El marginal: una serie con la firma de Luis Ortega
El primer episodio del programa que estrenó la TV Publica mostró un interesante trabajo de dirección
Finalmente el público local tuvo oportunidad de ver ayer el primer episodio de El Marginal, serie producida el año último y cuyo estreno en la TV Pública se vio postergado debido al cambio de autoridades en esa emisora. Uno de los motivos que generó interés por ver el producto terminado de este proyecto se debe a que la productora encargada de su realización es la misma que 13 años atrás hizo Tumberos y el lugar donde se grabó el ciclo fue la ex cárcel de Caseros, donde también se hizo aquel programa. Sin embargo las coincidencias entre una y otra propuesta se limitan a esos elementos. Mientras Tumberos se volcaba a mostrar las características del ambiente carcelario con mucha profundidad y detalle, El marginal descansa en una historia que trasciende los muros del penal y lo que ocurre en ese lugar juega el rol un de telón de fondo, con mucha presencia, pero de importancia accesoria.
De los diferentes elementos que forman parte de la realización del programa, el que destaca, por su originalidad y calidad estética, es la indubitable mano del director Luis Ortega (de quien casualmente ayer se estrenó en las salas de cine Lulú), que se percibe con sutileza en cada escena. Más allá de los trabajos de realización muy bien logrados, pertinentes a la iluminación, la ambientación escenográfica, la edición, el tratamiento del color y hasta la marcación de actores, el manejo de cámaras y la aparición de ángulos de enfoque que le escapan al lugar común aportan un valor agregado a la narración que no es habitual en la producción local.
Miguel (Juan Minujín), el protagonista, despierta golpeado y herido en la habitación de una casilla de una villa. Un chico le trae un celular con un llamado en curso. Una voz en off trata de ubicarlo en tiempo y espacio diciéndole que la paliza era necesaria para que lo encuentren en ese estado y le avisa que en segundos llegará un ejército de policías del que no podrá escapar. Su mirada descubre de a poco dos cadáveres y marcas de una carnicería en las paredes. Se levanta y trata de huir. Una persecución por los callejones y techos de la villa. Un par de enfrentamientos a tiros. La reducción inevitable del perseguido y su destino final en el penal.
Con escenas de acción de este tipo la narración presenta a los personajes en el primer episodio. Y la trama se va tejiendo hasta armar un lienzo en el que se dibuja el retrato de Miguel, que es un policía que paga algún delito encerrado en un penal del sur. Que el juez que tiene su causa (Mariano Argento) lo manda a sacar de allí y le ofrece dejarlo libre a cambio de un favor. E favor será infiltrarse en una cárcel de Capital a ver cómo opera una banda que tiene secuestrada a la hija del magistrado. Que los presos involucrados actúan en sociedad con el director del penal (Gerardo Romano). Toda una promesa de un relato de intriga y acción, pero en el que también se vislumbra una historia romántica con la aparición de una trabajadora social (Martina Gusmán) que intentará ayudar a Miguel en la cárcel. Y además los manejos de poder en el universo de los reclusos que se mueve con leyes propias.
La premisa en la que se basa esta historia, delincuente-al-que-le-ofrecen-su-libertad-a-cambio-de-un-trabajito-sucio, es conocida en televisión desde Ladrón sin destino en adelante, pasando por Nikita. Lo que le pase a Miguel después del episodio presentación, y en lo que estará involucrado su hermano (Gerardo Otero) que es abogado, recuerda a Prison Break. Las muy buenas actuaciones del elenco –en el que están Claudio Rissi, Carlos Portaluppi y Maite Lanata, entre otros– y la realización en general del programa hacen que valga la pena descubrirlo.
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