El luto le sienta a O´Neill
El gran éxito obtenido en el National Theatre de Londres por "El luto le sienta a Electra", la trilogía del norteamericano Eugene O´Neill sobre "La Orestíada", de Esquilo (ver esta columna del 27 de diciembre pasado), en cartel hasta el 31 de enero, ha provocado a ambos lados del Atlántico, en los países de habla inglesa, un verdadero alud de comentarios, ensayos, reivindicaciones y también recriminaciones sobre la obra del dramaturgo, nacido en 1888, fallecido en 1953 y que en 1910 pasó por Buenos Aires como simple marinero.
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Interesa conocer la opinión de un colega actual de O´Neill: Tony Kushner, el laureado autor -premio Pulitzer- de "Angels in America", quien se refiere a su ilustre compatriota en un texto titulado "Siempre un poco enamorado de la muerte". Empieza así: "Mucho de lo que un dramaturgo norteamericano debe saber puede adquirirlo si estudia la vida y la obra de Eugene Gladstone O´Neill. El leyó mucho. Sus finanzas fueron oscilantes y nunca de fiar. Su reputación fue también oscilante y poco de fiar. Soslayó a la industria cinematográfica por completo. Las producciones de sus obras lo desesperaban, pero seguía escribiendo. Escribía sus obras a mano. Se tomaba su tiempo. El ganar los mayores premios (el Nobel, en 1936, entre otros) no lo puso a salvo de ataques feroces. Discutió con Dios. Se ocultó del mundo. Se exhortó a sí mismo a escribir mejor, a cavar más hondo, y lo hizo".
Como la mayoría de los críticos de O´Neill, Kushner opone la desmesurada ambición del autor, que deseaba en sus obras abarcar el drama humano y el drama cósmico, con sus capacidades como escritor. "Se dice que se pasó la vida escribiendo fracasos, hasta que logró lo que quería. Escribió cuarenta y nueve obras que consolidaron la base para la gran dramaturgia norteamericana, y tan sólo una verdaderamente grande; pero fue lo bastante grande como para que valiese la pena esperarla". Se trata, por supuesto, de "Viaje de un largo día hacia la noche" (1941): "Su mejor obra; aunque prohibió en su testamento que se la representara hasta veinticinco años después de su muerte, su viuda, por suerte, quebrantó esta voluntad. O´Neill debió apercibirse de su grandeza en comparación con todo lo que había escrito hasta entonces, y hasta con casi todo lo que se había escrito para el teatro en su tiempo".
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"Pero flaco servicio se le hace a O´Neill si se contempla el resto de su trabajo como un mero preludio al "Viaje". Las primeras obras son confusas, hasta torpes a veces, pero la autoridad y la audacia de un escritor importante están ahí, en el desmañado comienzo. Profundamente influido por el alemán Gerhart Hauptmann, por el irlandés John Synge y por Jesucristo, O´Neill se instaló desde el vamos entre los pobres, los desdeñados y los proscriptos. Otros pocos se habían comprometido así con el otro lado de la vida norteamericana; pero O´Neill intentaba, desde el comienzo de su carrera, ir más allá de la empatía, la compasión y el ultraje, hacia otra cosa, en busca de un significado tremendo que, creía, lo estaba llamando vagamente desde más allá de la emoción y del intelecto. Semejante búsqueda implica pretensión, poesía rechinante, desastre teatral y estético, de todo lo cual O´Neill nos entregó generosas porciones". Continúa Kushner: "Era un escritor-explorador, en la tradición de Herman Melville". Como el autor de "Moby Dick", el dramaturgo amaba el mar, que había recorrido desde muy joven, y lo usaba como "una vasta incubadora de metáforas". Su madurez como escritor se anuncia en sus obras en un acto, de tema marino: "En la zona", "Isla", "El largo viaje de regreso", "La luna del Caribe". La conclusión de Kushner es que, tanto como amaba la vida, el autor de "Mourning becomes Electra" era también un enamorado de la muerte, en cuyo más allá oteaba la posibilidad de un Dios con quien entablar perpetua polémica.
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