La La Land: por qué no es ni "la mejor película de la historia" ni un bodrio
A pocos días de lo que se espera que será una catarata de premios Oscar, el musical de Damien Chazelle sigue polarizando al público, que parece dividido entre detractores y fanáticos
Con impecable timing, la distribuidora local de La La Landubicó su estreno para tres días después del anuncio de las nominaciones al Oscar . Para entonces, la película de Damien Chazelle se había convertido en la más nominada de la historia junto con La malvada y Titanic. Éxito asegurado. Ahora bien, ¿qué significa éxito hoy? Para darnos una idea, el mismo día del lanzamiento de La La Land se estrenó Resident Evil 6. Para las generaciones formadas en un cine que no solía tener el número 6 al lado de casi ningún título, Resident Evil no es opción; sin embargo, fue el estreno más visto de esa semana.
Es que hay, groseramente y en aras de esta argumentación, dos públicos: el que ve el gran estreno híper publicitado de marca previamente conocida (por secuela, por libro) y un público un poco más especializado (por formación, por gusto particular, por ser mayor) que no va al estreno gigante. Ese público, si trazamos una línea hacia el pasado, es el que llenaba las funciones del Luxor en cualquier horario en la semana del estreno de El silencio de Ingmar Bergman, o el que hizo que El sabor de la cereza fuera un récord en 1999. Un público que podía combinarse con otro más masivo y hacer que Nazareno Cruz y el lobo tuviera una recaudación millonaria en los 70, o Relatos salvajes hace poco. Pero esa combinación del público que quiere ver una película con algunos pergaminos con el que quiere ver Resident Evil 6 se da cada vez menos, salvo con el cine nacional.
Películas como Iron Man 3 pueden ser relevantes y grandes a la vez, pero ese público que busca un cine por fuera de los estrenos gigantescos suele perdérselas, a veces incluso en favor de algo de calidad inferior. Pero no estamos hablando de calidades como de decisiones de consumo. Los críticos solemos olvidar que nuestro universo de intereses en el cine es más amplio que el del espectador promedio. Hay espectadores que descartan xXx, Resident Evil y Iron Man. Y otros que descartan estrenos con prestigio o premios previos.
No es noticia que la influencia de la crítica no es la misma hoy que en el pasado. Incluso en las publicidades de la cadena Village se incita al espectador a que se comunique directamente con el material informativo del cine y deje de lado las "críticas sin sentido". Quizá sea el adiós a la idea de Serge Daney de la crítica como vínculo entre el cine y el público, del crítico como mensajero entre dos orillas. Ese público que antes se orientaba (o lo hacía más que ahora) por las críticas, espera con ansias saber qué ver, tener algún faro. Y allí el rol del Oscar es cada vez más importante.
La La Land, con sus 14 nominaciones, generó mucha atención en este público que quiere saber qué ir a ver. Además, con crítica muy positiva y de un director que había llamado la atención de ese mismo público hace dos años con Whiplash. El musical, además, genera una división ya folklórica entre la gente que odia el género y mucha otra que espera agazapada que aparezca alguno, porque hay pocos. La La Land, además, estuvo en grandes festivales, como Toronto y Venecia, y está protagonizada por actor y actriz en ascenso, con encanto. Un combo para volver al cine, para entusiasmarse a priori, para que sea un evento. Y evento es el término clave.
Porque las películas "del otro público" suelen construirse como eventos, con noticias previas y despliegue de copias. Son películas que generan expectativa, que hay que ver cuanto antes y comentar rápidamente en la oficina o en las redes. Y La La Land es un evento para ese público que no está tan acostumbrado a tener eventos cinematográficos, y los necesita. Así las cosas, para los que gustan de ella, "es la mejor película de la historia". Porque las redes han generado eso.
Si alguien dijo que algo era bueno, el siguiente, si gusta de ese algo, dirá que es mejor. Y la hipérbole máxima no tarda en llegar. También sucede al revés, en sentido negativo. Se genera un ambiente en el que hay que tomar posición, a veces extrema. Y ese público que va a ver La La Land puede decir "no era para tanto". Y casi nada es para tanto, generalmente. Con La La Land viene pasando que los espectadores que no gustaron de la película y que se sienten más confiados –porque conocen de cine clásico o en especial de musicales–, exponen sus opiniones con fuerza. Otros, dubitativos, se nos han acercado a algunos críticos preguntando si nos había gustado y, ante el "no tanto" como respuesta sienten una conexión, un alivio. Es que estas películas-eventos, con nominaciones y tanta gente sumándose a la hipérbole, parecen ser de valoración obligatoria.
En no pocas ocasiones, en estos tiempos de críticas opacadas por la discusión veloz en comments breves o respuestas aún más breves en Twitter, lo que se pierde es la argumentación, la capacidad de reconocer buenos argumentos en el otro aunque no pensemos lo mismo de una película. De hecho, uno de los elogios más valorables para un pensamiento crítico es "no estoy de acuerdo en su valoración, pero es muy bueno o muy atendible lo que ha escrito, lo que ha observado". En cambio, el "me gusta/no me gusta" es muy poco productivo, no enriquece las discusiones ni las miradas. La La Land genera, como casi todas las películas, diversas opiniones, pero esa diversidad cae en un contexto de recepción que está inflado, acicateado, encendido. Entonces, aquel que siente que su opinión no participa del consenso se oculta, y se suma -como saliendo de un escondite- cuando alguien se manifiesta en un sentido parecido a su opinión.
Hay una particularidad, más allá de su construcción como evento, que hace que las opiniones se separen aún más. Lo que para algunos parece estar en juego con La La Land es la defensa del Hollywood clásico, del género musical y hasta del jazz, tres elementos que podrían verse como pilares de nuestros gustos. Y allí agrega un blindaje extra. Y no es de extrañar que ese blindaje, por su inclusión no demasiado elaborada –decimos nosotros, los que no somos de los más favorables frente a la película– genere, en los réprobos, aún más rechazo. Y, por supuesto, la reacción frente a las 14 nominaciones y los grandes elogios. La disparidad de opiniones –en ocasiones muy extremas– es un signo de los tiempos y de la propia fortuna de la película, de su construcción como evento imposible de ignorar.
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