El bien: gran actuación de Verónica Pelaccini en un unipersonal donde se ajustan cuentas
El unipersonal de Lautaro Vilo tiene una historia reconocible elevada por un final impensado
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El bien. Texto y dirección: Lautaro Vilo. Actuación: Verónica Pelaccini. Escenografía y vestuario: Cecilia Zuvialde. Luces: Facundo Estol. Asistencia de dirección: Sofía García Lazzarini. Sala: Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Funciones: los domingos, a las 17. Duración: 50 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Hastío es una sensación de aburrimiento extremo en la frontera del hartazgo. En la cara de Guadalupe se dibuja en cada mueca. Cuando habla, las raíces del fastidio crónico consiguen una explicación razonable. Solo eso porque no siempre lo que hierve en la raíz sale a la superficie como la lava ardiente de un volcán encendido. No siempre pero, a veces, sí. Ese recorrido, del hastío a la satisfacción, de la nada a la euforia, es el que transita esta mujer en El bien, el unipersonal escrito y dirigido por Lautaro Vilo con una intérprete magnífica, Verónica Pelaccini.
Obra estrenada el año pasado en el Cultural Morán, volvió en su segunda temporada al Espacio Callejón. La escenografía está integrada por unos cinco grandes objetos/ aparatos multifunción (cama, silla, obra de arte, biombo), muy coloridos, que contrastan en el escenario despojado, al igual que el muy atractivo vestuario (ambos rubros diseñados por Cecilia Zuvialde) que cambia en cada una de las escenas en las que está dividido este relato. Entre esos objetos, Pelaccini se apropiará, dueña y señora, del espacio y mantendrá en la palma de su mano a los espectadores de principio a fin.
La historia es bien reconocible: Guada es esposa de un marido aparentemente tan fatigado como ella; madre de una hija en la primaria, tiene un trabajo como agente inmobiliaria que asume con responsabilidad y soporta con resignación a una cuasiamiga, Leti, porque es la madre de la mejor amiga de su nena. A ese cuadrado existencial no llegan emociones fuertes ni atrapantes objetivos. Hasta que lo inesperado, y por el lado menos pensado, aparece.
La protagonista debe resolver una herencia complicada, un “bien” familiar de un tío lejano en un lejana localidad bonaerense. A desgano se lo cuenta a Leti que muy rápido le da la solución: los contactos con escribanos de la zona que maneja su influyente marido.
A partir de esa peripecia, pasarán cosas que la actuación minuciosa anuda en el paso a paso de cada escena. La actriz narra, dialoga, se multiplica en las voces de los otros personajes a los que cita con algo de desdén, desde la ironía con la que nos presenta a quienes la rodean. Ella siempre está por encima de ese mundo que no se ajusta a lo que imagina. La acción irá en ascenso y nuestra protagonista sufrirá un sacudón de emociones que resolverá a su manera, sin ni siquiera necesitar la aceptación del psicólogo.
No podemos saber si algo tejía en silencio o si las reglas de su matrimonio burgués eran todavía lo suficientemente resistentes como para simular normalidad o si su perspectiva había cambiado. La vimos darse una piña contra la pared, levantarse y continuar, redoblar la apuesta y a todo trapo. Pero el final de esta comedia, saca del fondo una sorpresa, algo había quedado atascado.
Cuando todo parecía en calma una vez más, la actuación de Pelaccini nos regala una tremenda exhalación ¿Cómo no estar de su lado? Risas y alivio y ganas de bailar junto a ella “Stop”, de Erasure, que suena bien alto. Risas porque somos cómplices y alivio porque la justicia poética realineó, con su trazado poco convencional, la disparidad entre las expectativas y las realidades. No bien termina, la actriz, después de dejar en estado dionisíaco al público, se va sin llegar casi a escuchar todos los aplausos: debe correr, desde El bien en el Abasto, hasta Parque Lezama, en el teatro Politeama, en zona céntrica.
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