El cascanueces freudiano de Nureyev hace crecer a todos
El Cascanueces . Ballet en dos actos.Música: Piotr Ilich Chaikovski. Coreografía: Rudolf Nureyev. Reposición Coreográfica: Aleth Francillon. Ballet Estable del Teatro Colón.Directora: Paloma Herrera. Escenografía y de vestuario: producción del Teatro Colón sobre el diseño original de Nicholas Georgiadis. Diseño de Iluminación: Rubén Conde. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Dirección: Enrique Arturo Diemecke. Coro de Niños del Teatro Colón. Director: César Bustamante. El Teatro Colón.Nuestra opinión: muy bueno
Como suele suceder en las navidades, en muchos escenarios del mundo las compañías de danza están presentando alguna de las incontables versiones de El cascanueces. Pero este año aquí es singular porque el Ballet Estable del Teatro Colón, con dirección de Paloma Herrera, rompe sus límites al recuperar de su repertorio la arriesgada coreografía de Rudolf Nureyev.
Esta versión de El cascanueces es un paseo por los temores infantiles, más que por el mar de golosinas habitual. Hay murciélagos y ratones; cabezudos siniestros y extensas batallas.
Con la minuciosa reposición coreográfica de la francesa Aleth Francillion y la producción local basada en el diseño original de Nicholas Georgiadis, se recobra, así, aquella puesta de 1971 que estrenó en el primer coliseo porteño el propio Nureyev, una verdadera joya del patrimonio.
Creada en la década del 60, esta coreografía fue influenciada por las teorías freudianas de interpretación de los sueños. La trama reelabora los personajes, condensando al príncipe del segundo acto y al padrino Drosselmeyer, en un mismo personaje e intérprete. Y también hace un desplazamiento de las funciones heroicas del cascanueces hacia la misma Clara, que repele a los ratones arrojando sus otros muñecos.
Aunque el ballet con música de Chaikovski alude en su título a un rol central para el relato, en esta versión es casi tan decorativo como los enormes muñecotes instalados en las puertas del teatro. Nureyev hace que el artefacto rompenueces sólo se humanice para la lucha contra los ratones.
La Clara que compone Macarena Giménez en el primer acto transita el final de la inocencia. La que sigue a Drosselmeyer hasta la puerta en la soledad de la noche, ya no es una niña. La fantasía de Clara aúna a su padrino con su príncipe encantado, en un complejo de Electra muy inusual para esta fantasía navideña. Aunque sí hay muchos niños en escena: la puesta cuenta con la participación, en el cuadro de la nieve, del Coro de Niños del Teatro, dirigido por César Bustamante desde los dos palcos avant scène. Y una refrescante participación de un numeroso grupo de alumnos del Instituto Superior de Arte. Chicas y chicos que personifican niñas y niños, pero que bailan como profesionales.
No hay reparto de regalos junto al árbol y los bailes folklóricos del segundo acto no remiten tampoco a juguetes ni golosinas. Nureyev vuelve a conectarlos con contenidos inconscientes en donde bailan hermanos, padres y abuelos.
Por eso en esta versión queda mucho más en evidencia que el efecto escenográfico de crecimiento del árbol navideño sólo sirve para alterar las referencias de tamaño y que Clara pueda luchar de igual a igual con los ratones.
También en ese sentido de la igualdad, esta coreografía de la década del 60 fue una de las primeras experiencias de danza queer en el ballet clásico, ya que el género de los bailarines no condiciona los roles que son bailados. Luisa, la hermana de Clara, hace un autómata con armas y bigote. La danza china es ejecutada por tres varones. Los pasos de Clara y el príncipe son bailados en frecuentes unísonos. El príncipe encantado no es solamente un partenaire elevador.
Macarena Giménez y Maximiliano Iglesias -a cargo de los roles protagónicos, también en las funciones de hoy, el 28 y el 30- se muestran sólidos a nivel técnico.
Es evidente la confianza que se tienen como pareja (dentro y fuera del escenario) para las figuras complejas que plantea la coreografía, llegando al punto máximo de riesgo cuando quedan sostenidos ambos en una sola pierna del príncipe mientras él hace un arabesque.
Natalia Pelayo se luce en la variación de su doble rol de autómata en el primer acto y de bailarina española del segundo.
Y la siempre efectiva Paula Cassano despliega sus larguísimas piernas en la danza árabe, con la elegancia que la caracteriza.
La compleja musicalidad de la coreografía disocia los movimientos de los personajes en función de diversos instrumentos de la orquesta. Y esto también exige una adaptación del oído del público, que no debe esperar que todos los pasos se bailen en los tiempos fuertes. Ni tampoco que las trayectorias sean irreversibles: muchas de las secuencias de piruetas comienzan en dehors (hacia afuera) y siguen en dedans (hacia adentro).
Del mismo modo poco previsible, el vals de las flores no abusa de las figuras de altura, pero está montado sin un frente, lo que paradójicamente favorece que sea muy disfrutado desde las butacas más altas del teatro.
A pesar de que sufrieron algunos tropezones en la danza rusa, el cuerpo de baile cumplió con la exigencia de esta puesta que eleva la vara, arriba y abajo del escenario. Deberíamos pedirle a Papá Noel que no volvamos a perder esta versión de El cascanueces. Porque nos hace crecer a todos.
Próximas funciones
Esta noche, pasado mañana y el sábado 30, Macarena Giménez y Maximiliano Iglesias volverán a interpretar los roles protagónicos de Clara y el Príncipe. Asimismo, Nadia Muzyca y Juan Pablo Ledo lo harán en las presentaciones de mañana y el viernes. Habrá una transmisión por streaming en teatrocolon.org.ar.
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