Nick Kroll se está limpiando una mancha blanca de ensalada de pescado en la comisura del labio cuando se acerca un chico a nuestra mesa. "Vos sos Big Mouth", le dice en un inglés roto un niño mexicano de más o menos 10 años que está de vacaciones en el Lower East Side de Nueva York. "No me dejan verlo", dice el chico, alejándose del alcance del oído de su madre, "pero me encanta".
Big Mouth es un grotesco programa animado acerca de un grupo de muchachos torpes y cachondos que se masturban y tienen sueños húmedos durante su pubertad. Creada por Kroll y ya en su segunda temporada para Netflix , la serie es ampliamente adorada; no solo por otros púberes cachondos, sino también por sus padres, sus profesores y por cualquiera que haya sufrido la humillación de esos años confusos. Es una extraña comedia sobre el pasaje a la adultez que les pone voz y rostro a las fuerzas oscuras de la pubertad, entre los personajes están los monstruos hormonales de cada adolescente y un mago de la vergüenza que aparecen como fantasmas que animan los peores impulsos de los chicos. Y de algún modo, en medio de chistes sobre pajas y vello púbico, consigue un tono reconfortante. Todos somos desagradables y estamos locos por el sexo, parece decir Big Mouth, así que bajate los pantalones y seguí así.
Durante una carrera de casi 20 años haciendo improvisación, programas de sketches y sitcoms, Kroll, 40, creó docenas de personajes. Pero los freaks de Big Mouth probablemente sean sus creaciones más humanas, y las más resonantes. El programa tiene un puntaje de 100% en Rotten Tomatoes. Y aunque Netflix es tacaño a la hora de compartir información, Kroll escuchó que hay un alto porcentaje de visitas repetidas.
Kroll estaba en Argentina filmando Operation Finale (un drama en el que el actor hace de un agente de la Mossad en busca de Adolf Eichmann) cuando se estrenó la primera temporada en 2017. Cuando volvió al pueblo de donde es, en el condado de Westchester, en el estado de Nueva York, para el bar mitzvah de su sobrino varias semanas después, se dio cuenta de que había dado en el blanco. "Mi sobrino y sus amigos me decían frases del programa, lo cual era super extraño y divertido", dice. "Después, esa misma noche, algunos de los padres decían que les había dado la plataforma para hablar de algunas de esas cosas con sus hijos. Eso es muy gratificante."
Aun así, la tarea didáctica tiene sus límites; en esencia, Kroll es un esclavo de la comedia: "Mi primer objetivo es hacer algo divertido y entretenido. Yo creo que te ganás el derecho a hacer cosas super desagradables, de esas que decís qué mierda están haciendo, si mostrás también momentos honestos y emotivos".
Aunque él es uno de los cuatro cocreadores, Kroll es el MVP de Big Mouth: es productor, coescribe muchos de los episodios y hace las voces de 25 personajes, incluyendo a uno de los calentones centrales, Nick. En un nivel básico, Big Mouth es la historia sin barniz de Kroll y su amigo de la infancia, Andrew Goldberg, otro cocreador, a quien se le ocurrió la idea original. "Hay muchas historias compartidas", dice Goldberg. "Es cierto que me acabé en los pantalones en un baile de la escuela. Y a Nick le bajaron los pantalones enfrente de la chica que le gustaba." Kroll y Goldberg se conocieron en primer grado, solidificaron su extraño vínculo cómico en la secundaria (hicieron un corto en el que Kroll hacía del Roy Cohn de la Edith Bunker de Goldberg) y, luego de que Goldberg trabajara para American Dad y Family Guy, se volvieron a juntar para Big Mouth.
El elenco también está plagado de amigos de Kroll. El comediante John Mulaney, colaborador frecuente a quien Kroll se llevó a su grupo de improvisaciones durante su época en Georgetown, hace del mejor amigo de Nick, Andrew. Jessi Klein y Jenny Slate, quienes les dan voz a los personajes femeninos principales, son amigas de la escena de la comedia de Nueva York. También están Kristen Wiig, Maya Rudolph, Fred Armisen y Jordan Peele. "Jack McBrayer y Craig Robinson hacen de mis vellos púbicos", dice Kroll con alegría.
Hace poco, dice Kroll, una de sus sobrinas estaba descifrando por qué él parece de una generación más joven que sus tres hermanos mayores: "Y me dice: ‘Bueno, es porque el tío Nick vive una vida de niño’. Y yo pensé: ‘Sí, es cierto’. Yo tengo una vida privilegiada en muchos sentidos. Soy lo suficientemente viejo para saber cómo funciona el mundo y ganarme la vida, pero también lo suficientemente joven como para ser un poco malcriado y hacer lo que quiera. Pero es difícil explicarle a tu sobrina que eso también es un trabajo difícil. Sí, el tío Nick tiene una vida de niño, y también trabaja constantemente y tiene picos de estrés a cada rato".
Parte de lo que deberías saber acerca de la infancia de Kroll podría ser explicado por el hecho de que asistió a los siguientes eventos deportivos históricos: el Game 6 de la World Series de béisbol de 1986, con una pelota a primera base al ras, y la victoria de los Mets contra los Red Sox en un inning suplementario; el partido de 1995 en el que Reggie Miller de los Indiana Pacers anotó unos ridículos ocho puntos en nueve segundos, aniquilando a los Knicks (y a Spike Lee) en los playoffs de la NBA; y el Super Bowl XXV, en el que los Bills perdieron contra los Giants después de que un último intento de gol de campo se fuera desviado a la derecha. "Fue durante la Guerra del Golfo", dice Kroll, "y Whitney Houston cantó el himno nacional con un traje deportivo de Sergio Tacchini, y había aviones volando". Suspira. "Y además tenía muy buenas ubicaciones." Después, de repente, consciente y quizás demasiado consciente: "No tuve el camino más difícil."
Su padre, Jules Kroll, dirigía la imprenta de su abuelo en Queens cuando se le ocurrió crear una empresa de seguridad para combatir la corrupción burocrática. Eso derivó en una compañía multinacional con miles de empleados en 20 países y una lista de clientes que incluía a poderosos corredores de bolsa de Wall Street, monarcas, gobiernos, y corporaciones. "Cuando el gobierno de Kuwait fue tras los bienes de Saddam Hussein", dice Kroll, "contrataron a mi padre. Teníamos un policía estacionado en la puerta de casa". Jules vendió la compañía en 2004 por cerca de 2.000 millones de dólares y lanzó una nueva empresa que se enfoca en fraudes, que dirige con el hermano mayor de Kroll.
De niño, Kroll era un atleta talentoso, pero se desarrolló tarde. Cuando su tamaño hizo que la competencia deportiva fuera despareja, empezó a poner su energía en ser gracioso. Kroll fue a la Rye Country Day School, pero fue el semestre que pasó entre "los bizarros con confianza" de la Mountain School de Vershire, en Vermont, el que dejó la marca más duradera en él. "Todos mis amigos de ahí eran raros de una manera genial", dice. "Me acuerdo de leer la autobiografía de Charles Mingus y hacer mímica cantando ‘Sex Machine’, de James Brown, con un mameluco naranja." Eso no era algo que el Nick Kroll del bachillerato hubiera probado, aunque Goldberg dice que su amigo siempre fue "un sabelotodo al que no le importaba nada". Un gran elogio. Hace veinticinco años, dice Goldberg, "si le hubieras dicho a los Nick y Andrew de 13 años que algún día tendrían un programa exitoso sobre sus vidas, yo habría dicho: ‘Salí de acá’, y Nick habría dicho: ‘Por supuesto’".
Después de graduarse de Georgetown en 2001, Kroll se mudó a Nueva York, donde empezó a ir a shows a micrófono abierto y a talleres de improvisación, y a reclutar a los colaboradores con los que trabaja desde entonces. Finalmente se fue a Los Ángeles, donde consiguió un protagónico en la sitcom de FX, The League, y el papel de Douche en Parks and Recreation. En 2013, su Kroll Show lanzó al mundo bizarreadas como Bobby Bottleservice, el fanático de las discotecas, la publicista Liz G y, junto con Mulaney, los viejos hipsters Gil Faizon y George St. Geegland. Pero hacer un programa de sketches cómicos en la época de Key & Peele e Inside Amy Schumer era como una mancha en el triunfo de Kroll. "Yo pensaba: ‘Yo sé que mi programa funciona. Yo sé que gusta’, pero al ver el impacto cultural que tenían esos dos programas... Yo sentía que no había triunfado de la manera que hubiera querido." Hay una pausa y una leve autorreflexión. "Quizás soy más competitivo de lo que me gustaría admitir."
¿Quién hubiera dicho que un programa animado, como dice Kroll, "acerca de chicos que se masturban", sería la revelación, la sensación de ser parte de algo absolutamente hilarante y quizás incluso noble, algo que transformó un parche inevitable de la experiencia humana en algo un poco más tolerable? Él dice que trabajó para encontrar un equilibrio entre ser lo suficientemente estricto consigo mismo como para crear algo grande pero no tan estricto como para no disfrutarlo. "Es como tratar de controlar al niño de 13 años que hay en mi cabeza", dice. "Él todavía quiere tener un montón de vello púbico y llegar a agarrarse del aro de básquet. Pero yo ahora entiendo la importancia de la higiene personal, y que está bien si apenas tocás la red."
Por Mark Healy
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