El cuerpo anímico: la obra que transforma la enfermedad y muerte en una ceremonia de sanación
Mariela Asensio, en su doble rol de autora y protagonista, propone sobre el escenario un proceso para convertir el dolor en curación y posibilidades, secundada por la magnífica Cristina Maresca
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Autoría: Mariela Asensio. Dirección: Paola Luttini. Intérpretes: Cristina Maresca y Mariela Asensio. Vestuario: Gustavo Alderete. Escenografía: Giuliano Benedetti. Iluminación: Matías Sendón. Audiovisuales: Mariela Asensio. Sala: El extranjero (Valentín Gómez 3378). Funciones: jueves, a las 20.30. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Mariela Asensio perdió a Victoria, su mamá, hace muy poco, unos tres meses. Tenía cáncer de pulmón, enfermedad que se instaló en sus rutinas los últimos ocho años cuando el diagnóstico marcó la hora de lo que venía: tratamientos, medicinas, autorizaciones, mejoras y caídas, esperanza y agobio, altibajos, zozobra, vida y muerte.
El cuerpo anímico, la última obra escrita por Asensio y dirigida por Paola Luttini, acompaña el camino de madre e hija a través de ese terreno de obstáculos. Durante ese devenir cotidiano entre hospitales y consultas, aparecen preguntas sobre el sentido de ese sufrimiento, del por qué y cómo se relacionan los cuerpos con la enfermedad en una sociedad que exige productividad incesante a cambio de la promesa de juventud eterna.
En una escenografía totalmente blanca, el escenario se divide en tres partes separadas por unos biombos metálicos, típicos del mobiliario de la salud, que son móviles y permiten cambiar con rapidez los espacios. En ese ambiente casi hospitalario, resalta el vestuario rojo brillante de Mariela, la hija (que, por supuesto, interpreta Asensio), y el más opaco y oscuro de Victoria, la madre, personaje a cargo de la magnífica Cristina Maresca (la abuela de La omisión de la familia Coleman y de Dora, un ingrediente especial, ambas en cartel).
Como en La casa oscura -el show documental donde Asensio y Maruja Bustamante se metieron con la salud mental-, la directora es Paola Luttini, quien hace tiempo forma dupla creativa con la creadora de Mujeres en el baño, en distintos roles (Asensio la dirigió en Vivan las feas y No me llames). Por lo tanto, hay una identidad en conjunto, un estilo que las identifica: la pantalla que no solo “ilustra” con imágenes sino que suma información, pone los títulos de cada momento, enumera los créditos, dice “Fin”; el uso de todo tipo de material de archivo audiovisual, fotografías, audios de WhatsApp; la narración a público como una confesión verborrágica, procedimiento redoblado por la acción, es decir, la enunciación narrativa precede y anuncia lo que inmediatamente se realiza en el diálogo. En este viaje donde lo ficcional se cruza tan íntimamente con lo biográfico y autoreferencial, la “duplicación” de las Marielas es ostensible, la autora que reflexiona sobre los hechos con preguntas sin respuesta y la hija personaje que lidia como puede con la madre enferma.
Victoria nunca es víctima. Maresca rescata con humor sus insultos contra el sistema, su incorrección política, su inocente manipulación, pero también la ternura con la hija, el conmovedor deseo de volver a la rutina (“solo quiero ver la televisión con un vinito y mi perrita”), la aceptación sabia de lo irremediable, la importancia del instante. Quizás porque en esta etapa terminal no podemos evitar encariñarnos con ella, quedan ganas de conocerla mejor. En pantalla aparecen un par de fotografías con la Victoria joven y, en escena, el personaje de Maresca cuenta que su vida no fue fácil. Pero no mucho más.
En la sala, el silencio absorto solo es roto por ruido de lágrimas. Es difícil entender para quienes no somos actores ni actrices, cómo Asensio puede interpretar(se) a esta hija, pero suponemos una explicación.
Durante el tortuoso transcurrir de la enfermedad, escribió El cuerpo anímico mientras imaginaba a su madre en la platea. En medio de los ensayos, llegó otro final, ese que no puede cambiarse. No obstante, contra esa imposición, el proceso continuó hasta el estreno. “Voy a decirte acá todo lo que no te diría en la vida real”, blanquea la hija a la madre ya debilitada y sin ganas de seguir luchando. Esa es la clave de la obra, su condición de posibilidad para que estos artistas y el motor fortalecido de un corazón roto transformen el dolor en ceremonia de sanación colectiva. Hay otra vida y sucede en el teatro.
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