El alcalde en su laberinto
Show me a hero / Creador: David Simon / Elenco: Oscar Isaac, Peter Riegert, Carla Quevedo, Alfred Molina, Bob Balaban, Winona Ryder / Emisiones: los domingos, a las 22, por HBO.
Nuestra opinión: muy buena
Las ciudades, esa suma de construcciones inertes que sin embargo respiran, viven o mueren a través de los conflictos de las millones de almas que viven allí, son la escenografía predilecta de las ficciones de David Simon. A pesar de que su nombre debería suscitar el reconocimiento instantáneo en los espectadores que provocan Matthew Weiner (Mad Men) o David Chase (Los Soprano), es poco más que un ilustre desconocido fuera de su país. Y no es mucho más celebrado dentro de las fronteras de los Estados Unidos, donde su estilo televisivo sin concesiones, en el que predominan los complejos retratos de múltiples víctimas/victimarios (del narcotráfico y los delitos violentos en Baltimore, de la vida en Nueva Orleáns después del huracán Katrina), trabados en una eterna batalla en la que todos pierden, suelen provocar delirios místicos en la crítica y la indiferencia en el gran público.
Show Me a Hero no cambiará las cosas: para empezar, su historia no es una de esas que solían poblar las películas de mediano porte de Hollywood hace diez o veinte años, en la que una flagrante injusticia era momentáneamente subsanada por el aporte desinteresado de todo un pueblo, gracias a la incansable acción y sólidos ideales de una figura comprometida (inserte la estrella de cine que prefiera para encarnarla) que los obligaba a actuar. Aquí, todo es más pequeño, más miserable y más ambivalente. Nada cambia, hasta que un día lo hace.
En 1987, un joven representante de Yonkers, Nick Wasicsko (Oscar Isaac), convertido en alcalde más por una lucha intestina que por mérito personal, recibe como regalo de asunción una bomba de tiempo. Un juez federal sentencia a la ciudad a erigir complejos habitacionales para ciudadanos de bajos recursos en medio de distritos residenciales acomodados. Al joven político, que logró el puesto afirmando que combatiría la orden judicial, se le viene la noche: ¿qué le responderá a sus votantes mayoritariamente blancos, que creen que con estos edificios bajará el precio de sus propiedades, adquiridas con mucho esfuerzo, y arribará el delito y la marginalidad a la puerta de sus casas? Simon muestra con lujo de detalles -con personajes que viven y respiran, en pie de igualdad narrativa con el atribulado alcalde- que el hacinamiento, el racismo, el delito y la falta de oportunidades de los barrios carenciados son una realidad, una de las que sus habitantes no pueden cambiar por sí solos. Que los enardecidos propietarios tienen razón. Y quienes quieren serlo también.
Los seis episodios de Show Me a Hero tienen el tono cansino e irritado de un último recurso -la edición morosa redondea una propuesta algo inhóspita, es cierto- sobre una forma de hacer política que se resiste a morir, que ejerce su poder de forma disociada de aquellos que lo legitiman con su voto, alegremente inmune a las consecuencias de sus decisiones cotidianas. Esas consecuencias están a la vista de todos, sin necesidad de prender la TV, pero se necesita un artista del calibre de David Simon para seguir obligándonos a mirarlas de frente.
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