El hombre que se volvió canción en el viento
Horacio Guarany era su propia canción. Y fue la de miles. Por fuera del personaje carismático, las frases rimbombantes y provocadoras, los mitos sobre la cantidad de vino que tomó en su vida, sus posiciones políticas. había un poeta de raíz que supo leer a su tiempo. Su obra está marcada por su propia vida. Su origen humilde en Alto Verde, Santa Fe, en una casa de 14 hermanos; sus experiencias como trabajador golondrina, estibador de puerto y peón, le hicieron conocer la dureza del trabajo, le hicieron conocer y transmitir la realidad del hombre de a pie. Esa realidad de los olvidados se va amasando como el núcleo de su obra, junto al carácter romántico y nostálgico del provinciano que emigra del pueblo. A los 17 años, recaló en un conventillo de La Boca y hace sus primeros bolos musicales entonando tangos bajos, valses y boleros en un boliche del barrio. Son en esos primeros contactos con un público que no lo conoce que Guarany empieza a vislumbrar que se puede dedicar profesionalmente al canto. Herminio Jiménez y José Asunción Flores, músicos paraguayos exiliados en la Argentina, son quienes lo introducen en el ambiente profesional y en el Partido Comunista con el que colaborará durante cuarenta años. "El Mensú", una composición de Ramón Ayala y su hermano Vicente Cidade, se transforma en su primera grabación de éxito. Desde ese momento, no se detiene. En 1961 formará parte de la fundación del festival Cosquín. Guarany está donde tiene que estar. Su capítulo coscoíno forma parte del mito y la construcción del boom del folklore que alimentará la década del sesenta. En ese escenario sus canciones marcan a fuego la época, y las décadas siguientes dentro de la cultura popular. Son canciones que hacen una perfecta alquimia entre letras y melodías infalibles, que abordan cuestiones sociales, apelan a la nostalgia del provinciano, el romance o el paisaje, y que se multiplican en las voces anónimas de los jóvenes de la época -estudiantes del interior que pueblan peñas y guitarreadas capitalinas- generando un fenómeno social que termina impactando en la clase media. Guarany parece hablarle a cada una de las personas que lo escuchan con una sinceridad inapelable. Sus canciones alimentan el fuego sagrado de los sesenta y el fenómeno del folklore no solo en los pueblos de las provincias, sino en las grandes ciudades. Himnos populares como "De puro cantor nomás", "Los vinos de mi tierra", "Río San Javier", "Canción del adiós", "Puerto de Santa Cruz", "La vi bajar por el río", "Si se calla el cantor", "Zambita de piel morena", "Cuando ya nadie te nombre" y "Guitarra de medianoche", no sólo son un buen itinerario de sus desvelos por ser un cantor representativo de su pueblo, sino que coinciden con el sentimiento de las masas. Guarany, deja que su obra relate su vida. Ese termómetro que tiene de la gente común, transforma la obra de Guarany en portavoz de su propio público. Su oficio como retratista social, como Yupanqui, como la Nueva Canción que encabeza Mercedes Sosa, a partir de obras como "Coplera del prisionero", "Luche y luche" (tema que le costó la amenaza de la Triple A)", lo transforman en un ícono de la canción social, que le valió el exilio y atentados de bombas. Su canto rebelde es una de las facetas de una obra que seguirá volviendo en guitarras y en vino, como le gustaba cantar: "Y cuando lloren las viñas para que rían los hombres, he de volver en las copas, y habré de mojar las bocas de mis viejos compañeros, o tal vez de la que quiero y no me pudo querer".