El espíritu de Lorca, con visos renovados
Las bernardas / Coreografía y dirección: Teresa Duggan / Música original: Edu Zvetelman / Banda sonora: Duggan-Zvetelman / Vestuario: Nam Tanoshii / Visuales interactivas: Federico Joselevich Puiggrós / Intérpretes: María Laura García, Daniela Velázquez, Magda Ingrey, Vanesa Blaires, Laura Spagnolo, Josefina Perés, Gabriela Pizano, Vanesa Ostrosky / Funciones: sábados, a las 20 / Sala: teatro del Celcit, Moreno 431 / Nuestra opinión: Muy buena.
La casa luce en penumbras y reina el silencio, mientras una borrosa presencia central parece controlarlo todo. Sólo se divisa un animalito doméstico que juega con un ovillo. Es la casa de doña Alba, personaje que -se supone el público conoce a través del clásico de García Lorca. Pero en esta versión, la vieja dama déspota no está; no hace falta, porque su carga de represión y oscurantismo se ha transferido a sus hijas: ellas han asumido ese rol dominante y censor, según el elocuente título de la pieza: Las Bernardas.
Es una transmisión del control y la censura que coincide, en el plano de la educación, con la noción clásica, no siempre tenida en cuenta, de "ideología": el brazo reproductor (inconsciente) de los principios de una clase dominante.
Cifrado en esa premisa, el nuevo aporte de Teresa Duggan avanza por un camino definido. En la dialéctica entre el deseo y el mandato materno, hay apelaciones a la voz, que las intérpretes emiten a veces con timidez, y otras con matices exasperados. También, textos en off, como plegarias en un castellano castizo. En los certeros temas musicales de Edu Zvetelman se alternan sintetizadores con instrumentos acústicos, más inserts de otras fuentes sonoras no especificadas en el programa.
Con despliegues preferentemente grupales (a veces, con energía desatada), la composición coreográfico-dramática de Duggan destaca, a cierta altura, la irrupción de la rebelde Adela (Josefina Perés) con un atuendo verde-furioso que contrasta con el negro riguroso de sus hermanas, que no tardan en acallar su impronta hasta sofocarla.
La exigencia de incluir en el relato la imprescindible gravitación de Pepe El Romano (el desencadenante del conflicto) sin alterar el esquema escénico de un bloque unívoco femenino, se resuelve con un recurso que resulta un hallazgo: un pantalón con tiradores, prenda que será tironeada desde cuatro ángulos por las mujeres como si se tratara de ménades despedazando a un fantoche.
Esta invención escénica, configurada en la combinatoria de siete mujeres (además de un gato), conforma una experiencia emblemática de eso que, con insistencia no siempre rigurosa, ha dado en denominarse danza-teatro (o, a veces, un discutible teatro-danza). Este lenguaje, en la Argentina, tuvo una pionera insoslayable en Ana Itelman (1927-1989, maestra de la que Duggan fue discípula), en este caso con encomiable equilibrio entre lo dramático y lo que, en términos eclécticos, es movimiento danzado.
Consecuentemente con esa concepción, la obra no incluye "baile" en sentido convencional y sí, en cambio, una fuerte expresividad corpóreo-espacial. Un marco espacial, por lo demás, frecuentemente alterado por un original diseño lumínico que incluye proyecciones de textos circulantes.
Uno de los rasgos destacables de Las Bernardas acaso resida en el atrevimiento de Duggan a imprimir una vuelta más de tuerca a un material architransitado como este clásico lorqueano; a la propia Itelman se debe una memorable versión, en el Teatro San Martín, con el título de Casa de puertas (1977).
La propuesta de Teresa Duggan, sin embargo, con una vasta experiencia previa y por una vía conceptual, llega a resultados propios y, en algún punto, innovadores.
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