El legado inalterable de Horacio Salgán
Con su hijo César al piano, la formación actual del Quinteto Real se presentó el viernes en La Usina del Arte
Que Horacio Salgán, pianista del tango, fue y será absolutamente inimitable por la maravillosa conjunción de sus saberes eruditos de formación clásica con un auténtico amor por la música ciudadana y popular, es una certeza digna de ser celebrada; que su primer Quinteto Real fue algo asombrosamente irrepetible por el sin fin de ideas, desarrollos y hallazgos que renovaron la música ciudadana de Buenos Aires, es otra verdad irrefutable; y que su Nuevo Quinteto Real sigue siendo inconfundible por su altísimo vuelo creador y calidad artística, es de evidencia perdurable.
Porque fue casi un milagro de la predestinación -¡bendita sea!-, que en aquel año 1959 se encontraran actuando, en el mismo restaurante del Automóvil Club Argentino, el dúo Salgán-De Lío (piano y guitarra), y el de Enrique Mario Francini con Rafael Ferro (violín y contrabajo). Que entre ellos se instalase una mutua corriente de afinidades estéticas y de admiración y que, al recibir la sugerencia de un amigo común, de fundar un quinteto instrumental en el que faltaría el bandoneón, encontraran en el enorme músico Pedro Láurenz la felicidad de unírseles, ya que el bandoneonista parecía andar esperándolos ansiosamente porque necesitaba un trabajo seguro.
Así nació en 1960 el maravilloso Quinteto Real, que dejó absortos a los más exigentes oídos, aquí y en las giras por Japón, donde luego de un paréntesis musical, y a propuesta de un empresario nipón, Salgán retoma la formación al incorporarse Leopoldo Federico en bandoneón en reemplazo de Laurenz, y refunda en 1964 el Nuevo Quinteto Real. Antonio Agri reemplaza a Francini, Kicho Díaz a Ferro (luego vendrá Omar Murtagh) y, tras Federico, se les unirá Néstor Marconi.
El genio musical de Horacio Salgán resplandece en la música de cámara: en el sublime dúo de pianos con Dante Amicarelli registrado en 1970 en dos LP de antología, esfumados y sin reeditar; en la larga saga de actuaciones y grabaciones junto a la precisa, inspirada y empática guitarra contrapuntística de Ubaldo De Lío, y en las dos formaciones imperdibles del Quinteto Real.
La música de cámara, en la historia universal de la música clásica, es no solamente la destinada a pequeñas salas (la dimensión física) sino la escrita para pequeños grupos (el cuarteto de cuerdas fue la formación por excelencia) y en los que los grandes creadores plasmaron obras que se internaron en las profundidades más insondables del espíritu, para expresar ideas y sentimientos. De allí que el Quinteto constituya una de las más altas cumbres de musicalidad de nuestra música ciudadana. Porque en él salen a luz aquellos dones superlativos que se parecen a un milagro, porque develan ese misterio casi sobrenatural que es la creación artística de los elegidos.
Uno creyó que el ciclo se había cerrado con el Nuevo Quinteto Real, en el CD reeditado en 1998. No obstante, el hijo pródigo de don Horacio Salgán, César, excelente pianista, decidió rescatar la música de su padre, tanto orquestal como ésta del quinteto, como lo viene haciendo en los últimos años. La historia familiar del reencuentro de César con papá Salgán corre por otro andarivel. De todos modos esta serie de rescates de una música de excelencia dentro del tango, lo redime. Sobre todo por seriedad y fidelidad al legado de renovación tanguera de trascendencia. Lo curioso es que de la primera grabación del Quinteto Real sólo se escuchan aquí dos de los tangos: "Canaro en París" (Scarpino-Caldarella) y su propio y emblemático "A fuego lento". Y del Nuevo Quinteto Real apenas otros dos: "Gallo ciego" (Agustín Bardi) y su tango "La llamo silbando".
Un dato no menor es el que pinta de cuerpo entero a don Horacio Salgán, más allá de la maravilla de sus creaciones: el pianista y compositor jamás privilegia, en ninguna de sus grabaciones, las propias obras. Es este gesto permanente de ofrecer tributos al tango tradicional y al de la renovación en sus más variados estilos, y no regodearse como compositor, más el perfil bajo que mantuvo durante toda su vida, los que quizás hayan determinado, casi sin remedio, que su muerte, el 19 de agosto último, haya sido ignorada y hasta borrada por nuestra televisión.
Sobre esta reivindicación del pianista César Salgán, en este Festival Mundial del Tango, paradigmático por la riqueza de sus propuestas, junto a este renacido Quinteto Real integrado por Carlos Corrales (bandoneón), Esteban Falabella (guitarra), Julio Peressini (violín) y Juan Pablo Navarro (contrabajo), es meritoria por el respeto, la entrega y musicalidad del grupo, empezando por el bandoneón, y siguiendo por el piano, la guitarra y el contrabajo. En cuanto al violín de Peressini, que se robó demasiados aplausos del público que colmó la sala, por su histrionismo y sus excesos en la recurrencia a los agudos de su violín, aportó también sugestivos matices y rubatos. De todos modos, la marcación enfática, los fraseos minuciosamente cincelados, los contrapuntos precisos, la dinámica que permitió generosos matices, el culto irreprochable de la síncopa salganiana y el gozo grupal expresado en guiños cómplices entre el quinteto, dejaron en este concierto (más allá de que el talento no es hereditario), la convicción de honestidad artística.
La operita
María de Buenos Aires, de Piazzolla-Ferrer, se exhibirá esta noche, a las 20, en el Colón. Desde las 12 se entregarán las entradas gratuitas en la puerta del Teatro.
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