La actriz y bailarina repasa su trayectoria desde el Lavardén hasta la actualidad, todo salpicado con su firme punto de vista sobre el trabajo, las elecciones y cómo pararse en la vida. Desde 2018 no se sube a un escenario y acaba de tomar distancia de un proyecto con Pepe Cibrián que ya había firmado
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A Dorys del Valle, la naturaleza la asusta. Cuando a principios de 2020 comenzaron los rumores de la pandemia, imaginó el arribo de una guerra bacteriológica. Cuando el virus se instaló, por mucho tiempo rechazó cualquier contacto o movida fuera de su casa. Hace un par de meses le salió un orzuelo que creció más de la cuenta, y ante la posibilidad de una futura operación, decidió no hacer la obra que ensayaba para estrenar en enero. ‘’¿Y si no podía? Yo me sobreexijo mucho’', dice ella, de la cabeza a los pies, una fuerza de la naturaleza. Sin dejar nunca de sonreír, se sienta, cruza al viento esas piernas que no piden perdón y deja temblar la tierra un segundo o dos. ‘’Nunca fui un minón. No tengo mucho para mostrar, lo mío es actitud. A mí me salva la actitud”, dice la actriz y bailarina que hizo un striptease en la película Extraña ternura, un melodrama de temática LGTBQ+ en 1964, otro de los hallazgos de Daniel Tinayre.
‘’Lo filmé a los diez días de parir, estaba cuadradita’’. Y muestra el fragmento que guarda en su teléfono: una Caperucita con ligas baja de una escalera caracol en un club nocturno y se desnuda ante la mirada de José Cibrián y Norberto Suárez. “El libro, en principio, era distinto. Era una lesbiana, estudiante de Filosofía que se ganaba la vida en un cabaret del Bajo. Mandaron a hacer un traje sastre, corte de hombre, de lamé, peinada con el pelo tirante para atrás. Cuando me vio Tinayre dijo: ‘no, háganle un traje de Caperucita’. Quedó más gracioso. A mí no me molestó nada, no era algo erótico, era un show de baile, así lo hice. Bailar es contar una historia con el cuerpo, no es moverse porque sí’’, dice Dorys, que trabajó también con el director en teatro, en el musical Hello Dolly!, con Libertad Lamarque, donde compuso a Minnie Fay, en el Odeón, en 1967. Y no sólo eso: a principios de los años 70, la dirigió Marcelo Lavalle en el drama Luz de gas, con Duilio Marzio y Myriam de Urquijo (obra que produjo Tinayre); y Alejandro Doria, en el suceso de John Chapman y Ray Cooney, Esta noche no, querida, una comedia con Osvaldo Pacheco y Beatriz Taibo, entre otros.
Si la propuesta la atrapaba, nada le daba miedo. Cuando su amiga Diana Álvarez, la productora de Rolando Rivas, taxista, el boom de Alberto Migré en 1972, la llamó para reemplazar a Graciela Dufau en el papel de Odile, la madrastra de Mónica, el personaje de Soledad Silveyra, no lo dudó. Dufau actuó sólo en la primera aparición y dejó el papel porque le parecía demasiado fuerte, un guante que Del Valle levantó sin problemas al capítulo siguiente, con un largo vestido y sombrero blancos. El resultado fue una villana que muchos, todavía por la calle, le recuerdan.
El 14 de enero próximo, en el Auditorio de Belgrano, se estrena Princesas, de Pepe Cibrián, con Marta González, como Caperucita Roja, y Esmeralda Mitre, como Blancanieves. Hasta mediados de noviembre, todo estaba dispuesto para que Dorys interpretara a la Cenicienta pero, finalmente, ese personaje quedará en manos del autor y director. Según la actriz, se trata de una comedia muy divertida pero el problema con su ojo superó lo que había previsto por lo que decidió dar un paso al costado en muy buenos términos.
–Te has bajado de varios proyectos, ¿es verdad?
–Sí, es verdad. Pero no dejo por capricho. Cuando veo que no encajo o que algo no me va, me retiro y que los demás hagan lo que tienen planeado, pero yo no. Nunca trabajé con el pan amargo, disfruté de todos mis trabajos, me he ido hasta de un programa de Migré, un amigo con el que trabajé muchísimo, en Rolando Rivas, en Pobre diabla, Piel naranja, Mi hombre sin noche. Pero hubo una en la que no encontraba al personaje y me fui. No es por protagónico, eso nunca me importó, no sos más ni menos por tener el protagónico. Pablo Codevilla me dijo: ‘son muchos los que dicen que se van pero los que lo hacen, casi nadie’. No es que doy el portazo y me voy; me voy porque no encajo y lo explico. Pero no siempre me voy. Con siete meses de embarazo, subía al escenario en El Nacional, hacía revista con Adolfo Stray, Marco Antonio y Cleopatra, me tapaba la panza con unos tules.
–Te divertías mucho...
–No me divierte el trabajo. Me gusta, lo disfruto, nunca lo hice por el pan amargo. Pero no lo hago para divertirme. El que debe divertirse es el público, no yo, no me contratan para divertirme.
No despliega trasfondos filosóficos ni hondas cavilaciones estéticas. Villana antológica, brillante comediante, vedette (‘’me ponían vedette, nunca lo fui, soy bailarina’’), animadora, Dorys del Valle siempre habla de trabajo y señala dos fuentes de estudio y disciplina severas: el todavía vigente y entonces llamado Instituto de Teatro infantil Lavardén y el Teatro Colón.
Al primero llegó porque su mamá no quería que jugara en la calle con los varones de la cuadra. Hija única de padres separados, se crió en el barrio de Palermo con su madre, gran modista de actrices, y su abuela viuda, que había llegado a la Argentina con su marido, socialista y empleado de la Fiat, huyendo del fascismo.
‘’Tuve de compañeros a Graciela Borges, Marilina Ross, Pepe Novoa, Augusto Fernandes, a Fernanda Mistral, con quien somos amigas hasta hoy. En el Lavardén tenías actuación, baile, folclore, declamación, canto, todo. Una profesora me llevó a dar el examen al Colón porque me veía condiciones para la danza, mi mamá aceptó y entré. Mi primer escenario fue el Colón porque hasta las prácticas del Lavardén las hacíamos ahí. Para mí, el teatro era el Colón’', dice. Muchos años después, sentirá que toda su vida, desde muy chica, se la pasó en ensayos, de salto en salto de un estreno a otro.
‘’Era impaciente. Con un compañero –el después coreógrafo Néstor Roig–, alquilamos el teatro Ateneo, hicimos El lago de los cisnes, Coppelia, me bailé todo y Dios me castigó: al saludar, me doblé un pie y me fracturé un dedo. Estuve un año en la escuela bailando infiltrada pero no podía más. A los quince años, tuve que dejar. Podía danzar pero no en punta. ¿Vos sabés cómo quedan los dedos de los pies de las bailarinas? Están hechos pelota. Para las llagas, los envolvíamos en un milanesa bien finita para que no te doliera. Un horror’'.
–¿Llegás a la actuación porque no pudiste seguir con el baile clásico?
–En cierto modo, sí. Por eso, al otro año me anoté en el Concurso Miss Televisión. Había que cantar, bailar, actuar, sumabas puntos y gané. El premio me lo entregó Isabel Sarli. Pero seguí estudiando. Actuación con Oscar Fessler, nuestro desafío era quién lo hacía reír; y canto con Susana Naidich, iban todos con ella.
–En las fotos de Miss Televisión (1955) y las fotonovelas que hiciste en esa época, estás con el pelo cortito y morocha
–’’Caoba’', decía mi mamá. Me acuerdo cuando me lo corté. Yo lo tenía largo y me lo ataba para las clases, con un rodete. Cuando vi la película Por quién doblan las campanas, fui al peluquero sin avisar y le dije que lo quería igual que Ingrid Bergman. Mi mamá casi me mata, ‘’¿qué hiciste?’’, gritaba. Por eso lo tenía corto en el concurso. Y empecé a aclararme las puntitas y así seguí. Mamá, que era muy mona, también se teñía de rubia y cuando te teñís de rubia, difícil vuelvas al oscuro.
–También te cambiaste el nombre Noemí Rosa Castro. ¿De dónde sale Dorys del Valle?
–Nunca usé ese nombre. En el Colón, era Mimí Castro. Después me lo cambié porque mi papá no estaba de acuerdo con que fuera bailarina y actriz, le parecía pésimo y además, se habían separado muy jóvenes. Mi mamá, que también era hija única, se llamaba Rosa pero le decían Doris, una deformación de bambina d’oro, como le decía su papá. Del Valle es por la Virgen del Valle. Me había operado al lado de esa Iglesia, me gustaba el nombre. Junté todo y me lo puse con ‘’y’', para molestar. Con el tiempo, creían que era hermana de Cristina del Valle. Pero mi psicoanalista dice que lo hice para que mi papá me tuviera más presente.
–¿No lo veías a tu padre?
–Muy poco. Murió a los sesenta y pico. Mamá a los 92 años, quedó como dormida en el sillón, acá en mi casa donde vivo desde hace 26 años. La extraño mucho, a ella y a mi abuela. Me crié con ellas, sabíamos defendernos, éramos mujeres bravas. Me acuerdo de sus frases. Cuando le decían ‘’qué simpática que es su hija’', ella les respondía: ‘’sí, tiene buen humor pero un carácter de mierda’'.
Dorys del Valle tuvo dos parejas muy conocidas y otras breves de las que no da el nombre con el grabador encendido. La primera con el director y productor Francisco Pancho Guerrero, con quien tuvo 13 años de convivencia y dos hijos, Fernanda y Martín. Ella es licenciada en Trabajo social, coordinadora del espacio cultural Carlos Gardel (Olleros 3640) y mamá de Franco y Luciano, los dos varones que tuvo con su exmarido, el actor Jorge Marrale. Él, Martín, el que bailó en la panza hasta el séptimo mes de embarazo, es periodista, enviudó muy joven y no tiene hijos.
Su segunda pareja fue el actor Emilio Disi, con quien formó un dúo artístico muy exitoso. Juntos protagonizaron Departamento de comedia, en 1981; Casi una pareja, 1982; Sume y lleve, 1987 (formato de juegos de Eduardo Metzger, un antecedente de Clink! Caja); Estrés, de 1988 a 1991, fecha en que se separaron después de 18 años, en muy malos términos y con mucha repercusión mediática. Ambos ex murieron con un año de diferencia, entre 2018 y 2019.
‘’Pancho era muy divertido, la oveja negra de una familia muy estructurada, donde las mujeres estudiaban para maestra y se casaban. Muy infiel también’', dice muy relajada. De Disi no quiere hablar y es terminante. Lo llama “ese señor” o “el difunto”, subraya que no quiere problemas con abogados, hacerle prensa a nadie ni responder quejas: ‘’No le doy pasto a las fieras. Sólo puedo decirte que fuimos una pareja muy marcada por la rutina y el trabajo’'.
El rosarino Pancho Guerrero fue quien trajo a Buenos Aires a trabajar a su amigo Alberto Olmedo, quien terminó trabajando con Dorys en varios programas cómicos. Juntos hacían el sketch del mago ucraniano y su ayudante Moira, muy popular entre los chicos y muy criticado por las asociaciones de magia porque descubrían sus trucos.
–Te tentabas mucho, algo que pasaba con Olmedo siempre, ¿no?
–Mucho. Porque conocía las pillerías de las que hablaba y él me conocía mí. No éramos amigos pero teníamos mucho feeling laburando. El guion lo escribía Coquito (Humberto Ortiz, el del Capitán Piluso). Solo leíamos la primera página, nunca llegué a la segunda. ‘’¡Vamos a grabar!’’, decía. Pero todavía no se veía bien reírse de esa manera, tentarse. Un día, un productor de entonces, Jacinto Pérez Heredia, me dijo: ‘’Saludo a una exactriz. ¿Cómo podés reírte asi? No tenés derecho’'. Me sentí avergonzada, tenía razón. Yo me mordía, me clavaba las uñas para no reírme. Hasta que me llamó uno de los cubanos, creo que Goar Mestre, a su oficina. Pensé que iba a echarme por haberme tentado. Me hice toda una película, me preparé para pedir disculpas. Y me preguntó por qué había dejado de hacerlo: ‘’Te pagamos para que te rías’'.
Los jóvenes le dicen que van a googlearla pero que sus madres o abuelas la conocen. Las ficciones de la vieja televisión marcaron a varias generaciones y muchas personas se acercan a contarle cómo disfrutaron con sus personajes. “Nada se tira, todo se aprovecha”, la frase que decía la ecónoma que hacía en Frac, humor para la noche, con libros de Juan Carlos Mesa y Jorge Basurto, donde aconsejaba reciclar restos de zanahoria para unos aros o una empanada rota para un monedero. O le gritan ‘’Berutti’' por su secretaria en Los hijos de López, de Hugo Moser, en ATC, programa donde también trabajaba Disi y que tuvo versión fílmica. ‘’Cuando me separé, Alejandro Romay me cobijó en Canal 9, para darme papeles de mujer sola, viuda, sin hijos, sin marido, en Alta comedia y Sin condena, de Rodolfo Ledo. Hice tiras con Flavia Palmiero (Mamá x 2) y con Chayanne (Provocame, en Telefe).
–¿Cuáles fueron los mejores besos de ficción que diste?
–No pasa nada. Porque si te das un beso apretado, queda mal en cámara, se te achata el cachete, todo. Una vez, en Sin condena, con Víctor Laplace, tirados en un sillón, una escena de sexo... tenía una pierna al costado, fuera de foco, y una asistente me apretaba el dedo gordo cuando era el momento de gemir un ‘’ahhh’' y terminar con eso. Mirá qué erótico todo.
–Filmaste con Tinayre y con Manuel Antín (La sartén por el mango, 1972) ¿Por qué no hiciste más cine?
–Me llamaban para hacer desnudos… Pero les voy a contar por qué no fui una actriz de cine. En realidad, mi primera película fue Violencia en la ciudad (1957) pero que nunca llegó a estrenarse, con Sergio Renán y Marcos Zucker. Estoy morocha, con el pelo corto. Y un representante de actores de ese momento, muy prestigioso, me dijo que yo tenía un tic nervioso, que fruncía la nariz y que por eso no me llamaban. Pero en teatro no paré nunca. Empecé con Guillermo Bredeston cuando era soltero, un empresario brillante. Siempre llenábamos en el Provincial y en el Hermitage.
–¿Estuviste prohibida durante la dictadura?
–Sí. Yo salía igual, por los lugares donde no estaba el tercer cuerpo del Ejército, que era el que te prohibía. Me tildaron de comunista y yo nunca pasé ni por la puerta del Partido Comunista. Siempre luché por la justicia social, eso sí… Salíamos a la ruta, es dura la ruta, eh... por algunos partidos de la Costa en el verano y después, el resto del año con un tráiler bien completo, llevábamos luces y decorado ¿Cómo hacía eso? Mucho lo aprendí con Darío Víttori: íbamos a Carlos Paz y hacíamos giras por todo el país. Darío tenía tráiler y llevaba hasta las cucharitas, era un laburador, aprendí tanto de él. Igual que de Ana María Campoy e Irma Córdoba, que siempre hacían de mis mamás en la tele.
–¿Nunca te peleaste? ¿Qué no te bancás?
–Nunca en la vida provoqué una pelea. No tengo energía para eso. Pero si me mojás la oreja te saltó a la yugular. No soy competitiva, podés darme el papel más chiquito y yo trataré de hacer lo mejor. Nunca me pasó, pero en el escenario no me bancaría que trabajen sin energía o que alguien quiera pasar por encima de otro o improvisar. Si lo hacen todos, si es parejo, entonces sí, pero uno solo cortarse, no.
–¿Quiénes son tus amigos y amigas de la profesión?
–Muchos amigos ya se murieron. Como Irma Roy, que era un amiga de fierro. Conservo amigas desde la época del Lavardén, como Fernanda Mistral, por ejemplo. Y tengo muchos compañeros queridos que no son amigos íntimos pero que confío en ellos, entrañables, como Ricardo Darín.
–¿Y de Susana Giménez?
–No. Salíamos mucho las parejas juntas, cuando estaban ella y Ricardo, y yo con ese señor.
–¿Cuándo fue la última vez que hiciste televisión?
–La última vez que iba a hacer TV, devolví los 14 libros. No digamos cuál. Estaba acostumbrada a otra cosa. Ahora será así pero yo no. Estaba acostumbrada al contrato anual. ¿Por qué voy a trabajar incómoda? Quise comprar los cuatro años y medio de Estrés para venderlos a alguna plataforma y Coco Fernández (gerente de eltrece y Artear) me dijo que no, que se habían quemado, que eso no se hacía, no se acostumbraba.
–¿Qué te parece la TV actual?
–Casi no hay ficción en la televisión de aire, no está asegurado un porcentaje de ficciones nacionales. Antes, cuando llegaba la temporada en Mar del Plata, la televisión colaboraba en esa vigencia, algo importantísimo, pero ya no hay nadie vigente de la televisión. Hoy ¿qué hay para ver? ¿Cómo cocinan? Yo cocino mejor. ¿Cómo bailan? La televisión abierta ya no es lo que era, ahora son plataformas, ya no te contratan por un año, es por un capítulo y si funciona harás otros y así.
–¿Trabajaste en el teatro público?
–No, nunca. Pero no tengo deudas pendientes, hice de todo, no puedo creer todo lo que hice, hasta con Niní Marshall estuve en el teatro de revistas. Lo pasé muy bien, disfrutaba y si no, me iba.
–En teatro, tus últimas participaciones fueron en Mujeres de cenizas (2016) y en Acaloradas (2018), con otras actrices. ¿No te gustaría hacer un unipersonal?
–Me proponen todo el tiempo hacer unipersonales. Eso y que escriba mi historia. Me lo proponen muchas veces. Pero yo sola no me aguanto en el escenario. O me proponen obras de dos personajes, que son más baratas, sobre divorcios. ¡Escuchando mi historia todas las noches, ni loca! Tampoco me veo en Volver, no trabajé para verme yo sino para que el público me vea.
–¿Cómo te ubicás con respecto al feminismo?
–El lenguaje inclusivo no me va. Me crié entre mujeres fuertes. Mi mamá me dejó ir sola a trabajar a México a los 19 años. ¿Cómo iba a defraudar esa confianza? En Estrés, una vez vino una escena donde yo tenía que pedir perdón a mi marido por no tener hijos. Le dije a Mesa que no, que eso no, cómo pedir perdón por eso y arranqué la hoja. Reconozco que no le di al hombre el lugar. ¿Por qué yo tenía que hacerme cargo de todo? Les restaba autoridad. Hoy me veo así. Y la lucha que hay que dar ahora es por el “edadismo”, hay que pensar en esos derechos.
–¿Volviste con tu analista?
–Retomé algo de terapia otra vez porque la pandemia me “des-socializó”, me sentí muy aislada, tenía miedo, me sacó energía. Creo que siempre me moví entre dos extremos, de demasiado confiada a demasiado omnipotente, de casi ingenua a casi soberbia. Son muchos años… de trabajo ¿eh?, de trabajo.
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