El amor tiene cara de varón
Con el poder sin límites que ejerce sobre una multitud que vive en estado de éxtasis permanente, Luis Miguel logró convertir el estadio de River en escenario de un rito reservado exclusivamente a las mujeres.
Apenas se apagan las luces del estadio River Plate se desata un fenómeno cultural. Un reflejo del gusto mayoritario orientado desde el bombardeo mediático. El resultado exclusivo de una superproducción al servicio de un solo hombre, y muchos bolsillos.
Durante la hora y cuarenta minutos que dura el concierto, la raza masculina queda borrada automáticamente del planeta. Unicamente sobrevive este ideal de hombre (musculoso, de voz conquistadora y sonrisa inmejorable) que seduce -por igual- a mujeres de cualquier edad y condición social.
Luis Miguel es un ídolo de estos tiempos, donde son más importantes los valores estéticos que éticos.
Cuando el cantante abre el show con "Dame tu amor", el rito femenino más grande de estos últimos años se pone en marcha. El muchacho canta para ellas desde la pantalla de video. Sonríe estudiadamente a la cámara.Cada gesto congelado y cada silencio que deja entre las estrofas de sus canciones llevan al sexo femenino al borde del climax.
Se puede ser o no ser partícipe de esta ceremonia. Pero hay una certeza: para la gran mayoría de las adolescentes que pueblan el lugar, la música pasa a un segundo plano.
Luis Miguel es un producto bien resuelto desde la imagen y, además, canta bien. Por momentos, los matices que le agrega a su trabajo vocal son puramente efectistas. En otros, se cuela alguna emoción.
Para los boleros ("La media vuelta", "Amanecí en tus brazos" y "Si nos dejan"), Luis Miguel recupera un tono más sentido e intimista, quizás guiado por la autenticidad sonora de los mariachis. Sin embargo, es un tramo esperable en un recital donde las sorpresas se ciñen sólo a los golpes de efecto de una superproducción que no ahorró en bombas de estruendo, luces, humo o plataformas móviles.
Un producto redondo
Desde el concepto musical del show, tiene un entorno que le brinda todas las condiciones para lograr una buena armonización de su voz. Todos los músicos trabajan para él y, queda claro, no hay un arreglo de más o inadecuado, salvo el breve solo de guitarra de Kiko Cibrián, el director musical, que sirve para que el "astro" se cambie de ropa.
Luis Miguel muestra un sentido de la intepretación con más feeling, con más swing , cuando hace el dueto con la voz y la imagen de Frank Sinatra en "Come fly to me".
Pero la mayor parte del tiempo se pierde toda pista de lo que Luis Miguel canta sobre el escenario. El aullido de las 50 mil fanáticas redobla los decibeles que emanan de las cajas de sonido.
Hay momentos en los que Luis Miguel es un títere de su propia gente y naufraga entre tanto devaneo erótico. En otros, inteligentemente, hace uso de un contrapunto vocal para eludir a las chicas que se saben de memoria las letras y la estructura musical de cada canción.
Para el gran negocio de la música, Luis Miguel eligió bien a su audiencia. No hay nadie que grite mas fuerte que una mujer cuando sus deseos son más poderosos que su timidez. No hay público que sea más incondicional y cumplidor que el de la rama femenina. No hay audiencia más visceral: nadie se detiene un minuto a observar el show que le están dando. Por lo que se vió y vivió durante las dos noches, este fenómeno es sólo una cuestión de piel. Luis Miguel lo sabe y, por eso, tiene clientela para rato.
El coro de las mujeres enardecidas
Ardores: durante todo el recital de Luis Miguel, miles de fanáticas acompañaron las canciones del mexicano con gritos y expresiones acaloradas.
Luis Miguel tiene la extraña capacidad de enamorarlas a todas. A diferencia de otros cantantes melódicos que tienen público cautivo en distintos sectores -bastante bien delimitados- de la sociedad, Luismi seduce -sin distinciones ni restricciones- a todas por igual.
Eso fue lo que pasó el sábado a la noche en el estadio de River Plate. Tanto las mujeres que llegaron sobre la hora a sus exclusivísimas plateas VIP, por las que pagaron 200 pesos, como las que desde la mañana hicieron la cola para poder tener cierta cercanía con su ídolo, deliraron, sufrieron y lloraron cuando apareció en escena el mexicano dentro de un impecable traje oscuro y con su pelo engominado.
Ninguna tuvo miramientos en dar rienda suelta a la pasión: ni las que fueron vestidas como si se tratara de un casamiento en el más refinado salón de fiesta, ni las de jean, zapatilla, vincha y bandera que se amontonaban detrás del vallado que las separaba de las primeras. La euforia era tal que se hacía difícil escucharlo a él. Los gritos desgarrados y las canciones cantadas por todas y cada una de las presentes lo taparon durante las casi dos horas que duró el recital. Luismi, conocedor de qué es lo que ellas esperan, estimuló el fervor con sucesivos cambios de ropa. El traje negro y su pelo engominado pronto se fueron desarmando. Luego le tocó el turno a una de sus clásicas remeras pegadas al cuerpo y, sobre el final del concierto, apareció con una amplia camisa celeste estudiadamente entreabierta, que terminó de enloquecer a sus admiradoras.
Los hombres presentes eran realmente pocos y permanecieron impasibles ante el fervor femenino que nunca les estuvo dirigido, ni siquiera por parte de la mujer que tenían agarrada de la mano. Todo era por él y para él, como si cada una de esas miles de mujeres hubieran tenido una cita a solas con Luis Miguel.
Antes del delirio
La espera fue larga, sobre todo para las que no pudieron acceder a las envidiadas sillas ubicadas exactamente frente al ídolo, cuyas ocupantes se dieron el lujo de llegar a la cancha poco antes del inicio del show.
Nada parecía poder detener las ganas de fiesta de la gente. Cada apagón, mucho antes de que empezara el recital, era una buena excusa para la euforia. Hasta la banda que lidera Hilda Lizarazu, Man Ray, ligó cierto fervor que parecía no pertenecerle. Salieron a escena a las 20.35 y durante 40 minutos pusieron todo lo que pudieron desde un minúsculo escenario lateral.
La proximidad del comienzo del recital hizo que, de a poco, se fueran acallando los reclamos de quienes tuvieron que resignar el buen lugar que tenían resevado en el suspendido recital del viernes. María Laura, una riojana que vino a especialmente a Buenos Aires para asistir al concierto, protestó por tener que presenciarlo desde una de las plateas laterales: "Yo tenía una VIP de 200 pesos, pero como no me la pudieron cambiar por la misma, me ofrecieron este lugar. No hay derecho". Minutos después, ya se había olvidado de las quejas y cantaba feliz el nuevo hit de Luismi.
"Dame una muestra de amor, que calme el dolor...", cantó Luis Miguel. Eso mismo era lo que parecían pedirle sus miles de admiradoras. Las acaloradas chicas no podían creer que el ardiente Luismi cerrara el show desparaciendo detrás de una gran humareda. Apenas bajó del escenario, se subió a un móvil que, de inmediato, lo depositó en el hotel. Desde allí seguro que siguió escuchando los alaridos de sus fans, desgarradas de solo pensar cuánto tiempo pasará hasta volver a verlo.
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