El hombre de acero: brillante trabajo de Marcos Montes como padre de un adolescente autista
La obra de Juan Francisco Dasso obtuvo el premio Germán Rozenmacher 2019 y es una de las mejores propuestas en el off porteño
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Autoría y dirección: Juan Francisco Dasso. Intérprete: Marcos Montes. Escenografía y vestuario: Cecilia Zuvialde. Luces: Ricardo Sica. Producción: Zoilo Garcés. Sala: Espacio Callejón, Humahuaca 3759. Funciones: domingos, a las 19. Duración: 50 minutos.
Aparece por un costado, como si viniera de la calle, calzado con crocs y una caja de cereales coloridos en la mano. Saluda al público, pide por barbijos y celulares, se presenta como el actor Marcos Montes y prologa, con lenguaje detallado y presuntuoso, lo que va a suceder, la obra –monólogo, aclara– El hombre de acero, mientras se pone zapatos, cinturón, alianza. Al desnudo las convenciones teatrales, sin mediar cambio de luces ni otro tipo de corte, el personaje comienza a dirigirse a un “interlocutor bloqueado”, una silla vacía en la platea, al que llama Dionel.
El hombre de acero es un padre, voz y punto de vista poco visitado en el teatro en comparación con el de la madre. Y no padre de un hijo “neurotípico” (término que utiliza para referirse a lo convencional) sino de Neo, un preadolescente con autismo que solo presta cierta atención e interés por Dionel, “lo único y más parecido a un amigo que mi hijo haya tenido jamás”, quien padece la misma discapacidad de desarrollo pero en menor grado.
El papá le pide ayuda para que saque a su hijo de la bañera de la que no quiere salir hace horas. De paso, en capas lentas, hablará del “incidente” entre ambos púberes en el baño de la institución donde asisten, se despachará con preguntas, prejuicios y frustraciones acumulados en una vida sin poder mirar a los ojos a lo más amado. A la vez, prepara en un bowl de vidrio, los fruit loops con leche que ofrece infructuosamente a Dionel, que espera por unirse a su compañero en la bañera. La escenografía consiste en una barra o mesada de cocina –una isla como las que suelen verse en las casas “con buen pasar”, dice– y más atrás, restos de guirnaldas de un cumpleaños fallido, cuando el papá se disfrazó de Ironman, un superhéroe sin poderes propios, un hombre común protegido por una férrea coraza.
Obra ganadora del XII Premio Germán Rozenmacher de Nueva Dramaturgia (2019), escrita y dirigida por Juan Francisco Dasso, El hombre de acero tiene un intérprete excepcional en Marcos Montes, uno de los mejores actores surgidos en los últimos 15 años (Happyland, El recurso de Amparo, Deshonrada, Madre Coraje, La Felicidad, entre muchas otras). Este papá, que solo tiene un momento de alivio cuando recuerda su propio despertar sexual en un baile de la secundaria a la edad de su hijo, camina en el límite entre la cordura y la desesperación, en un enorme esfuerzo por mantener algo de lo que llamamos rutina familiar. Todos los rituales están cancelados. La alegría del hogar solo es una planta que crece en su jardín. No puede gritar su tristeza, tiene que elaborarla con neologismos, con circunloquios, con eufemismos. En la resignación y aceptación de lo que le toca tal vez pueda mirar a Neo de otra forma, correrse de sus expectativas para encontrar algo de empatía, un punto donde pueda sostener esa desigual y nunca fácil construcción del amor que todo lo entiende.
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