Efecto Nick Cave: un show con síndrome de abstinencia y desahogo en las redes
La temperatura bajó diez grados desde el miércoles a la noche cuando Nick Cave & The Bad Seeds descendió como un ángel oscuro sobre la Buenos Aires primaveral. Los grupos de WhatsApp y las cuentas de las redes sociales de los que fueron parte de ese acto colectivo no paran de operar sobre la misma idea: la extrañeza inicial por el exorcismo de hora y media, el síndrome de abstinencia por la nueva adicción y una demencial y obsesiva necesidad de escuchar, mirar y compartir todo sobre Nick Cave. No es cuestión de dotar a un recital de... ¿rock?... con cuestiones mágicas o esotéricas, pero hacía mucho tiempo que un artista no impactaba sobre una población heterogénea de unas 8000 personas de una manera tan potente.
Espectacular, fascinante Nick Cave & The Bad Seeds ayer en el Malvinas Argentinas pic.twitter.com/dAcG35BelW&— Rodion R. Raskolnikov (@Iavo26) 11 de octubre de 2018
Hay que decirlo de entrada: una parte del público sabía poco de la obra de Cave y llegó con la expectativa de encontrarse con un tipo sentado en el piano rodeado de una banda de estandar de jazz o quizá a Tommy Shelby y a sus hermanos de la serie Peaky Blinders o, lo más probable, al rockstar transitando sus últimos años, más empujado por su narcisismo que por una obra nueva que lo justifique. Y los que son fanáticos de Cave, esos que estuvieron en los tres shows de 1996 y que no se pierden ni un paso del músico, tampoco esperaban semejante acto de conexión. Es que las mutaciones de Nick fueron demasiadas y a espaldas de su público argentino que lo esperó 22 años. Quizá la más notoria resulta esa transformación de aquella criatura fóbica, antisocial y agresiva a este nuevo pastor urbano, que surge del mismo desasoiego general, con las mismas esperanzas truncas, la violencia contenida y las necesidades de contención que todos los demás en el mundo. Las formas de redención en la sociedad moderna operan de maneras misteriosas. Y algo de eso ocurrió la otra noche.
El huracán Nick Cave ante una loca y detonada audiencia en Buenos Aires. Todos nos transformamos, vibramos, brillamos, volamos y él, junto a las Semillas, nos… https://t.co/VUjBNF0UrB&— Glitter_Wire (@Glitter_Wire) 12 de octubre de 2018
Seguimos. pic.twitter.com/JlPJ1k1iXR&— Mauricio Maronna (@MauricioMaronna) 12 de octubre de 2018
Además, todo lo que podía salir mal del show terminó transformándose en una virtud. Había muchas especulaciones acerca de la elección del lugar, el Estadio Malvinas Argentinas. Una especie de tinglado desangelado en La Paternal, rodeado de galpones, las vías del tren, parques grises y poca iluminación nocturna. ¿Cómo iba a sonar Nick Cave en un lugar tan áspero? Al final, justamente, parte del contexto le jugó muy a favor, obviamente, por fuera de los cálculos de los organizadores. En un momento del show, ese asolado espacio terminó asemejándose en escala gigante a aquel tugurio berlinés de la película las Alas del Deseo, de 1987, donde un joven y desgarbado Nick escupe verdades y mentiras sobre un público indiferente y ángeles. De entrada, entre el público existía cierta tensión. Algunos medio borrachos, otros masticando un día duro de trabajo y buena parte chicos curiosos con una entrada en la mano comprada barata hace meses y que querían quemar rápido y pasar a otra cosa. Encima se cortó la luz por unos minutos en el segundo tema, "Magneto".
Mejor recital del año. Uno de los mejores de mi vida. Será inolvidable. Extraordinario #NickCave en Estadio Malvinas Argentinas https://t.co/5WKC07xrmu&— Gon Zalo (@gonpen86) 11 de octubre de 2018
El desperfecto terminó solucionándose bastante rápido, pero aportó cierta frustración inicial y la clásica idea de abismo inminente tan típica del espíritu porteño. En esa agitación cada vez más fuerte, Cave se hizo un monstruo. La masa nerviosa como un trueno vio de repente emerger a la fiera que los Bad Seeds tenían enjaulada detrás del escenario tirando patadas contra el atril con las letras y agitando los brazos como un poseído; interpretando el contexto de histeria contenida, para luego terminar a los abrazos, en conexión con su comunidad y convertir a ese lugar gris, devastado, en un templo donde la furia había dado paso a una experiencia de cariño totalmente íntima. Innovaciones de la comunicación que los artistas, sin importar la edad (Cave tiene 61 años), siempre logran interpretar mucho antes que los académicos y los analistas del rubro. David J., exbajista de Bauhaus, que al otro día tocaba con Peter Murphy en Vorterix estaba sentado en la tribuna de cemento asombrado con lo que pasaba (lujos de Buenos Aires).
Al parecer, Cave y su mala semilla más cercana, Warren Ellis, entendió desde la composición de sus dos últimos discos (Push the sky away y Skeleton Tree) que algunas cuestiones cambiaron en el mundo. Empezando por su persona. Hace dos años su hijo Arthur, el mayor de sus mellizos, se mató al caer de un acantilado en Brighton, donde vive el músico. Pero también pasaron otras cosas. La industria de la música sacó el foco central del rock como género global de ventas. El rock y el pop aburren y suena todo igual. Cave después de ensayos más o menos habituales como sus discos Nocturama, Abatoir Blues y Dig, Lazarus Dig!! o su banda paralela Grinderman, debe haberse preguntado porque no abrir una senda virgen en la selva. Asumir la madurez y llevar su música a un formato casi de cámara con texturas y lírica descriptiva y existencial al mismo tiempo rompió el molde cancionero y oscuro tradicional. Como artista leyó que nacía una nueva era, la muerte de las décadas posbeatles, y que había un terreno fértil para experimentar con honestidad y sin presiones de una industria decadente. En el hip hop (para el segmento de los más chicos) o en bandas como Radiohead (que posee un público de mediana edad) esa búsqueda de nuevas fronteras para la música popular también es bastante evidente, por mencionar ítems conocidos.
Nada de esto importaba el miércoles a la madrugada entre las decenas de personas que esperaban en la parada el 71 con los sentidos trastocados. Ni en los pasos de la gente que buscaba volver a su casa mientras meditaba en silencio qué había sucedido ahí adentro. El miércoles a la noche a muchos les costó dormir. Doy fe. Ahora, tres días después, en un clima invernal, la abstinencia de Cave es insoportable. Para sobrellevar el bajón, sólo queda husmear los videos del show, fotos y mandarle un mensaje a un amigo: ¿Cuándo volverá?
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