El cometa Halley, culpable pero inocente
El 18 de mayo de 1910 el cometa Halley, en su punto más cercano de paso junto a la Tierra, provocó una ola de ataques de pánico y suicidios.
Para algunos fue La fin del mundo , tal como titularon Abel González y Lidia Parise un divertido, y hoy imposible de conseguir, libro publicado en 1971 para la colección La Historia Popular, Vida y Milagros de Nuestro Pueblo, del Centro Editor de América Latina, donde se narran numerosas anécdotas de ese día.
Los astrónomos y demás observadores y entusiastas del espacio esperaban con gran alborozo el paso del Halley, un visitante que cada 76 años, tal como se documenta desde hace siglos, se acerca a nuestro planeta.
Acercarse es un decir, ya que el cometa en aquella oportunidad lo hizo a sólo 400.000 kilómetros, muy poco en términos galácticos, pero insuficientes para que su cola, que se dice contiene un gas letal, se derramara sobre la superficie terráquea.
Pero es lo que justamente especularon los periódicos de la época, y muchos lo creyeron.
Se dio el caso de trabajadores de una mina de carbón que prefirieron no bajar al tajo, donde la probabilidad de la llegada del gas sería menor, porque preferían morir junto con sus familias, o incluso un ganadero de California que se crucificó.
Por estas latitudes, mientras tanto, con el título La fin del mundo , un tal Domingo Barisane publicó en las primeras semanas de ese año un folletín semanal, que vendía puerta a puerta por 10 centavos, en el que anunciaba, con tono apocalíptico que tuvo consecuencias en el ánimo de los porteños, lluvias de sapos y de peces, tifones, la aparición de monstruos marinos capaces de devorar barcos enteros, enfermedades y plagas. El título fue seguramente una penosa traducción de un artículo del astrónomo francés Camille Flammarion, el primero que puso en duda la seguridad de la humanidad cuando la cola del cometa se mezclara con la atmósfera terrestre haciéndola venenosa y mortal.
Así, se registraron cerca de 400 suicidios, aunque no todo fue tan trágico. Algunos le vieron su costado comercial, como un italiano de apellido Muzzio que desde el 3 de abril instaló un largo telescopio en la esquina de Florida y Cuyo, hoy Sarmiento, con un cartel que decía: Por 5 centavos vea al cometa Halley. Conozca la causa de su futura muerte.
Pero más visionario aún fue el albañil Francisco Tulio Míguez, que fabricó tres búnkeres subterráneos de cemento armado y forrado de hierro. Dos los vendió por una fortuna en esa época, casi 30.000 pesos de entonces; el tercero, previsor, lo reservó para él y su familia.
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