En la era reality, la imaginación al poder
"Los simuladores" fue una serie hecha a contramano. Justo en el momento en que la televisión echaba la ficción por la ventana para abrir la puerta grande a la "realidad", o su versión televisiva, los reality shows, y se saturaba de gente "real" puesta a contar casos lacrimógenos o entregada a todo tipo de humillaciones a cambio de unos segundos de muy volátil fama, Los simuladores apostaron a la imaginación. Es más, la serie creada por Damián Szifrón no sólo confiaba en el poder de las ideas para mantener a la audiencia pegada a la pantalla sino que la tira misma, su esencia, su razón de ser, su clave del éxito, era la exaltación de la ficción. En cada capítulo, los cuatro protagonistas creaban una fantasía personalizada y a pedido de personajes en problemas, que servía para transformar su vida cotidiana. Los simuladores fueron los primeros superhéroes de nuestra televisión (actos de microjusticia siempre del lado de los buenos) y su don, su habilidad especial, era la de crear ficciones. El mismo don que, notablemente, posee Szifrón. Formado como espectador en maratones de cine de aventuras realizados en la infancia junto a su padre, el creador de Los simuladores conjuga hábilmente las situaciones y convenciones a las que nos acostumbró el cine norteamericano con nuestra circunstancia de ser personas de carne y hueso y argentinos. Szifrón es un experto en encontrar esas grietas en los mundos ficticios en los que se puede colar una dosis de realidad.
Paradójicamente, en el momento en que se realizó la entrevista de Rolling Stone, la vida de Szifrón empezaba a parecer de película: de ser un estudiante de cine con algunos cortos en su haber y algunos trabajos en televisión, Damián se convirtió en una celebridad, el joven maravilla de la pantalla, capaz de escribir, dirigir, editar, musicalizar y hacer todo bien, al punto de acumular toda distinción disponible. El vértigo en el que estaba inmerso se transparentó en las dos horas y media de charla. Szifrón llegó a la entrevista concertada en el bar Niceto con casi una hora de retraso, manejando a toda velocidad un Renault 21 que acusaba un choque en uno de los laterales. Aunque eran cerca de las once de la noche de un viernes, se había escapado de una de las grabaciones de la segunda temporada de Los simuladores. Cuando terminó la nota, volvió a su isla de edición a trabajar. En los altos de las grabaciones, terminaba de escribir, con su equipo de guionistas integrado por Gustavo Malajovich, Patricio Vega y el simulador Diego Peretti, el siguiente episodio, y en los altos de la escritura de esos guiones, atendía a periodistas que venían a entrevistarlo. A la vez, le robaba tiempo a todo ello para dar los toques finales a la que sería su primer largometraje, El fondo del mar. Pero no era exceso de compromisos lo que lo sumergía en esa vorágine de actividad, sino su propio perfeccionismo, su convicción muy poco frecuente, muy poco televisiva, de que todo puede siempre hacerse un poco mejor. En un medio en el que triunfan los que más ganas tienen de llegar antes que los talentosos, la repercusión de Los simuladores tiene una sola explicación: se trata de prepotencia de trabajo, una de las escasas veces en nuestra tele que el éxito es un acto de justicia.
H. F.
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