¿El fin de los finales? Por qué las ficciones ya no terminan
La "era de la secuela" terminó. Vivimos en la "era de la secuela de la secuela". También en la de la precuela, la reunión, el relanzamiento, el reboot, el spinoff y la película autónoma ambientada en el universo de la saga. Las series de TV canceladas vuelven a la vida. Los personajes resucitan. Las películas no comienzan ni terminan, sino que deambulan eternamente por la pantalla. Además, las redes sociales están pensadas para ver contenido sin parar. Ninguna serie puede descansar en paz: ni Roseanne, Murphy Brown ni Will & Grace.
La velocidad con que las historias se expanden está superando nuestra capacidad lingüística. "Secuela" no termina de definir a Avengers: Infinity War.
La película es la continuación de 18 films previos del Universo Cinematográfico de Marvel que, a su vez, se usó para el argumento de la quinta temporada de la serie Agents of Shield. Hace poco, el hombre que creó a los Minions (nacidos de la película Mi villano favorito), amenazó con "reiniciar" Shrek, con los mismos personajes y el mismo reparto: una reproducción espantosa de éxitos taquilleros del pasado. Mientras tanto, en las pantallas más chicas se fomenta el surgimiento de máquinas de contenido perpetuo.
¿Acaso la palabra final no solía significar algo en concreto? Los finales les otorgaban un significado a las historias y nos daban espacio para reflexionar sobre ellas. Además, nos hacían sentir vivos: la historia terminaba, pero nosotros no. Esto era cierto por lo menos desde que la novela reemplazó a la tradición oral. En su ensayo El narrador, Walter Benjamin escribió que el novelista "invita al lector a un entendimiento del significado de la vida al escribir 'Fin'". Y agregaba: "Lo que atrae al lector a la novela es la esperanza de consolar su vida que flaquea al leer sobre una muerte en un libro". Necesitábamos que las historias terminaran para darles sentido. Necesitábamos que los personajes murieran para quedarnos tranquilos.
Actualmente, la tradición de la novela ha sido reemplazada por la del cómic: las narraciones se extienden indefinidamente, sus inconsistencias narrativas se disfrazan con superpoderes, magia y sueños. O quizás ahora cada historia es una telenovela: ningún muerto lo está para siempre, ni siquiera los superhéroes víctimas de genocidio en Infinity War. Desde luego, para los encargados de las finanzas de Hollywood, las secuelas son simples extensiones de su propiedad intelectual. Sin embargo, algo más profundo está sucediendo: la lógica de internet lo coloniza todo.
Narración vs. información
Los finales escasean desde hace tiempo. Las noticias de Twitter tienen como precedente los canales de noticias 24 horas del cable. Star Wars debutó en pantalla con la amenaza de una saga de films épicos. Y muchos programas de TV -como Doctor Who- fueron creados para durar. No obstante, nuestro panorama cultural no siempre fue tan infinito.
Las listas de las películas más taquilleras de las últimas décadas dan cuenta de la erosión constante del final: en los años 80, seis de los veinte films que más dinero recaudaron en los Estados Unidos fueron secuelas. En esta década, 17 de las veinte películas más vistas son secuelas. En la TV, los productores están experimentando con una nueva frontera del descaro, extrayendo cada vez más contenido de historias olvidadas. Al mismo tiempo, las redes sociales rompen los límites de lo infinito. Lo que Instagram ha denominado "Stories" es un suministro sin fin de imágenes, frases y efectos especiales que no pretende tener progresión alguna. Todo lo que hace es "continuar".
La narrativa limitada de la novela fue una innovación tanto formal como tecnológica. Benjamin era escéptico, y le adjudicó su popularización a la propagación de la prensa. Sin embargo, incluso en 1936, un nuevo formato asomaba en el horizonte: la información. Una novela debe terminar porque al libro en algún momento se le acabarán las páginas. No obstante, los flashes radiales y las alertas noticiosas siguen llegando. Como dijo Benjamin: "Casi nada de lo que sucede beneficia a la narrativa; casi todo beneficia a la información".
Ahora, a la información la llamamos de otra forma: contenido. La arquitectura sin límites de la web ha potenciado su dominio. Las historias se han convertido en datos. Netflix puede encargar una nueva versión de una serie en base a cuántos usuarios vieron la original.
La costumbre de la "maratón" ha acabado con la escasez mediática. El director de Viudas, el británico Steve McQueen, dijo que la llamada era de oro de las series no era más que "relleno", historias para ocupar espacio. Las redes sociales están menos interesadas en facilitar el intercambio de ideas que en mantener a los usuarios pegados a la aplicación, ingiriendo constantemente lo que sale de ahí. El imperativo de la narración ha quedado atrás: reina la permanencia.
Para Hollywood, el atractivo es evidente. Para los artistas, puede ser una oportunidad tentadora. Una serie que se canceló demasiado pronto, sin poder ofrecer un buen final, ahora tendrá la posibilidad de crearlo: Deadwood concluirá con un telefilm, años después de su salida de HBO. Una ficción que vivió más allá de lo conveniente -como Gilmore Girls, que tuvo allá por 2007 una decepcionante temporada final sin su creadora, Amy Sherman- pudo intentar revivir en Netflix.
¿Qué es lo que obtenemos a cambio de perder los finales? Algo de qué hablar. Una palabra en uso en Silicon Valley ("comunidad") parece aplicarse cada vez más a nuestras obras culturales. Mientras Mark Zuckerberg nos vende su vehículo publicitario moralmente dudoso bajo la bandera de la conectividad, Hollywood recicla sus tediosas secuelas y nuevas versiones con el argumento de que lo hace para complacer a los fanáticos.
La seguridad que brindan los personajes conocidos y una comunidad integrada de fanáticos que comparten referencias puede ser más importante que la obra en sí. Las críticas de los medios dan lugar a las teorías de los fanáticos, infinitas en sus posibilidades, escasas en su relevancia.
Por el camino, la tradición de la fan fiction que supo proliferar en internet ahora se ha profesionalizado por completo. Eso pasó primero literalmente (50 sombras de Grey comenzó como una ficción erótica inspirada en Crepúsculo) y luego espiritualmente: los fanáticos solían tener espacio para hacer sus propias historias, pero ahora los creadores están retomando el poder. La figura del autor también ha regresado de entre los muertos.
Mientras J. K. Rowling recuenta el pasado del universo Harry Potter en la serie de películas de Animales fantásticos, también tiene una gran presencia en Twitter, donde recalibra su historia y sus reglas diciéndoles a los fanáticos cuáles interpretaciones de sus obras son aceptables (Dumbledore era homosexual) y cuáles no lo son (Jeremy Corbyn no es Dumbledore). La narrativa se somete a las ideas que al autor se le ocurren después de "terminar" sus historias.
Por su parte, los regresos de las series de televisión no parecen motivados por oportunidades narrativas, sino proyectos que mezclan sumisamente el contenido original con entornos de actualidad. Las imágenes de Grace Adler, de Will & Grace, remodelando el Salón Oval de Trump no proporciona ni la satisfacción de la introspección ni el consuelo de la nostalgia. En el peor de los casos, apenas brinda momentos perturbadores. Como muñecos o figuras de cera, estos objetos reanimados ofrecen una experiencia casi real, pero no del todo. Eso solo le funciona a David Lynch y a nadie más.
Por estos días, incluso nuestras fantasías culturales sobre el final con mayúsculas están mutando. En su obra El sentido de un final, el crítico Frank Kermode escribió sobre la relación entre los finales en la literatura, las muertes de los personajes y la antigua fascinación humana con las fantasías apocalípticas.
Así como la novela le impone una estructura a la experiencia humana, la especulación sobre un apocalipsis inminente busca que un patrón encaje en toda la historia. Sin embargo, ahora nuestros lamentos irónicos en Twitter unen las metáforas del fin del mundo con otras que sugieren que el tiempo ha implosionado: "Vivimos en el más estúpido de los mundos posibles".
Por lo menos este artículo sí tiene fin.
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