El atractivo futuro de Amalia, el personaje épico de José Mármol
No me pienso morir / Texto y dirección: Mariana Chaud / Actúan: Sofía Brito, Maruja Bustamante, Claudia Cantero, Graciela Dufau, Tatiana Emede, Julian Larquier, Andrés Rasdolsky / Escenografía: Gabriela A. Fernández / Iluminación: Matías Sendón / Música original: Fernando Tur / Asistencia de dirección: Marcelo Mendez / Coreografía: Margarita Molfino. sala: Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815 / Funciones: jueves, viernes, sábados y domingos, a las 21 / Duración: 60 minutos Nuestra opinión: muy buena.
Mil novecientos veintipico, algún lugar del océano Atlántico. En un barco que lleva pasajeros desde América hacia Europa, una jovencísima Amalia (Sofía Brito) viaja al encuentro con el que será su marido, radicado por un tiempo en Ginebra. Aunque ella no pueda evaluarlo todavía, ese hombre será también algo muy cercano a un gran amor. Es sabido que no siempre son lo mismo. Seis décadas más tarde, Amalia está llegando al final de su vida (imperdible interpretación de Graciela Dufau) y navega las aguas más profundas de su mente para conformar con sus recuerdos un relato de lo vivido, quién no necesita valerse de uno. El punto de partida de ese rompecabezas de infinitas piezas es aquel viaje transatlántico donde se inició casi todo lo que, cuando muera, tendrá la potestad de trascenderla: su casa, su familia, una manera de mirar y habitar el mundo. Hay preguntas que nadie formula pero están en el aire. ¿Fue feliz con las decisiones que tomó? ¿Tuvo sentido haber formado ese gran clan a su alrededor?
Inspirada en la novela Amalia, de José Mármol ("Las generaciones se suceden en la humanidad, como las olas de este río, inmenso como el mar"), la última aventura escénica de Mariana Chaud tiene como protagonista a una mujer que, a pesar de los mandatos de su época y su clase, se las ingenió para hacerle casi siempre caso al deseo. Alrededor suyo están su hija (Claudia Cantero), una mujer recién separada que todavía siente los desgarros por su nueva situación civil y los hijos de ésta, dos adolescentes que están descubriendo todas las ventajas y los riesgos que conlleva poner un pie en la vida adulta: algo parecido a lo que transitó Amalia en aquel barco, años atrás.
El relato que va trenzando No me pienso morir está estructurado en tres situaciones y en dos tiempos, apoyado en decisiones escenográficas y de puesta que resuelven sin problemas esta complejidad. Por un lado, aparecen los nietos de Amalia y una amiga que meterá en problemas emocionales a los hermanos; más allá, en el mismo presente, Amalia ya vieja y su hija toman sol; en el fondo de la escena la versión joven de Amalia y su criada (Maruja Bustamente, enorme en su papel minúsculo) viajan a Europa. Conforme avancen las situaciones, el pasado y el presente se irán entreverando para complicar e iluminar las cosas. Por debajo de los gags puntuales que Chaud imprime a muchas de las escenas con su inmensa habilidad para el delirio (por ejemplo, la ocurrencia de que una caja de zapatillas aparezca en el camarote señorial de la niña Amalia y ella interprete esa aparición como una señal divina al grito de "Just do it! ¡Debo animarme a hacerlo!") hay una idea que se estampa con la potencia de una trompada en el espectador. Ni siquiera nuestra familia sabrá, jamás, quiénes somos, tampoco nosotros llegaremos a descubrir en su totalidad a cada uno de los integrantes de nuestro linaje. Es un alivio.
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