El culto por lo extraño
Algunos espectadores prefieren el terror, la violencia y la ciencia ficción
La corriente bizarra se ha convertido en el último tiempo en un fenómeno mundial. Los ciclos televisivos, cineclubes, videoclubes, publicaciones y negocios especializados despiertan el interés de los jóvenes y de los que no tan jóvenes
Es evidente que en los últimos años ha crecido el público sediento por un cine que por lo general abarca films que han sido desprestigiados por los especialistas.
El crítico Diego Curubeto, quien a fines de 1996 editó el libro "Cine Bizarro -100 años de películas de terror, sexo y violencia", explica que la pasión por lo "extraño" no es algo nuevo en nuestro país. "Ya a comienzos de los ´70 existía el Bela Lugosi Club, donde se exhibía este tipo de películas -comenta-, como también el ya clásico ´Sábados de superacción´. No es casual que la gente quiera ver los films que se pasaban en este programa", agrega sin titubear.
Asimismo, Curubeto sostiene que una de las razones por las que actualmente el culto a lo bizarro constituye un fenómeno es simplemente porque está mucho más expuesto que antes.
En su libro, el joven crítico y estudioso del cine explica que el significado de bizarro nada tiene que ver con la definición de los diccionarios de lengua castellana, sino que éste proviene del "bizarre" francés que quiere decir "extraño".
Para Moira Soto, una de las fundadoras del Bela Lugosi Club, actualmente se está viviendo en la Argentina un importante movimiento bizarro. "Lo noto desde mi trabajo en la Rock & Pop (Soto es columnista en el programa de Roman Lejtman) - cuenta-, donde recibo varias llamadas en las que me consultan o me piden material."
A la vez, reconoce que hay un interés mucho más masivo respecto de la primera época del Bela Lugosi Club. "Los chicos además de conectarse muy bien con el género, manejan mucha data", observa.
El clásico Bela Lugosi Club nació a comienzos de los ´70 en "forma espontánea", aclara Moira, la sacerdotisa suprema, tal como la define Curubeto. "Eramos un grupo de periodistas que amábamos el cine de terror y fantástico -rememora-. Entre ellos estaban Agustín Mahie, que escribía en La Opinión; Edgardo Cozarinsky, que actualmente trabaja en París y Carlos Frugone, de Clarín, además de algunos cultores del cine."
Las funciones, a diferencia de otros "clubes", se realizaban en los microcines de las distribuidoras y no eran abiertas al público. En muchas oportunidades auspiciaban las películas que tenían salida comercial, "lo que era una garantía para los conocedores del género", apunta Soto.
Aquellos años, los ´70, eran los de la época final de las películas de la Hammer Films (productora inglesa) y de Christopher Lee, entre otros. "Por aquel entonces había muestras muy interesantes del género de terror, tanto del inglés como del norteamericano -asegura-. Veíamos todo, todo lo que estaba a nuestro alcance lo devorábamos."
Los recuerdos inundan a Moira, quien confiesa lo divertido de algunas funciones: "Disfrutábamos muchísimo de los clásicos fantásticos del cine mexicano, como los de Santo; de películas como ´Sangre de vírgenes´, de Emilio Vieyra, y las que protagonizaba la diosa siliconada y tentadora de vampiros, Ingrid Pitt -señala-. Muchas exhibiciones las hacíamos equipados con pitos y matracas, y en los momentos de máxima tensión largábamos todo nuestro arsenal."
Los momentos de diversión quedaron a un lado cuando los militares tomaron el poder. "Y así comenzó el verdadero reinado del terror en nuestro país", dispara Moira.
Durante el proceso, poco a poco el Bela Lugosi Club fue desapareciendo; por un lado las películas eran secuestradas o censuradas y por el otro la mayoría de los periodistas que conformaban el club debieron exiliarse.
"Una vez Tato (haciendo referencia al máximo censor) dijo que consideraba a los vampiros como subversivos -comenta- y en algo tenía razón, porque los vampiros realmente subvierten el orden. Son personajes de la noche, no muertos, y están íntimamente ligados con el erotismo, cosa que a este hombre le molestaba muchísimo."
El primero en utilizar el término bizarro para denominar un ciclo fue Fabio Manes con "Medianoches bizarras", que prsentaba pasada la hora de las brujas en el Club de Cine.
Desde sus comienzos como estudiante de cine en la escuela del Instituto, donde compartió experiencias con Curubeto y adquirió conocimientos de Alberto Farina, Manes se sintió atraído por películas de Darío Argento, David Cronemberg y, sobre todo, los films al mejor estilo "gore". Fue así como después se colocó tras las cámaras, realizó cortos bizarros, coleccionó películas -aún hoy lo hace- y llevó adelante la idea de organizar ciclos.
"El primero que hice fue ´Televisión fantástica y superhéroes japoneses´ en el Museo de Bellas Artes en 1987 ¨, recuerda. Más tarde llegaría "Medianoches bizarras" en el Club de Cine. "Ya de por sí el lugar era bastante bizarro -comenta Manes haciendo referencia al subsuelo de la galería de Corrientes al 1200, donde funcionaba el cineclub-. Tan particular era el sitio que al poco tiempo apareció el video club ´Mondo macabro-video bizarro´." En cuanto al público, Manes dice "era lo más divertido, iban desde adolescentes hasta jubilados; de travestis a punks."
Según el coordinador de la Filmoteca Buenos Aires, Octavio Fabiano, siempre hubo un público para este tipo de películas. "Desde el ya desaparecido Club de Cine, nosotros exhibíamos en las ´Medianoches...´ este material inaudito que tiende más a lo rídiculo que a lo serio."
La Filmoteca Buenos Aires que funciona en el Maxi ofrece todos los viernes en trasnoche el ciclo "Cine club nocturna" y a partir de hoy, ofrecerá un "Maratón del terror" que se extenderá hasta el domingo 31.
"El público en los últimos dos años ha aumentado más de lo previsto -observa Uriel Barros, uno de los dueños de Mondo macabro, video bizarro-. Esto tiene que ver con la moda, es pasajero". Las edades de quienes se acercan a Mondo son muy diversas. "Por un lado están los adolescentes, que buscan películas de terror, ciencia ficción o series como ´Los expedientes secretos X´ -analiza-. Los de veinticinco para arriba se vuelcan a títulos que están relacionados con la nostalgia; films que vieron de chicos en ´Sábados de superacción´ o series como ´El avispón verde´ o ´Los vengadores´. Después está el que sólo busca curiosidades o al que le interesan películas de sexo y violencia."
Moira Soto cree que en este fenómeno hay dos públicos; por un lado los exquisitos y por el otro los que se acercan por diversión y ven a este tipo de cine como un mundo que refleja las criaturas del inconsciente. "Considero que la movida actual es, en cierta forma, un triunfo del surrealismo, de un mundo paralelo, extraño, insólito, anormal, que complementa y enriquece la vida cotidiana."
Terror porteño
Emilio Vieyra es uno de los pocos directores argentinos que realizó films de terror clase B, tal como lo señala Diego Curubeto en su libro. Vieyra, además de ser el director de películas de culto como "Sangre de vírgenes", es el creador de la exitosa "La gran aventura" (1973), en la que narra las andanzas de los superagentes Tiburón (Ricardo Bauleo), Delfín (Víctor Bo) y Mojarrita (Julio De Grazia).
Este hombre de 76 años, aún hoy despierta amores y odios por igual. Para muchos filmó mamarrachos de terror como "La venganza del sexo" o "Extraña invasión"; para otros, simplemente películas de culto.
En diálogo con VIA LIBRE, Vieyra cuenta que las películas de sexo, terror y policiales que realizó hace 30 años no fueron pensadas para el público local. "Porque no se podía pensar en este tipo de films para este mercado en la época en la que estábamos viviendo. Después, con los años, algunos títulos se estrenaron."
Los amantes del cine de Vieyra rescatan lo atrevido de los personajes de sus historias para el cine nacional de aquellos años. Tal es el caso de "Testigo para un crimen" (1963), en el que por primera vez en una película argentina aparece un transexual; o en "Placer sangriento" (1965), donde a las víctimas se les aplicaban drogas duras como LSD; o el policial "Todo o nada" (1984), que incluye la primera escena de sexo oral gay en una película hecha en el país.
"Si aún hoy estas escenas son consideradas fuertes, imagínese cómo fueron recibidas en ese período", agrega Vieyra.
Desde su primera película, "Detrás de la mentira" (1961), el realizador sufrió el desprecio de la crítica. "No analizaron el film por sus características cinematográficas, sino por su contendio político -confiesa-. Es un buen policial, pero decidieron sacrificarlo por ser anticomunista, como yo." Considerado como el "director bizarro nacional", Vieyra cree que la búsqueda de este tipo de cine por la gente joven y algunos nostálgicos treintañeros está íntimamente ligada a la falta de producciones de este estilo.
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