El Ballet disfruta y entusiasma
Trilogía Neoclásica IV / Ballet del Teatro Colón / Dirección: Maximiliano Guerra / Programa: Sinfonía entrelazada, de Mauro Bigonzetti-Mozart; Diamante, de Éric Frédéric-Prokofiev, y Rapsodia sobre un tema de Paganini, de Mauricio Wainrot-Rachmaninoff / Orquesta Filarmónica de Buenos Aires / Dirección: Darío Domínguez Xodo / Teatro Colón / Funciones a diario, a las 20, hasta el sábado / Nuestra opinión: muy bueno.
Algo en la apertura de la temporada de ballet del Teatro Colón fue unánime y entusiasta: el aplauso final del público al flamante director del cuerpo, Maximiliano Guerra. La respuesta a las performances, por su parte, fue positiva porque el espectáculo es bueno; el programa, en cambio, no, porque resulta unidimensional; son tres coreógrafos neoclásicos actuales con propuestas no muy disímiles y, con afinidades sonoras: dos de las obras (una a continuación de la otra) se apoyan en composiciones concertantes con solistas de piano.
Pero el desfile es, cuanto menos, disfrutable. Lo inicia Sinfonía entrelazada, la pieza que Mauro Bigonzetti concibió en 1966 sobre la Sinfonía 29 de Mozart, y que el Ballet Argentino presentó en Buenos Aires en 2003 (con Julio Bocca, Erica Cornejo y Hernán Piquín, entre otros). El título tal vez responde a que la dinámica de brazos enlazan y vinculan los cuerpos en los dúos, el de Federico Fernández con Macarena Giménez y, con algo más de extensión, el de Carla Vincelli con Edgardo Trabalón. El trazado incluye a una docena de intérpretes, con un leitmotiv de movimiento serpenteado de un brazo alrededor del cuello y la cabeza. Aunque ya transitada, la pieza de Bigonzetti (1960, el coreógrafo italiano actual más prestigioso en el mundo) se perfila como la más decantada y equilibrada del programa, en términos neoclásicos, con tanta sobriedad que su refinado ascetismo no despertó en el público del estreno la respuesta que merecía.
No es ascética, en cambio, Diamante, la pieza de Éric Frédéric, que reside en Río de Janeiro, de quien se había conocido su ecléctica Fuga técnica en la segunda Trilogía Neoclásica (2012). Una enorme escultura-armazón que imita a un diamante preside las evoluciones frenéticas de un grupo de bailarines, en consonancia con la vigorosa pulsación del Concierto Nº 3 para piano y orquesta de Prokofiev, bella partitura que ejecutó con convicción Fernanda Morello en piano, acompañada por la Filarmónica, bajo la firme batuta del maestro Domínguez Xodo.
Hay un buen dúo, con desafíos de elongaciones extremas, de Nadia Muzyca con Federico Fernández (dos intérpretes jóvenes que han madurado notoriamente) y un deslumbrante solo de la muy balanchiniana Paula Cassano, en el segundo movimiento. Una pieza vistosa, excedida en "brillitos" que rozan lo kitsch, pero eficaz a la hora de integrar un programa neoclásico.
Para la Rapsodia sobre un tema de Paganini (Rachmaninoff) el solista de piano es Alexander Panizza (un lujo) y, antes de que arranquen los movimientos concebidos por Mauricio Wainrot, la pieza atrae ya desde lo visual: el vestuario de Graciela Galán consiste en una indumentaria cromáticamente particularizada: en tonalidades degradé, los vestidos (todos distintos) fueron coloreados artesanalmente por la propia vestuarista. En el sagaz trazado coreográfico, Wainrot mueve grupos que ingresan o salen, en líneas espaciales que se interpenetran. Unísonos grupales alternan con tríos o septetos, pero el atractivo se centra en la sección lenta de la Rapsodia (la que se popularizó con Historia de tres amores), con el dúo que interpretan con admirable sensualidad Nadia Muzyca y Juan Pablo Ledo.
La compañía goza de buena salud; se advierte rigor en el desempeño grupal y -un dato nada menor- se percibe que hay ganas, como si un soplo renovador (tal vez la llegada de un prestigioso bailarín, un par de los integrantes todavía en actividad) hubiera insuflado cohesión en la índole humana de su composición orgánica. Esto es, en el espíritu de los bailarines.
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