Dos manzanas es una austera fábula sobre el encuentro imaginario entre Charles Darwin y Juan Manuel de Rosas
La película de Eduardo Raspo plantea una anécdota mínima que busca iluminar un pasaje del pasado con bienvenido desparpajo
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Dos manzanas (Argentina/2023). Dirección: Eduardo Raspo. Guion: Enrique Cortés, Eduardo Raspo. Fotografía: Hugo Colace. Edición: Alberto Ponce. Elenco: Martín Slipak, Diego Cremonesi, Luis Ziembrowski, Pepe Monje, Pilar Boyle, Osqui Guzmán. Calificación: apta para mayores de 13 años. Distribuidora: Independiente. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: buena.
Siempre se le ha reprochado al cine argentino no haber explorado con mayor insistencia la historia previa a la consolidación del estado-nación. Relatos del período colonial, exploraciones críticas sobre la Campaña del Desierto, narrativas gauchescas, miradas complejas sobre los próceres de nuestra historia. Ese escenario siempre controvertido y a menudo escurridizo en el que cuesta asentar las dimensiones de una película que trascienda la pálida fotografía o el consabido abordaje didáctico. Un espacio en el que Hollywood desarrolló un género como el western, mitificado, deconstruido, repudiado, pero vivo a la hora de pensar en imágenes el propio pasado. Es cierto que directores como Mario Soffici, Alberto de Zavalía o Hugo del Carril han explorado los confines del país más allá de la capital y desarmado los relatos de la tradición, o que Leonardo Favio con su Juan Moreira y Lucrecia Martel con Zama han intentado acercar aquellos tiempos de la ley de la frontera a la poética del cine. Aún así sigue siendo un territorio que todavía demanda nuevas imágenes e historias.
Eduardo Raspo intenta llenar algunos de esos huecos con una fabulada aproximación al encuentro entre dos mundos, el que representa Charles Darwin en sus primeras expediciones naturalistas al continente americano, y el que encarna el caudillo Juan Manuel de Rosas, en los años de las campañas en territorio indígena. El prólogo aclara que entre 1832 y 1834 el científico inglés visitó la pampa con apenas 22 años y lo que allí vivió marcó su vida y sus escritos. La apuesta de la película es una “hipótesis desmesurada y falaz” sobre ese intercambio de apenas una noche, con la vocación de sacar a ambos personajes de su pedestal histórico y convertirlos en dos hombres que dialogan, casi en la víspera de asumir su condición extraordinaria. El eje de su discusión, más allá de los complots para matar al caudillo y la difícil campaña “contra el infiel”, se reduce a dos manzanas simbólicas: la del pecado original y la de la cabeza de Isaac Newton y la ley de la Naturaleza. Esa dinámica propone un vaivén juguetón entre metafísica y mundanidad, entre la reflexión filosófica y la charla amena.
Raspo desarrolla con la misma impronta descontracturada un argumento sencillo, casi primario, al que viste con un variado anecdotario: el esperado encuentro entre Darwin y Rosas se anticipa en las maquinaciones del ahijado bastardo del militar; en los comentarios insidiosos del ilustrador de Darwin, lenguaraz que se jacta de citar a Shakespeare; en las intervenciones de un soldado bufón y comedido; y en el regreso de una cautiva rescatada de los campamentos indios. Todos operan como un relleno eficaz para el dilema central, por momentos tentados por la digresión. La película funciona bien en su medida ambición: es una anécdota bien contada, vestida de colores y brillos, sin una vocación de mayor trascendencia que esa atención circunstancial sobre un hueco de la historia. Pero lo que vale es el gesto de abordar una narrativa a contrapelo de los grandes acontecimientos, un relato en clave menor sobre un dilema sobre la fe y la ciencia antes que una batalla o una conquista. En su pequeña pieza de cámara, la intención se hace hallazgo.
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