"El butoh es una meditación activa, para liberar al ser interior"
"En realidad, butoh es un ideograma, una imagen que puede tener varias interpretaciones. La que a mí más me gusta es la que dice que bu significa enterrar los pies y toh, para volar con los brazos, explica Gustavo Collini Sartor, introductor y difusor del butoh en la Argentina.
"Kazuo Ohno, mi maestro y creador de la danza junto con Tatsumi Hijikata, la denominaba danza de las tinieblas. Pero, como él aclaraba, no se trataba de lo tenebroso, sino de lo onírico, lo que estaba debajo de un velo y que era necesario descubrir."
Collini Sartor egresó del Conservatorio Nacional de Arte Dramático como actor y director, y como escenógrafo de la Universidad del Salvador. Completó su formación con Ellen Stewart en el Teatro La Mama, de Nueva York; con Pina Bausch, autora de la frase no me importa cómo bailan los seres humanos, sino lo que los conmueve, y con Jerzy Grotowski, creador del teatro pobre, entre otros. Comenzó su estudios de butoh en Venecia, con Kazuo Ohno, y su hijo, Yoshito Ohno. Durante diez años siguió al maestro por Europa, para recalar finalmente en el Kazuo Ohno Dance Institute, de Tokio. Después regresó a Buenos Aires, donde desde hace 15 años enseña butoh en su instituto de Belgrano. El domingo 22 se estrenará en Nueva York, en el Festival de Cine Independiente, Ciudad invisible, film realizado íntegramente en Buenos Aires y distinguido por la Unesco, que lo tiene como intérprete.
–¿En qué consiste la danza butoh?
–Es una meditación activa para liberar al ser interior, prisionero en todos nosotros sin poder expresarse. Tiene movimientos muy lentos, como si cada bailarín antes de dar un paso tratara de oír su voz profunda. Nació después de la Segunda Guerra Mundial, en parte como reacción ante la vista de los mutilados que deambulaban por Nagasaki e Hiroshima. Surgió exactamente en 1959, con la presentación de la obra Colores prohibidos, interpretada por Tatsumi Hijikata y Kazuo Ohno, con textos del poeta Yukio Mishima. La danza butoh tiene influencias de la danza expresionista alemana Neue Tanz, de Grotowski, y de formas tradicionales japonesas como el teatro noh y el kabuki.
–¿Cómo llegó a descubrirlo?
–Fue en el Teatro San Martín, en 1986, cuando Kazuo Ohno bailó Homenaje a la Argentina. Una coreografía creada en honor de la bailarina flamenca Antonia Merce, conocida como la Argentina, porque ése era su origen. Ohno había quedado impresionado por un espectáculo de Antonia que había presenciado en 1924, en el viejo Teatro de la Opera de Tokio, y desde entonces pensó en hacerle un homenaje. La oportunidad se presentó medio siglo más tarde, y pudo bailar junto a los trajes de la cantante que se conservan en el museo del Teatro Cervantes.
–¿Cómo es Kazuo Ohno?
–Un hombre muy cálido, pero riguroso en la enseñanza de su arte. Cuando lo conocí tenía 80 años, había comenzado a bailar a los 60 y siguió hasta los 94. Nació en 1906 y hoy, en silla de ruedas, continúa enseñando. Hay quien cree que butoh es simplemente dejar volar la mente y ponerse a improvisar. No es así, la idea es que para poder expresarnos realmente debemos aprender una técnica que nos permita dejar atrás nuestros hábitos y dar paso a ese ser interior que es el motor de la danza. La historia de Kazuo muestra cómo un hombre llega a encontrarse a sí mismo.
–Cuéntela.
–Comienza el día en que descubrió su cuerpo. En 1926, a los 20 años, se encontraba deambulando por las callejuelas del Gran Mercado Natsuya, de Ginza, cuando de pronto se vio reflejado en un enorme espejo. Tuvo una sensación extraña, la de encontrarse con una parte desconocida de sí mismo; pasó el resto del día mirándose. Estudió el profesorado de gimnasia, y al comenzar la guerra fue enrolado y enviado a Nueva Guinea, donde terminó prisionero. La experiencia lo afectó profundamente, y al volver a la vida civil, angustiado, comenzó a vestirse en forma estrafalaria y a bailar por las calles y plazas de Tokio. En 1954, conoció a Tatsumi Hijikata (1928-1986), entonces empeñado en encontrar una alternativa ante lo que consideraba la decadencia de la danza tradicional.
–¿De qué trata Ciudad invisible?
–Es un mediometraje de 30 minutos sobre la Divina Comedia. Los autores del guión somos el director Pietro Silvestre y yo. Un detalle curioso es que el personaje de Beatrice fue interpretado por tres actrices que hacían su última aparición en el cine: Inda Ledesma, María Vaner y Marta González. El infierno fue realizado en las alcantarillas de la ciudad, y para filmar el cielo trepamos a las alturas del pasaje Barolo, donde según distintos estudios estarían las cúpulas más lindas de Buenos Aires. Fue emocionante: bailé danza butoh a 90 metros del suelo, ¡sobre la Avenida de Mayo!
–¿Algo que recuerde de su maestro?
–Sus frases profundas. Decía que él no enseñaba, que su tarea consistía en contagiarle a otro una verdad. Explicaba que no hay que pensar en el hecho, sino sentirlo. Que aprender el arte del butoh consiste en dejar de ver lo que siempre se ve para empezar a ver lo que no se ve. Algunas parecían fragmentos de una poética secreta: "Conviértanse en polvo de polilla, todas las huellas del universo se encuentran en las alas de una polilla…"