"El Colón no sabe lo que se pierde"
Iván Nagy: el director del Ballet de Santiago destaca el trabajo de su compañía, que realiza más de ochenta funciones anuales.
Con su clara y penetrante mirada, porte majestuoso y fuerte temperamento, Ivan Nagy es el león que reina en su hábitat, el Ballet del Teatro Municipal de Santiago, Chile, compañía que actuará junto a Maximiliano Guerra en "La fierecilla domada", coreografía de John Cranko sobre música de Scarlattti, el próximo viernes 30 y el 1º y el 2 de mayo en el Luna Park.
A veces tempestuoso, siempre elegante en sus actitudes, en la personalidad de Nagy se traslucen el ardor de su sangre húngara y lo principesco del ballet, al que dedicó su vida en una brillante carrera que lo tuvo como una de las más rutilantes estrellas del American Ballet Theatre.
Quizá por ello Ivan se caracteriza por no tener pelos en la lengua: "Esta es una compañía en al que se mezclan varias nacionalidades, aunque en mayoría son chilenos. Si bien las proporciones físicas de los bailarines de esta parte del continente no condicen con las ideales, altas y extradelgadas siluetas de largas piernas, aquí poseen temperamento natural, fuego, una cualidad que me fascina. Más que internacional, yo digo que ésta es una compañía latina y que la fogosidad es su perfil. Si bien hay algunos miembros provenientes de Francia, Rusia y Hungría, el gran porcentaje está compuesto por uruguayos, brasileños, paraguayos y argentinos."
Aquí hace una pausa y con tono bromista, dice: "Respecto de los últimos, en el elenco están todos los que el Colón rechazó, y me siento muy orgulloso de tenerlos aquí, porque no supieron ver lo que perdieron. Entre las primeras figuras, las cúspides son Luis Ortigoza y Marcela Goicochea, a los que considero (utiliza un dicho en inglés) the apple of my eyes , los niños mimados de mi corazón. No es favoritismo caprichoso; es la verdad. Son muy valiososos y han llegado al nivel que me interesa, que siempre puede perfeccionarse porque hay paño."
Estrellas tras la Cordillera
Luis Ortigoza y Marcela Goicochea hace tiempo que integran la compañía en la que despliegan sus dotes en toda clase de estilos y personajes. Allende la Cordillera, ambos encontraron el ámbito ideal para expresarse. Explican: "En nuestro país no tuvimos reconocimiento ni nos dieron posibilidades. Es doloroso, porque hubiéramos querido mostrarnos donde nacimos y estudiamos. Pero la carrera es muy corta y los bailarines necesitan foguearse y actuar incansablemente desde muy jóvenes. Si se está seguro de los anhelos y se desea llegar al nivel más alto, hay que aceptar el desafío del desarraigo e ir al lugar donde se puede crecer. En Santiago se dan las condiciones".
Aun así, Ortigoza ha sido invitado varias veces para protagonizar producciones del Colón. En los dos se cumple aquello de que nadie es profeta en su tierra. Lamentablemente, ni Luis ni Marcela vendrán en esta ocasión, él, por compromisos para bailar como invitado en los Estados Unidos, ella, por una lesión.
Nagy manifiesta su asombro y pena por lo que ocurre con el Ballet del Colón. Según su opinión, "es el mejor teatro del mundo y su compañía tiene excelentes valores para mostrar. No comprendo que hagan tan pocas actuaciones anuales, en Buenos Aires, donde hay una auténtica tradición de ballet. Me acongoja pensar en bailarines que están más en inmovilidad que en escena. La compañía de Santiago, de 52 personas, ni de cerca es tan grande como la del Colón, pero tiene alrededor de 80 funciones al año (el doble de las que se realizan en nuestro primer Coliseo), entre las que se hacen en su sede, las de giras nacionales y las de la temporada de verano".
La dicha de cansarse bailando
Igualmente, no está conforme con la cantidad de funciones: "Debería haber más, pero logré bastante. El trabajo es incesante y muy fuerte. Soy de los que piensan que el talento debe ir acompañado de un enorme esfuerzo, exigencia y autodisciplina. Si no, por más condiciones que tenga la persona, no llegará a nada. Mi gente está positivamente cansada, pero por bailar mucho." El repertorio de la compañía lo requiere: el año pasado, entre otras grandes producciones, hizo "La Bayadera", de Natalia Makarova; una versión suya de "El lago de los cisnes", y estrenó "Un tranvía llamado deseo", del argentino Mauricio Wainrot. Este año, además de reposiciones, habrá nuevas obras, como "Cuatro últimas canciones", de Ben Stevenson; la versión integral de "Manón", de Kenneth McMillan; una nueva producción de "Coppelia", de Ronald Hyndt, y programas que incluirán las difíciles "Etudes", de Harald Lander y "Tema y variaciones", de Balanchine, además de "Tres danzas japonesas", de Jack Carter y "The Lady and the Fool", de John Cranko.
"Me gustaría tener más creaciones para el elenco y por eso aliento nuevos trabajos, que se intercalan con nombres de la talla de los grandes, como Balanchine, McMillan o Cranko. Justamente, hace poco hicimos con Maximiliano Guerra funciones de "La fierecilla domada " , una obra que traje al repertorio en mi primera gestión con la compañía. Tanto entonces como ahora tuvo un éxito descomunal; creo que es un trabajo brillante, en el que los personajes, la historia y la coreografía están en total conjunción."
Adora América latina. "Debo tener algo en mis genes que me hace sentir tan cómodo. Es como si hubiera nacido aquí. En realidad, mis raíces son europeas, pero crecí en el Nuevo Mundo", dice Nagy.
Es luchador y optimista. Por muchas complicaciones que existan, cree que la danza nunca perderá vigencia. "La danza, el movimiento, es uno de lo rituales más antiguos con el que se expresó el hombre. No tiene nada que ver con una moda, con una corriente; es parte de su naturaleza. Y el ballet clásico mantiene su popularidad porque sus obras alejan a la gente de la realidad dura y violenta. Al menos por una horas, proporcionan la ilusión, el oxígeno y la belleza que necesita el espíritu para fortalecerse."