con un alambre”, por un lado, y que nos avergonzábamos de algunas cosas de las que no deberíamos, por el otro, como nuestra calidez, nuestra contención, nuestra disposición a la hora de entender a los demás. El pueblo argentino es un pueblo muy solidario. Somos una mezcla de un montón de vertientes con sus cosas buenas y algunas otras no tanto. Amo mucho a mi país y amo mucho a la gente de mi país. No quiero más que nos digan que somos un país rico; éramos un país rico. Estamos remando como locos para salir adelante, después de décadas de tensión.
–Estamos enfrentados entre nosotros mismos. ¿Le ves alguna salida a esta división?
–El otro día vi el encabezado de una nota de alguien a quien yo respeto porque me parece que es un tipo inteligente, que es Guido Kaczka: “A veces tengo miedo porque me parece que esto no se va a arreglar más” o algo así. Sentí una especie de patada en el medio del pecho cuando leí eso. Entiendo por qué lo dice. Entiendo la gente que está preocupada, asustada, angustiada, que ha perdido la ilusión. Pero me parece que hay mucha gente joven que está empezando a ver las cosas de otra manera, que está visualizando un poco de luz. Lo que no entiendo es cómo habiendo tenido la oportunidad, de un lado y del otro, de haber ganado elecciones con un gran número de votos no hayan tenido la decencia, la humildad ni la apertura de convocar a sus adversarios políticos para decirles cómo planeamos un país hacia adelante, con nuestras diferencias, con nuestras intolerancias. Esta cosa de quedarse enquistado en una posición inalterable no nos ha llevado a ningún lado, y lo único que ha hecho es producir enfrentamientos verbales o psicológicos. Ya todos sabemos que este no es el camino. Yo quiero creer que tenemos chance. Me gustaría mandarle este mensaje a Guido y tranquilizarlo un poco.
–En Vidas paralelas, de Pedro Almodóvar, el personaje de Aitana Sánchez Gijón dice: “Los actores son todos de izquierdas” y el personaje de Penélope Cruz le retruca “Y tú, ¿de qué eres?”. “Yo soy apolítica, mi trabajo es gustarle a todo el mundo”. ¿Te preocupa la cancelación del público con los actores que se pronuncian políticamente?
–Creo que todo el mundo tiene derecho a decir lo que piensa. Empecemos por ahí. En cada uno de los casos, cada uno se hará cargo de las consecuencias que eso pueda acarrear. En mi caso, a mí me ha pasado lo mismo con el fútbol, con la política, con casi todo, salvo con las cosas que son de un solo color. Yo, por una serie de declaraciones y un evento determinado, fui considerado macrista y yo nunca fui macrista. Y yo, por una serie de declaraciones, fui considerado kirchnerista y nunca fui kirchnerista. No tuve oportunidad de votar a ninguno de los dos por distintos motivos, o porque estaba fuera del país, o porque estaba en España trabajando. Esto me ha valido que, de un lado o el otro, te encuentres con gente que tiene ya un preconcepto y que cree que sabe quién sos o a quien “defendés” y casi siempre es equivocado. El fanatismo hace que me yo me haya visto en situaciones muy incómodas, incluso estando con Florencia [Florencia Bas, su esposa]. Nunca fui fanático de ningún club de fútbol, hasta que River se fue a la B. Cuando Maradona volvió a jugar en Boca Juniors, lo acompañaba en algunos entrenamientos. Un par de fotos valieron para que creyeran que era de Boca. Los de Boca piensan que soy de River; los de River, de Boca. ¿Sabés qué? A cagar. O como dicen acá: “A tomar por culo”. Basta. No podés estar preocupado por el reflejo de afuera porque casi siempre es equivocado.
–Compusiste a un presidente en La cordillera, ¿ingresarías en la política?
–No. Soy básicamente humanista.
–¿La política rivaliza con el humanismo?
–Lo que pasa es que no estoy capacitado para la negociación. Sí, para la discusión y el debate; me parece que ese es el camino, pero hay algunas cosas que he leído de algunos políticos que me llevan a pensar que para la construcción de un espacio político, para tener respaldo, hay que hacer una serie de concesiones. No estoy haciendo más que fundamentar, abonar la zona donde más incómodo me siento porque me doy cuenta de que no soy comprendido ni entendido. Por otra parte, ¿por qué había de serlo si quizá no soy tan claro? Pero tampoco soy de los que rehúyen de la situación o de las preguntas.
–¿Te psicoanalizás? ¿De dónde obtenés la lucidez?
–No soy tan lúcido. Ojalá lo fuera. Tengo raptos de lucidez y muchos momentos de neblina. Tuve la oportunidad de psicoanalizarme un tiempo corto, pero muy profundo y me llevé la tarea de revisarme, de dialogar conmigo mismo. Tengo amigos con quienes tenemos conversaciones muy sinceras. El teatro es bastante terapéutico. Tener que hacer un personaje durante dos horas tiene cosas muy buenas: una, el intentar ser otra persona; dos, descansar de vos mismo.
–Pareciera que estás muy lejano del odio y del rencor.
–Nunca odié a nadie. Nunca pude odiar a nadie. Puedo tener algún rapto en el que la aguja me va a mil, pero no me dura. Ese sentimiento ancestral de nuestra especie no va a ningún lado bueno y, probablemente, perjudica solo a quien lo siente. Hay gente que me ha hecho daño, conscientemente o inconscientemente, y me dice Florencia después: “¿Cómo puede ser que no te acuerdes de lo que hizo este tipo?”. Me olvido, pero no lo hago de bueno. Es un mecanismo que me permite sacarme eso del cuerpo.
–¿Soñás alguna vez con los personajes que interpretás?
–No. Me saco los personajes de encima en el acto. Como si fuesen una camisa. Mis sueños se reiteran mucho. Últimamente sueño mucho con mi vieja, con Diego [Maradona] y con mi perra Kenya, que murió hace dos meses. Sueño con afectos con los que siento que la conversación no se había terminado, que nos quedaban cosas pendientes.
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