El extraño encanto del teatro clandestino
Fue una tarde calurosa de verano. Sin decir una palabra, una cuadrilla de operarios orientales llegó en camión a Ciudad Cultural Konex, en Almagro. Se abrieron paso con cara de pocos amigos y, con la ayuda de grúas especiales, instalaron tres containers en la parte de atrás del complejo. Las órdenes las daba una tal Señorita Chin Gú y una pandilla que metía demasiado miedo como para andar haciendo preguntas. "Yo soy la jefa de este depósito y acá guardamos mercaderías de distintas clases. Tenemos nuestras reglas y la banca de gente importante para que no nos molesten", contestó la mandamás ante la consulta de la nacion revista. Nadie se anima a decirlo, pero en el barrio se comenta que a la noche pasan cosas raras en los containers. "Entra y sale mucha gente; para mí que esa mujer está subalquilando para alguna matufia", dice una vecina que apura el paso por la vereda de enfrente del Konex, pero se ataja: "No me citen, eh, no quiero problemas con nadie".
Todo suena bastante verosímil hasta acá. Más cuando, en enero pasado, se publicó en el portal inmobiliario Zonaprop que el Konex estaba en alquiler. "Muy luminoso, con un gran pulmón de aire, pero con gran privacidad", detallaba el aviso. En cuestión de horas el hashtag #konexenalquiler se convirtió en tendencia y los cibernautas descargaron su furia habitual: "¿Hasta cuándo van a seguir rifando los espacios culturales", fue lo más suave que se dijo. Ya no había duda: una empresa de capitales chinos se instalaba en el centro cultural para usarlo como depósito. El que quisiera alquilar unos metros cúbicos debía tratar directamente con la Señorita Chin Gú, mujer de pocas palabras y con una ambigua inteligencia para los negocios.
Casi en simultáneo a la viralización de la noticia, se conoció que todo el asunto del alquiler era una campaña publicitaria urdida por la agencia BBDO para promocionar la obra de teatro Chin Gú Containers, una experiencia interactiva completamente novedosa en estas latitudes.
Parte del éxito de esta pieza, que se realiza de jueves a sábado con doble función nocturna, es no tener la menor idea del argumento. Todos los que participan en ella, desde el que entrega los tickets en boletería hasta los que la van a ver, asumen un pacto de silencio para que la maquinaria funcione. En algún punto se vuelven cómplices de algo que opera en las sombras. Demasiado verosímil para ser ficción; demasiado crudo para ser real.
"Todo esto depósito mercadería. Usted ve cosas peligroso no importancia. Policía no problema", es una de las pocas frases que se leen en el sitio oficial de la obra. También se anuncia que en este inframundo habrá tres containers, en los que se desarrollan actividades por lo menos extrañas: en uno, se festeja la graduación de un grupo de autoayuda llamado Fundación YO; en otro, opera un club de fans con un sentido de la moral muy ambiguo; en el tercero, se realizan terapias poco convencionales sobre la salud de cierto personaje.
Este libre mercado de oscuridades es asegurado por la señorita Chin Gú y sus secuaces. Curiosamente, ellos ponen las reglas y, al asumir cierta función parapolicial, garantizan la tranquilidad del límite. Solo eso se puede decir por ahora.
Nunca dejar de jugar
"La gente adulta deja de jugar", dice Bruno Pedemonti, uno de los ideólogos y autores de la obra junto al psicólogo Damián Huala y el publicitario Eduardo Morales, que algunos recordarán por el personaje de El Bananazo (tal vez el primero que hizo stand-up en la Argentina, hace casi tres décadas, sin que él mismo lo supiera). "Los tres necesitábamos un proyecto para alegrarnos e instalarnos en lo lúdico", explica Pedemonti, socio de Pipa Produce, con una larga trayectoria como productor de obras del ON Corrientes, como Toc Toc, Amadeus y Visitando al Sr. Green.
Con Chin Gú –una coproducción del C. C. Konex, Pipa y Minina Fund–, este trío creativo se alineó en un nuevo paradigma de teatro que tiene que ver con la experimentación y con derribar lo que en la jerga llaman "la cuarta pared", que vendría a ser ese velo invisible que separa a los actores de la sala.
En esta tendencia se inscriben obras precursoras como Sleep no more, del grupo Punchdrunk, realizada desde 2011 en un tétrico hotel abandonado de Chelsea, Nueva York. En ese caso se trata de una adaptación de Macbeth con toques de Hitchcock –el periódico New York Magazine dijo que es como estar en una película de Kubrick–, en la que el público hace un recorrido inmersivo por los seis pisos del hotel e interactúa con el elenco de la obra. Eso sí: en todo momento los espectadores llevan puesta una máscara, que representa esa cuarta pared.
"Nosotros rompimos con eso también, porque buscamos que el público sea parte de la historia, que le pase algo, que se transporte, que no se termine de sentir del todo cómodo, pero que al mismo tiempo sepa que nada malo le va a pasar. Buscamos generar una incomodidad cómoda", sostiene Pedemonti. Y sugiere: "La idea es que te vayas sin un gramo de resolución teatral".
Para lograr ese nivel de realismo, no hay escenografía de teatro, ni luces, ni gente disfrazada. Solo olores y ruidos. "Nada es artificial –afirma–. Si es artificial, no te lo creés, no jugás, no salís afectado". A esto se suma la pizca de "lo oriental", un universo que para algunos porteños es hermético y, para otros, un misterio insondable.
El Oriente sigue siendo lejano
Uno de los logros de esta obra es que despoja al espectador de todos sus recursos conocidos para interpretar un espectáculo. En cierto punto de la noche más de uno se pregunta quién lo mandó a meterse en un container para hacer quién sabe qué cosas. "¿Acaso no debería estar cenando con mi mujer o tragando pochoclos en los cines del Abasto?", pensará alguno.
A ese terreno poco reconocible, ese depósito subterráneo repleto de ruidos, olores y gritos, se agregan "los chinos". LA NACION revista conversó con Sang Min Lee, Miguel Oniyanagi, Alejandro Chen y Memi Sushina (más tarde llegó Pablo Sakihara). Lo cierto es que solo uno de los miembros del elenco es descendiente de chinos; el resto tiene ascendencia taiwanesa, japonesa y coreana. Todos son actores y la mayoría olvidó el idioma de sus padres y abuelos; por eso tuvieron que volver a aprender ciertas frases para recitar los diálogos (casi siempre improvisados) de Chin Gú. Eso sí, para no spoilear más la obra, no se podrá decir qué papel hace cada uno.
"Los hacemos entrar en una situación en la que están contentos hasta que tienen que decidir algo muy delicado. Esto es un juego y te permitís hacer cosas que en otro contexto condenarías. Lo clandestino e ilegal no está precisamente en Chin Gú…", analiza Sang Min Lee, que nació en Corea del Sur y llegó a la Argentina en la década del 70, en donde estudió Ciencias de la Comunicación y se formó en la actuación. Antes de subirse a las tablas, fue vendedora y encuestadora.
"Es raro ver a tantos asiáticos actuando juntos, más si no hacen el típico papel de atender un supermercado o practicar artes marciales", celebra Memi Sushina, kinesióloga, acupunturista y actriz, que recuerda al personaje de Gogo, la demoníaca colegiala que andaba con una bola de metal con clavos en Kill Bill, de Quentin Tarantino. En cambio, Sang Min Lee vendría a ser una versión más exquisita de O-Ren Ishii (Lucy Liu en la vida real), la imperturbable jefa de los 88 locos.
"El Oriente sigue siendo lejano", dicen entre risas Miguel Oniyanagi y Alejandro Chen. "Si a veces pasa que vas al súper y escuchás hablar en chino y pensás que están enojados, pero en realidad se están diciendo cosas simples, del estilo: ‘¿Te acordaste de colgar la ropa?’", describen.
Los padres de Miguel llegaron de Japón en la década del 50. Viajaron dos meses en barco y pasaron por República Dominicana y Paraguay antes de radicarse en Buenos Aires. Miguel trabajó de agricultor, tintorero, heladero, en restaurantes de comida oriental y en grandes empresas como Danone. En 2004 empezó a estudiar clown y el año pasado arrancó su formación actoral en Timbre 4. Pese a su origen japonés, cuenta que no sabe hablar el idioma de sus ancestros. "Aprendí algunas palabras para Chin Gú", comenta.
Por su parte, Alejandro Chen tiene raíces taiwanesas, estudió teatro, es fotógrafo, actor y también tuvo que esforzarse en escuchar a sus padres (que se conocieron en la Argentina) para recuperar algo de la lengua de su familia.
Dos de los actores no asiáticos de la obra, Pedro Risi y Mariana Giménez –que también participaron de la entrevista– entienden que "muchos elementos construyen la fantasía de lo oriental; el cine se ha encargado de mostrarnos miles de ficciones sobre la mafia china y japonesa. Todo eso construye un otro". El caso de Giménez es especial porque se compenetró tanto con Chin Gú que terminó aprendiendo muchas palabras en chino. "Habla mejor que yo", bromea Chen.
Asumir un rol
Conversando con las directoras de la obra, Natalia Chami y Romina Sak, queda claro que Chin Gú tiene mucho que ver con una palabra que está de moda en las empresas desde hace un tiempo: el empowerment. Es decir: qué pasa cuando se le da a la gente una cuota de poder. Porque, como clamaba Franklin D. Roosevelt y luego el Hombre Araña: "Un gran poder conlleva una gran responsabilidad". Siendo que, como decía Hobbes, "el hombre es el lobo del hombre", algo siempre puede salir mal. La historia lo demuestra seguido. Si encima se acota el experimento a tres containers, el tubo de ensayo resulta fabuloso e impredecible.
Una referencia cercana también podría ser el Estudio del comportamiento de la obediencia, del psicólogo Stanley Milgram, en el que se basó el clásico del cine francés I... como Ícaro (del director Henri Verneuil, 1979). En el film se describe cómo una persona es capaz de obedecer las órdenes de una autoridad aun cuando pudieran entrar en conflicto con su propia moral.
"Cuando asumís un rol y te compenetrás, tomás decisiones y hay consecuencias", asume Chami. "Nos sorprendemos del cinismo de la gente", observa. Para Sak, también se trata de desarmar los estereotipos con respecto a lo oriental. "Los actores asiáticos se burlan de sus propios prejuicios", asegura.
Al final de la noche, cuando el público haya salido del Konex para regresar a la seguridad de sus hogares, nadie sabrá realmente si lo que ocurrió en ese depósito fue realidad o ficción. Pero ya no se puede decir más en estas líneas. Como con Las Vegas, lo que pasa en Chin Gú queda en Chin Gú.
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