Eduardo "Tato" Pavlovsky: un maestro del teatro nacional
La noticia provocó una fuerte conmoción en el medio teatral argentino. A los 81 años, murió el médico, psicoanalista, dramaturgo y actor Eduardo "Tato" Pavlovsky. Una de las figuras más destacadas de la escena nacional, que, desde la década del 60, marcó una huella imborrable en el teatro nacional y latinoamericano. Muchos de sus textos resultan, hasta hoy, una referencia obligada a la hora de hablar del teatro en la posdictadura. Lúcido pensador, magnético actor, Pavlovsky nos deja sin su arte, y eso se va a extrañar.
Había nacido en Buenos Aires en 1933. Egresó de la Facultad de Medicina en 1957 y luego realizó su formación psicoanalítica en la Asociación Psicoanalítica Argentina. Fue uno de los precursores del psicodrama en el país.
En 1962 comenzó a relacionarse con la actividad teatral. Fundó el Grupo Yenesí junto con Julio Tahier. Dos textos marcaron su debut teatral: Somos y luego La espera trágica. En ese período concibió una serie de piezas breves en las que se hacía manifiesto el campo psicoanalítico como territorio por develar.
En esos tiempos se lo ligó al mundo de los autores absurdistas franceses (tal vez por su fuerte fascinación por Samuel Beckett), al igual que a Griselda Gambaro, pero Pavlovsky prefirió escapar a esa catalogación y definir lo suyo como "realismo exasperado".
Ya en la década del 70 su perfil se definió notablemente. Obras como La mueca o El señor Galíndez lo muestran como un inquieto buceador de la realidad argentina. Necesitó llevar a escena aspectos dolientes de un contexto social e histórico complejo que él expuso en los escenarios con crudeza y brutalidad.
El señor Galíndez es una de sus obras quizá más representadas en el mundo y fue la que, lamentablemente, lo llevó al exilio cuando la dictadura militar lo puso en las listas negras. En algunas entrevistas, contó cómo debió escapar por los techos del teatro Payró para salvar su vida ante la inminente llegada al teatro de las fuerzas militares.
Pero eso no amedrentó su ánimo ni tampoco lo alejó de las tablas. Por el contrario, su producción fue más intensa. Así fue estrenando Telarañas (1976), un intenso y crítico friso sobre el universo familiar; Cámara lenta (1982), una pieza que trata sobre el deterioro del ser humano; El señor Laforgue (1983), nueva metáfora sobre la dictadura argentina, y Pablo (1986), en la que vuelve a temas recurrentes como la violencia y la agresión.
"En décadas pasadas aparentemente era difícil entender nuestro arte como un arte argentino -señaló en cierta oportunidad el autor-. Se lo miraba desde otro lado y por el solo hecho de que no reproducíamos la apariencia que tenía la realidad. A mí siempre me interesó otra cosa con mi teatro. Yo, por ejemplo, quise ver la subjetividad en mi obra, y lo hice muy claramente en Potestad o en El señor Galíndez. Y eso trajo muchas críticas por parte de ciertos sectores que no pudieron comprenderlo. Por ejemplo, las Madres de Plaza de Mayo, que yo admiro y respeto, no gustan de Potestad porque no entienden cómo puedo hacer un secuestrador de forma humana, y eso fue precisamente lo que yo buscaba."
Ya entrada la década del 80 Pavlovsky renovó algunos procedimientos de su trabajo autoral. Buscó un "teatro de estados" que se oponía a las formas representativas clásicas. Ese proceso se consolidó en los 90 con producciones como Paso de dos, Rojos globos rojos y Poroto, todas ellas escritas y estrenadas entre 1990 y 1997. Tres expresiones muy distintas, muy atractivas y provocadoras que, sin duda, mostraron otra forma de mirar nuestro país y de recrearlo en la escena.
Hay un material que resulta por demás inquietante ya en 2000, La muerte de Marguerite Duras, bajo la dirección de Daniel Veronese. Un monólogo en el que Pavlovsky se mostró de otra manera. Con una enorme libertad jugaba a recrear una ficción que nunca se sabrá si realmente tenía algo de autobiográfico. Su performance era increíble y lograba transportar al espectador a un mundo impensado.
Según destaca la doctora Perla Zayas de Lima en su Diccionario de Autores Teatrales Argentinos (1950-2000), su monólogo "Imperceptible" dentro del ciclo Yo manifiesto (Teatro del Pueblo), en 2004, lo conecta con diversos aspectos de sus tres etapas (según el propio autor); la primera, inspirada en las obras de Beckett cuyos personajes son devenires, intensidades; la segunda, aquella en la que los acontecimientos aparecen historizados, y la tercera, en la que irrumpía lo político.
Algunos de sus textos fueron llevados al cine, como El señor Galíndez, Rojos globos rojos y Potestad. También participó como actor en numerosas películas. Entre otras: Los herederos, Heroína, Los chicos de la guerra, El exilio de Gardel, Miss Mary y Cuarteles de invierno.
A lo largo de su carrera obtuvo numerosos premios en el país y en el exterior. Entre otros, Molière, Argentores, ACE, Konex de Platino y este año recibió el título de doctor honoris causa de la Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca, y fue declarado por la Legislatura porteña ciudadano ilustre.
Unos meses atrás se lo podía ver en el Centro Cultural de la Cooperación recreando, junto a Susy Evan (su compañera en la vida y en muchísimos proyectos) y Eduardo Misch, Asuntos pendientes, con dirección de Elvira Onetto.
Murió sin duda uno de los padres más intensos del teatro contemporáneo argentino. Un magnífico dramaturgo, un actor apasionado, un hombre de una profunda ética. Un verdadero maestro.
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