Hace treinta años, Luis Alberto Spinetta lanzaba uno de los discos más enigmáticos e influyentes del rock argentino.
Desde la tapa, deforme y no apta para las bateas un trapecio irregular que fastidiaba a los disqueros de la época Artaud planteaba una traducción exacta de un tiempo cambiante y convulsionado; el nombre y una pequeña foto del atormentado poeta francés sugerían la primera clave de un juego de sombras: rock, literatura y pintura como herramientas esenciales de redención. En el mismo año en que Juan Domingo Perón volvía al poder, mientras la Argentina oscilaba entre la esperanza popular y la violencia armada, Spinetta disolvía a Pescado Rabioso, la poderosa locomotora eléctrica que condujo luego del final de Almendra. Pero conservó el nombre del grupo para enmarcar un puñado de canciones de matriz solista y resonancias acústicas.
El disco fue registrado junto a dos viejos amigos, Rodolfo García (batería y coros) y Emilio Del Guercio (bajo y coros), y con la participación de su hermano menor, Gustavo Spinetta (batería). En nueve temas, el Flaco refleja el impacto inconsciente de lecturas y fascinaciones surrealistas: Heliogábalo, el anarquista coronado y Van Gogh, el suicidado por la sociedad, de Antonín Artaud, y las cartas de Vincent Van Gogh a su hermano Theo formaban las señales. Tanta devoción por los hermosos malditos no llegaba al grado de las citas explícitas ni al tributo solapado: sólo exponía una respuesta, una versión personal luego de navegar por esas páginas turbulentas de la desesperación.
El álbum es una caja de sorpresas. Desestabiliza desde las palabras: "Siempre soñar/ nunca creer" ("Superchería"), "Bocas del aire del mar/ beban la sal de esta luz/ para sí" ("A Starosta, el idiota"). Refleja un tiempo cruel: "Con esta sangre alrededor/ no sé qué puedo yo mirar" ("Cantata de puentes amarillos"). Y enaltece la belleza: "Todas las hojas son del viento/ menos la luz del sol" ("Todas las hojas son del viento"). Musicalmente, Artaud es el testimonio de un momento único en la carrera de Spinetta, período rociado por el perfume de la amable autosuficiencia. Como guitarrista brilla en los delicados trazos acústicos y los movimientos eléctricos, más atento a los colores que a las brotes virtuosos. Los recursos van en pos de una armonía general, donde el dolor no conduce irremediablemente a la locura: también es posible vislumbrar un hilo de esperanza.
Artaud tuvo una vida efímera: tan sólo unos conciertos de presentación y luego el viaje hacia Invisible. También es el antecedente directo de Kamikaze, por su línea íntima y la poética de sus letras. Hoy permanece como un objeto de culto en el mercado de los coleccionistas de vinilos: el disco original se cotiza en 200 dólares. La reedición digital, realizada en 1992, no tuvo la misma suerte: muchos fanáticos acérrimos de Spinetta sufrieron espasmos al comprobar que, por error, aparecía la voz de Nito Mestre en los primeros cinco tracks del disco.
Por encima de cualquier revisionismo, Artaud es obra perfecta de cultura rock, cargado de flechas dirigidas a distintas disciplinas artísticas; cuántos conocimos a los poetas malditos a través de las enseñanzas de Don Lucero. Pero sería una traición otorgarle a Artaud un carácter mítico u otro valor milagroso. Ya el propio autor se encargó de advertirnos en los versos de la "Cantata...". Allí, Spinetta levanta la voz y sentencia: "Aunque me fuercen yo nunca voy a decir que todo tiempo pasado fue mejor/ mañana es mejor". Y tiene razón.
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