El gran avaro, golpe de alegría al corazón
El avaro / Libro: Molière / Adaptación y dirección: Corina Fiorillo / Intérpretes: Antonio Grimau, Nelson Rueda, Iride Mockert, Silvina Bosco, Marcelo Mazzarello, Julián Pucheta, Edgardo Moreira, Maia Francia, Nacho Vavassori, Lisandro Fiks, Hernán Lewkowicz, Martín Portela y Mercedes Torre / Música y dirección musical: Rony Keselman / Escenografía y vestuario: Gonzalo Córdova Estévez / Coreografía: Mecha Fernández / Iluminación: Ricardo Sica / Sonido: Iván Grigoriev / Teatro: Regio, Córdoba 6056 / Duración: 140 minutos / Nuestra opinión: muy buena
Amarrocar. Guardar. Esconder. Escatimar. Ocultar. La avaricia en su expresión mayor. La vida en función del dinero, pero no para su disfrute, sino para adorarlo como podría hacerlo un coleccionista de arte, que goza de su obra a solas, a puertas cerradas.
Ése es Harpagón. Un avaro de cariño, también, que se vuelve amargo y seco a fuerza de tanta tacañería. Es avaro en el amor, en la confianza, en la lealtad. A nadie ve de su lado: todos son sus enemigos, todos -teme- le quieren robar. Así, junto a sus monedas de oro, sólo le queda la soledad. Sin embargo, no siente ningún sufrimiento hasta que -casi al borde de la locura- sospecha de su propia sombra.
Este cuadro, que podría ser un drama de punta a punta, es retratado por Molière con una altísima dosis de recursos de la comedia. Así logra burlarse de una clase social a la que desprecia, ridicudizándola y criticándola (su gran objetivo) mediante el juego como mejor arma. Los que disfrutan, los que se ríen, son los que no tienen ya nada (que perder).
Sin embargo, las cosas cambian cuando sus hijos -Cleanto y Elisa- deciden enfrentarlo. Ellos sí sufren y tratan de seducirlo a como dé lugar, aunque no en busca de dinero sino de algo de reconocimiento, de cariño, de amor.
Del amplio panorama que abarca Molière, Corina Fiorillo, directora de esta versión, deja un poco de lado la crítica social y hace foco sobre todo en el juego, en la comedia, que potencia con música, canciones y coreografías. De hecho, hay en escena un grupo de cuatro músicos/ actores que -muy expresivos y dinámicos- llevan realmente el ritmo de la obra. Son un hallazgo en cuanto a su aporte actoral y se convierten en verdaderos guías del divertimento que se propone.
Porque eso es El avaro: un divertimento (y no sólo en lo musical). Una comedia explosiva y brillante repleta de gags y humoradas llegadas desde lejos y hace tiempo (el siglo XVII) y tomadas por Fiorillo con pinceladas, guiños y pequeños gestos que remiten a la actualidad: en el vestuario (cierres, botas, camperas, anteojos), en la escenografía (un cubo magnífico que gira para modificar los espacios), en la música (hermoso trabajo de Rony Keselman) y en las combinaciones de géneros y estilos que van alternándose cómodamente y con naturalidad. Así, se mezclan las historias de amor, las intrigas, las mentiras, los engaños. Todo en un complot para que este Harpagón pueda ver más allá.
Fiorillo se rodeó de un equipo altamente funcional a su juego, desde el primero al último de los miembros del equipo: sin importar si se trata de roles grandes o pequeños, todos agregan una cuota de humor y desfachatez que contribuye a que el público la pase bien. Se podría señalar que hay demasiado diálogo entre el escenario y la platea en una búsqueda algo forzada de complicidad, pero -nobleza obliga- la gente responde y aplaude espontáneamente una y otra vez después de cada monólogo impactante o de una escena especialmente lograda.
Es que desde el comienzo la directora y sus actores se meten al espectador en el bolsillo con situaciones disparatadas, bien pensadas y mejor resueltas por un elenco preciso. Por empezar, está el propio Harpagón, interpretado por Antonio Grimau con una entrega que hace levantar al público en el aplauso final. Grimau disfruta de un juego que lo obliga a sacar chispas: va desde la oscuridad total a la claridad hilarante, ida y vuelta, varias veces, pasando por el tormento más profundo que padece al llevar su propia alma a cuestas. Y con él, todos los demás. Iride Mockert y Julián Pucheta son Elisa y Valerio, una pareja de amantes o dúo cómico de temer. Se potencian en el juego a tal punto que genera placer verlos aparecer en escena. Nelson Rueda, Silvina Bosco y Nacho Vavassori son otros intérpretes a quienes les calza perfecto el guante. Logran organicidad en los sentimientos aun con un cuerpo captado por el amaneramiento de la época. Lo mismo sucede con Marcelo Mazzarello, Edgardo Moreira y Maia Francia, en roles más pequeños pero igualmente efectivos.
Así, El avaro es un golpe de alegría al corazón. Apenas puede jugarle en contra su algo excesiva duración.
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