El coreógrafo mejor inspirado
John Neumeier explica por qué le fascinó el estilo de Maximiliano Guerra, para quien creó "Bartok, cuadros", que se verá aquí.
John Neumeier, director del Ballet de Hamburgo, se siente más que feliz de regresar a Buenos Aires con su compañía, con la que sólo vino dos veces en los últimos veinte años.
Artista de enorme diversidad, su repertorio abarca tanto coreografías de larga duración como breves.
-¿Por qué en esta ocasión trae al Colón un programa mixto en lugar de una obra integral?
-Siguen alentándome las piezas que abarcan una velada completa. Es indistinto y, según lo que ese momento me inspira, la hago corta, de mayor duración, con o sin argumento, abstracta. Para esta gira se pensó en un programa que mostrara algo más de mi repertorio, ya que el público argentino ha visto muy poco, por eso se eligió un mixto de tres coreografías. Las obras que tienen mucho cambio de decorados y de vestuario no son tan factibles para tournées, incluso, porque crece el aspecto financiero. Es una lástima, porque me habría gustado mostrar una de las integrales y otro programa con breves.
Director desde 1973 del Ballet de Hamburgo, creador de la escuela semillero del plantel, con un repertorio que acumula un centenar de obras, Neumeier asumió una nueva actividad. Hace poco fue nombrado director administrativo de su área. Lo que significa que no sólo es suya la responsabilidad de planificar la temporada artística, sino también la de distribuir el dinero que ha quedado en sus manos.
-¿No son demasiados compromisos?
-¡Ja! Es claro, pero tengo un excelente contador, mi manager administrativo, que me ayuda. Esencialmente soy una persona creativa y me alienta saber con cuánta plata cuento para realizar proyectos a futuro. Todo me permite crecer y despertar distintas facetas.
-¿Cuál es el presupuesto anual de la compañía?
-Mmm... 13 millones de marcos alemanes, unos 8 millones de dólares. No debe haber pérdida. Por el contrario, hay que pensar en que se "reproduzcan" y que el plan artístico, a la par, dé resultados en lo económico. Es un desafío que me agrada, porque debo ser muy imaginativo. Es verdad que fundé el instituto, que impulsé un taller de nuevos creadores, que ya son habituales las galas con invitados, y sobre todo la que lleva el nombre de Nijinsky. Pero evidentemente el centro de mi trabajo es la creación. Formé este plantel porque necesitaba un instrumento a través del cual pudiese expresarme. En el momento en que sienta que las otras cuestiones me abruman y no me permiten hacer coreografías, voy a cambiar o dejar labores anexas. Mi alegría, mi oxígeno, es crear, y no dejaré de respirar porque otras situaciones me ahoguen.
-¿De dónde proviene su inspiración?
-Es un misterio. Tenemos que pensar en lo que nos rodea, observar la vida, sentir según la visión de un artista, ya que todo genera esa inexplicable magia que me conduce a trabajar en algo. Incluso apelo a lo que estudié en mi juventud, arte gráfico y pintura. A menudo diseño el vestuario y la escenografía.
-¿Qué le interesa explorar en la danza?
-Lo que me cautiva es el ser humano, y la danza lo usa porque el cuerpo de un bailarín es el instrumento de expresión. En todo está expuesto el hombre desde lo que internamente le dictan su alma, corazón, mente, emociones. Luego, esto se traduce en su físico a través del movimiento. Es milagroso. No puedo pensar en la danza sin este bagaje, que compone la identidad y esculpe a cada individuo.
De pies a cabeza, la esencia
-Pienso en el hombre como un todo; no puedo hacer una disociación entre persona y artista. De ahí que he hecho ballets que se relacionan con cierto tipo de religiosidad o de la relación del ser humano con la espiritualidad. Jamás pasó por mi cabeza que este arte es sólo una medida del virtuosismo. Cuán alto, cuán veloz, a qué cantidad de dificultades técnicas llega un intérprete no es el meollo, sino su apertura y grandeza como persona. Me refiero a varios de aspectos, desde los intelectuales y sublimes hasta los emocionales y los eróticos. Y esto también me concierne, ya que trabajando asimismo aprendo mucho de mí y de la vida.
-¿Tiene preferencia por alguna de sus obras?
-Muchas han sido llaves que me han abierto caminos. Como "Tercera Sinfonía", en la que por primera vez usé música de Mahler en forma completa y desarrollando la idea de la evolución del hombre desde tiempos primigenios hasta hoy. Luego, mi versión de "ElCascanueces", obra que reinventé con el lenguaje clásico, busqué una dramaturgia que fuera lógica y que tuviera que ver con la idea general de la pieza aggiornada.
También, "La Pasión según San Mateo", en la que se mixturan nuevas ideas de ballet dramático como cuestiones en las que la forma alcanza otro nivel.
Sentimientos, motor de la danza
"No me gusta hablar de abstracciones en danza porque, tenga argumento o no, el movimiento siempre tiene una carga de sensibilidad y ésta puede poseer miles de matices. Esa impronta es el comienzo, el motor de mis coreografías. Sea cual sea la música que use, de Bach, Satie u otro, necesito un estímulo emocional."
Lo más importante, para Neumeier, es la esencia. "Debo comprender la motivación y, después, encontrar las imágenes que servirán para trasladar mis ideas. Además, buscar las instancias técnicas viables para llevar a cabo lo que tengo en mente. Me importa dar actualidad y vitalidad al vocabulario tradicional, tanto en lo que se refiere a los pasos como a mi manera de traducir lo más antiguo y puro. Asimismo, lo que representa al mundo y a la sociedad de hoy."
Cuando era adolescente supo de la leyenda de Nijinsky. "Fue la personalidad que más admiré. Su corta trayectoria dejó un recuerdo imperecedero. Aunque no existen registros fílmicos, hizo un gran impacto en mí. Seguramente fue un bailarín de una emotividad diferente. Tenía algo de sobrenatural. Por la misma causa me impresionó tanto su tragedia, cuando padeció de esquizofrenia. A mi parecer, fue herido sin remedio en su hipersensibilidad; no pudo soportar el daño que le causó Diaghilef al impedirle bailar y tampoco entendió la guerra que en esa época acosaba al mundo."
Su genio persistió aun cuando ya se lo había declarado demente. Más allá, fue un coreógrafo visionario, de avanzada, no comprendido por el público de entonces y un maravilloso dibujante. "Fue un guía, un ser que me abrió puertas artísticas y humanas. En su homenaje anualmente hago la gala que lleva su nombre."
Su corazón está en el Ballet de Hamburgo, mas Neumeier ha hecho puestas en el Royal de Londres, en la Opera de París, el American Ballet Theatre y en Japón, entre otras compañías y teatros universales. Ha sido reconocido por su arte, con los más altos galardones, en Rusia, Alemania,Japón, Dinamarca y Francia. Sin embargo, su cálida personalidad trasunta sencillez, aquella que tienen los que realmente son grandes.
Tres obras en un programa selecto
El Ballet de Hamburgo actuará el 18 y el 19 de abril en el Teatro Colón, como parte de la temporada del Mozarteum Argentino. La primera vez que vino, en 1981, el plantel mostró "Sueño de una noche de verano" y "Tercera Sinfonía de Mahler", en tanto que en 1996 fue el turno de "La dama de las camelias". Ahora, el elenco llega con un programa mixto compuesto por "Bach Suite" y "Bartok Cuadros", creada para Maximiliano Guerra y que el artista protagonizará aquí.
El cierre, con vestuario del famoso Giorgio Armani, será "Bernstein Dances", segunda porción de una coreografía de tres partes. Al respecto, Neumeier, norteamericano nacido en Wisconsin, dice: "Admiro profundamente a este compositor, de quien tuve la suerte de ser amigo. Era una persona grandiosa, generosa y abierta. Mi obra es una suerte de retrato suyo a través de la danza. Sin ser anecdótica, refleja un período de su vida, cuando Leonard estaba en Nueva York y se sentía inspirado por la ciudad, tal como lo volcó en partituras de ese período y, sobre todo, en West Side Story ". Más tarde, la alianza de esa música con la coreografía de Jerome Robbins concretó un film fascinante.
Neumeier hizo su versión para ballet:el propio Bernstein fue a Hamburgo a alentarlo. "Trabajé musicalmente bajo su dirección, en tanto iban surgiendo las secuencias danzadas. Fue un honor, un encuentro artístico que quedó grabado para siempre en mi corazón."
En 1986, en el teatro Coliseo, Neumeier y Marcia Haydée interpretaron "Las sillas", que Maurice Béjart creó para la pareja, inspirado en la pieza de Ionesco. Su relación con el Ballet de Stuttgart, donde comenzó como bailarín e hizo sus pininos coreográficos, fue fluida, e hizo varias obras para esa compañía después de asumir en Hamburgo. Entre otras, "Un tranvía llamado deseo", que se vio en 1991, cuando el elenco de Stuttgart la mostró en el San Martín.