El hijo eterno: lo conmovedor de ser padre
El hijo eterno / autor: Cristóvao Tezza / traducción: Gabriela Rosas / adaptación: Bruno Lara / intérprete: Michel Noher / luces: Daniela García Dorato / música: Lucas Macier / asistencia psicoanalítica: Evelyn Disitzer / asistencia de dirección: Lourdes Boy Arditi / director asistente: Nacho Ciatti / dirección: Daniel Herz / sala: El Cultural San Martín, Sarmiento 1551 / funciones: viernes y sábados, a las 20 / duración: 60 minutos / Nuestra opinión: muy buena
Reconocido narrador brasileño, Cristóvao Tezza publica su novela El hijo eterno en 2007 y logra con ella consolidar su carrera como escritor y también como docente e investigador universitario dentro del campo lingüístico. La versión teatral dirigida por el creador carioca Daniel Herz tuvo una primera producción en su país que se mantuvo varios años en cartel y llega ahora a Buenos Aires a través de una adaptación que ubica la acción en la Argentina, a comienzos de la década del 80. Más exactamente, en La Plata, dos años antes de que el gobierno de facto permita el paso a la democracia.
La trama, de cualidades autobiográficas, repasa la historia de un hombre que no ha podido destacarse en su trabajo como docente o novelista, algo que lo lleva a un estado particular de insatisfacción permanente. La llegada de su primer hijo le genera no solo una gran expectativa de vida sino que, además, promueve una posibilidad de afianzar su personalidad.
El niño nace con síndrome de Down, y el progenitor ingresa en un terreno sumamente conflictivo. Será muy difícil comprender esa realidad tan inesperada y, sobre todo, aceptar a esa criatura diferente. El hombre se verá obligado a transitar un terreno minado por fuertes contrasentidos que lo llevarán a tener pensamientos insospechados y a tomar decisiones que, en la mayoría de los casos, van en contra de su formación. Fue moldeado por una rígida educación, en el marco de una sociedad construida bajo pautas descalificadoras.
El hijo eterno es una pieza muy amorosa. Solo desde el profundo amor puede construirse un relato plagado de contradicciones que repasa cómo va desarrollándose esa relación que, a medida que crece, se fortalece y transforma notablemente la actitud de ese padre que hasta logra dar un vuelco fundamental a su vida. Y tan es así que consigue convertirse en el mejor compañero de ruta de su hijo y en referente de las letras de su país.
El director Daniel Herz optó por poner en un máximo primer plano esta historia que posee una elocuencia muy fuerte. Solo una silla en escena, unas calles de luz y un pequeño sector del escenario donde allí sí la iluminación será más fuerte y desde donde se darán una serie de datos científicos acerca del trastorno genético que padece el niño. Herz afianza el relato de manera muy progresiva y hay algo que resulta muy interesante y es que jamás permite que el intérprete, aunque mínimamente, llegue a juzgar a su personaje.
Michel Noher recrea al protagonista con mucha sensibilidad. El recorrido de su personaje no es nada sencillo. Sus cambiantes estados anímicos, la imperiosa necesidad de sostener un mundo familiar que se quebró, la cruda descripción de unos pensamientos que, aunque comprensibles, pueden resultar algo salvajes para muchos. El actor conduce al espectador por los vericuetos de una conciencia atormentada en buena parte del espectáculo. Pero hay algo muy atractivo de observar y sobre todo de experimentar, la muy profunda placidez a la que arriba sobre el final da pie a que la emoción de quien ha seguido esa trama con atención aflore de manera muy conmovedora.
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