Oasis
Sin recuperar la magia original, los Gallagher despuntan el vicio del rock británico en un álbum preciosista.
Después de escuchar Don’t Believe the Truth, la primera pregunta que surge es por qué seguir esperando algo más de Oasis. Y la respuesta está aquí cerca, a principios de los 90, en los dos primeros discos de los hermanos Gallagher: Definitely Maybe y (What’s the Story) Morning Glory? son fantásticos, luminosos, desafiantes. Verdaderos rescates de la nube negra que oscurecía al rock desde hacía diez años, puro descaro de dos chicos de Manchester que habían encontrado la salvación en el rock, escapando de un destino de fábrica y pub. La frescura de aquellos discos –más frescos incluso por su desenfadada apropiación de influencias– parece irrepetible, y sin embargo se espera una nueva iluminación, un bis de aquella celebración.
Todo lo que hicieron después fue una decepción, cuando no un liso y llano desastre plagado de ambición bombástica que ni siquiera el entusiasmo y la enorme actitud de Liam –¿el mejor cantante del rock?– podían salvar. Don’t Believe the Truth no es un fallido de las proporciones de Standing on the Shoulders of Giants, y tiene bastantes más ideas y bellezas escondidas que Heathen Chemistry. Pero no alcanza. Le falta algo; quizá sea exuberancia o diversión. Ni siquiera es un disco mediocre: está muy bien. Pero dan ganas de darle más que una palmadita en la espalda y un felicitado a Oasis.
El primer tema, "Turn Up the Sun", se va construyendo de a poco en un midtempo machacante que nunca estalla, y lo firma el guitarrista Andy Bell; toda una declaración de principios, como si Noel Gallagher por fin se rindiera a que alguien más tome las riendas de su banda. Pero enseguida el hermano mayor hace su aparición cantando "Mucky Fingers", un tema que recuerda muchísimo a "Waiting for the Man" de Velvet Underground, sólo que con una bella y armónica melodía final. Le sigue el primer corte, "Lyla", que mezcla el riff de "Street Fighting Man" de los Rolling Stones con algo de The Faces, y luego el tema beatle de rigor, "Love Like a Bomb", tres minutos acústicos de dulce psicodelia al piano. "The Importance of Being Idle" recuerda a The Kinks, pero mucho más a The Coral (que hace retro bastante mejor que Oasis); "The Meaning of Soul" tiene la energía de los Stooges –pero contenida– y recién el primer tema que conmueve es "Keep the Dream Alive", seis minutos épicos con guitarras stone y una de las mejores perfomances vocales de Liam. El final, "Let There Be Love", parece un homenaje a "Let It Be", y los hermanos se turnan en el micrófono (¿la pipa de la paz?). Es un típico cierre de Oasis, repetitivo y excesivamente largo, pero no carente de encanto.
Hay una búsqueda de belleza en Don’t Believe the Truth que lo convierte en un disco preciosista, pulido, cuidado, mucho más sofisticado que los anteriores, con cambios de ritmo y citas ampliadas a toda la historia del rock británico, inclusive la psicodelia. Pero le falta contundencia, como si en el esfuerzo por hacer un buen disco se hubieran perdido en detalles. Habrá que conformarse con este puñado de buenas canciones. Pero ninguna es inolvidable. Y, como hubo un tiempo que fue hermoso, es una pena.
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