¿El doctor Livingstone, supongo?
El 10 de noviembre de 1871, en la ciudad africana de Ujiji, Tanzania, el explorador Henry Stanley encontró al hasta entonces dado por perdido, y también explorador, David Livingstone y le dijo una frase célebre: "¿El doctor Livingstone, supongo?"
Esta coincidencia en la vasta y enmarañada geografía del continente negro se entiende si se consideran las múltiples expediciones europeas, sobre todo británicas, que se realizaban allí, las más de las veces con un confesado interés científico, pero, inobjetablemente, con fines políticos y económicos.
Como sea, en el momento de aquel encuentro el escocés Livingstone tenía una amplia fama como explorador. Ya había descubierto, 15 años atrás, las cascadas del río Zambeze, que bautizó Victoria, como la reina británica Victoria.
Hacía cerca de seis años que no se sabía de él, incluso algunos creían que había muerto. El periodista galés Henry Stanley recibió el encargo del director de su diario, The New York Herald, de viajar a Africa y, nada más ni nada menos, encontrar a Livingstone.
Son imaginables las incomodidades que debió sortear Stanley: la naturaleza y los mosquitos, ambos indomables, demás bestias acechantes, y hasta una rebelión de sus porteadores.
Dos años después del inicio de la travesía, en Ujiji, un poblado a orillas del lago Tanganica, se cruzó con un hombre blanco ya mayor. Así describió el momento en su libro titulado, justamente, How I Found Livingstone (Cómo encontré a Livingstone) : "Mientras avanzaba lentamente hacia él, observé su palidez, lucía fatigado, tenía una barba gris, llevaba puesta una gorra azul con una faja dorada descolorida, una chaqueta corta de color rojo y un par de pantalones grises. Quise correr hacia él, pero me amedrentó estar rodeado por una multitud; hubiera querido abrazarlo, pero él era todo un englishman. No supe cómo me recibiría, por eso hice lo que la cobardía y el falso orgullo sugerían, me acerqué a él, me quité el sombrero y dije: ¿El doctor Livingstone, supongo?. Sí , dijo, con una amable sonrisa y quitándose ligeramente la gorra.
"Volví a cubrirme la cabeza, él hizo lo mismo, después nos dimos la mano y dije: Gracias a Dios, doctor, que pueda verlo. El contestó: Me siento agradecido de estar aquí para darle la bienvenida.
Después de compartir un tiempo juntos explorando, se separaron. Con el tiempo, Stanley desarrollaría una brutal actividad en esas tierras, las mismas donde Livingstone dejaría sus huesos.
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