Una noche en Las Palmeras, antes de la cuarentena, donde los contrapuntos reflejan amabilidad. "Tenemos muchas coincidencias con los raperos. Y diferencias", aseguran
El diablo anda suelto. Entre bandejas con empanadas de mondongo y botellas de vino tinto, se lo presiente. Es el mismo diablo que, dicen, derrotó a Santos Vega, el payador invencible, en 1824, en los pagos del Tuyú. Ahora mete la cola en San Telmo y chucea a José Curbelo que, magistralmente, sale airoso en el contrapunto.
Historias fáusticas, nombres legendarios, tradición y un arte que enlaza la figura mulata de Gabino Ezeiza con la del gaucho Martín Fierro son los protagonistas de esta noche agobiante. La payada late en una puntual ceremonia sobre la calle Brasil, en el hotel-restaurante Las Palmeras. Paisanos de boina, cinto y corbatín apuran un trago y conversan sobre la agenda del día –fútbol, algún crimen, la humedad– y sobre encuentros y festivales en Lobos, San Clemente del Tuyú, San Vicente y Las Piedras, Uruguay. Cuando pasa al frente José Curbelo, todos callan. No hay amplificación y el clima es el de una pulpería perdida en la llanura si no fuera por el rugido de algún colectivo. El uruguayo dice sus décimas con la precisión que da la experiencia. Hace casi 50 años reside en la Argentina y es tal vez el artista vivo más trascendente de esta disciplina que combina forma y contenido, malabares lingüisticos y hondura metafísica. ¿Cómo le va compañero?/ Cuánto tiempo ha transcurrido/ Que de este suelo me he ido/ Tras un sueño guitarrero/ Vuelvo por este sendero/ Que un día dejara atrás/ Nido amor y de paz/ Al que retorno sereno/ Con algunos sueños menos/ Y algunos añitos más.
Esos añitos más hacen que más tarde Curbelo se siente a descansar en la trastienda de Las Palmeras. Lo llaman alternativamente El Tío o El Viejo. "Hay que saber dejar paso a los jóvenes", dice, y saluda a una vecina ilustre: Elba, la mujer de su extrañado amigo Jaime Torres. El charanguista lo solía invitar a los encuentros quebradeños del Tantanakuy, y a Curbelo le gustaba toparse con las copleras. Eran duelos de improvisaciones, coplas ancentrasles y picaresca, pampa versus cerro. Cuando parecía que la transversalidad repentista no avanzaba más allá de los límites del folklore, aparecieron unos chicos irreverentes, de gorra, miradas vivaces y decir enérgico. Hace años que los raperos se sumaron a estos entreveros lingüisticos con la prepotencia de la juventud y la audacia que solo otorga la calle. Se trata, al fin, de manifestaciones diferentes de un arte popular que gira en torno de esa misteriosa unidad gramatical que es la palabra. Lo que aquí en Las Palmeras son contrapuntos "a matar o morir, pero con amabilidad", en el rap se les llama riñas de gallos.
Se acerca uno de los anfitriones de las bautizadas Noches payadoras: sombrero, botas, bombacha gaucha. Es David Tokar, 38 años, uno de los improvisadores destacados de su generación. "Tenemos muchas coincidencias con los raperos. Y diferencias: la nuestra es una tradición centenaria y rural, el rap es urbano y global. Pero hay muchos chicos, y muy buenos. Actuamos con Kódigo, con Sony, con Kaiser de Chile, con Trueno que es el último campeón y nieto de Yamandú Palacios, músico uruguayo que llegó a acompañar a Alfredo Zitarrosa. Nos nutrimos. Y nuestros públicos se mezclan, conocen algo diferente que de otro modo jamás conocerían".
Tokar –ancestros polacos, cordialidad criolla–es de San Vicente y exhibe una destreza sorprendente en su arte. Hace un par de semanas lo visitó Alfredo Tape Rubín, uno de los más inspirados y delicados compositores de tango de los últimos 20 años, y mandó sin decir agua va: Con una historia de vida/ Hoy me ha visitado el Tape/ Para encontrarle un escape/ A este mundo sin salida / Creo que la despedida/ Fue más rara que común/ Porque me dijo con un/ Silencio que volvería/ A terminar la poesía/ Que no hemos escrito aún. No para. Ahora está presentando Gabriel Luceno, que en media hora se medirá con Curbelo. Y lo recibe con una décima cuyo punto de partida es una botella de pomelo que Luceno apoyó sobre una mesa. A partir de la palabra pomelo encadena una serie de rimas que son una escalera al cielo de la eficacia y el buen decir. Suceden cifras, huellas, milongas, triunfos y Luceno se va envuelto en aplausos. Tokar vuelve a la mesa, chequea su celular.
¿Cómo vive un payador moderno, Tokar?
Como cualquier hijo de vecino. Pero se levanta como payador, camina como payador, se acuesta como payador. Estoy constantemente pensando en rimas, en ideas. Puede ser que todo esto sea una especie de locura.
Se ríe Tokar de su última frase. Continúa el desfile de personajes. Se acerca el otro anfitrión de Las Palmeras, Emanuel Gabotto, crédito de la ciudad de Dolores y buen degustador de rock nacional. De familia de payadores, tiene 36 y se destapa como un gran conversador. Se sienta con su termo y convida mate. "Está pasando algo especial con la payada. Como toda disciplina artística, hay períodos y períodos. Gabino Ezeiza es el que de alguna manera la profesionalizó y no hay que olvidar que las primeras letras de tango provienen de este universo. Ya en este siglo, cada vez aparecen más payadoras mujeres y proliferan los talleres. De hecho, David y yo damos unos talleres y es fascinante cómo la gente quiere aprender, acercarse y dominar este arte".
¿Se puede enseñar a payar?
Tokar: La poesía y la inspiración viaja con cada persona. Uno puede proveer algunas herramientas, recursos, moldes de ideas. Explicar cómo se elabora un verso, qué es una cuarteta o una sextilla, cómo allanar un camino lleno de ripio. Alertar sobre los peligros de los lugares comunes… Si tengo la palabra vigüela, lo más fácil es ir hacia la palabra abuela. Yo recomendaría, no sé, espíritu que vuela.
Gabotto: También es importante enseñar los ritmos en la guitarra. Pero es justo decir que existieron payadores extraordinarios que murieron sin saber qué acordes tocaban, o sin saber qué es una sinalefa. Nosotros seguimos los planes de enseñanza de Alexis Díaz Pimienta, un cubano que supo elaborar teorías pedagógicas de improvisación poética.
Alexis Díaz Pimienta nació en La Habana en 1966. Él prefiere decir que nació "adentro de una décima". Fue un niño prodigio. A los cinco años le avisó a sus padres que sus hermanitos Raymundo y Adriana se estaban peleando de la siguiente manera: La tierra se está mojando/ Se está humedeciendo el mundo/ Porque Adriana está llorando/ Por las cosas de Raymundo. Díaz Pimienta es un referente ineludible en la teoría y práctica del arte de la payada de estos tiempos. No para Curbelo, forjado en los caminos y en los ríos del Plata, que en este mismo instante le está haciendo morder el polvo de la experiencia a Luceno. Hay una ovación y un pequeño parate para que un mozo llamado Kevin –amabilidad justa, bermudas y sandalias– reponga botellas y actualice pedidos. Atrás de la barra, Diego Mourelos controla el paisaje con discreción. Nació en Lugo, Galicia, y es el dueño de Las Palmeras. "Sigo un tradición familiar", dice.
En un rincón, siempre con aire somnoliento, Don Félix Cardozo cabecea y relojea a los artistas junto a una botella por la mitad. Es inquilino del hotel desde hace casi 40 años. Salteño de Orán, vino a Buenos Aires a los 12. Ahora tiene 64 y, cuando la madrugada lo pide, sabe cantar zambas de su tierra. Buena voz, buena entonación. Todos lo quieren. Néstor Trolli, uno de los instigadores de las Noches payadoras, lo retrató en un hermoso cuadro, acrílico sobre madera. La pintura fue colgada en la pared, al lado de una guitarra criolla que pende de un clavo, muy cerca de un busto de Gabino Ezeiza. Todo parece dialogar con todo en Las Palmeras: los personajes, los fantasmas, el pasado y el presente.
En el otoño de 2019 la realidad social se metió de lleno en las misas del repentismo. Una ola polar motivó una reacción instantánea en Las Palmeras, una velada histórica que titularon, en rima claro, Payadas por frazadas. Organizaron en tiempo record una función solidaria destinada a juntar dinero para comprar frazadas para gente en situación de calle. Lograron adquirir unas 200 mantas y ropa de abrigo, que fueron trasladadas al estadio de River donde operaba la Red Solidaria de Juan Carr. "Fue una noche extraordinaria –evoca Tokar–. Participaron José Curbelo y su mujer, también payadora, Marta Suint, una leyenda viva de Lezama de más de 80 años como Aldo Crubellier, Susana Repetto, Luis Genaro, Juan Lalanne, Mario, Saturno Santana, por supuesto Emanuel Gabotto…". La solidaridad aparece siempre, tal vez siguiendo las enseñanzas plasmadas por Atahualpa en "Coplas del payador perseguido": Pobre nací y pobre vivo/ Por eso soy delicao./ Estoy con los de mi lao/Cinchando tuitos parejos/Pa' hacer nuevo lo que es viejo/Y verlo al mundo cambiao.
¿Existen payadores de izquierda y de derecha?
Tokar: Bueno, sí. Aunque todo está relacionado con cierto contenido social. Hay payadores de diferentes ideologías e, incluso, de diferentes creencias religiosa.
Gabotto: El estigma es el del payador perseguido al que le cantó Yupanqui. Un referente ineludible como Carlos Molina, por ejemplo, era anarquista. Gabino Ezeiza, radical… Hay mucho socialista. Históricamente, el payador intentó ser la voz de los sin voz.
Para los próximos encuentros, Trolli ya comprometió la presencia Saúl Huenchul, un veterano payador muy respetado en las inmensidades patagónicas. También hay planes de celebrar el Día del Payador, que se conmemora cada 23 de julio, en el CCK. La fecha refiere a una famosa topada ocurrida el 23 de julio de 1884 en Montevideo entre el oriental Juan Nava y Gabino Ezeiza. La historia dice que fue un terrible duelo, ante representantes de ambos países. El Negro Ezeiza era un artista fenomenal, que se valía de cualquier recurso con tal de salir airoso. La gente lo provocaba, como quien desafía a un prestidigitador a que cada vez realice un pase de magia más asombroso. En una oportunidad lo retaron a que payara sobre el logaritmo. Gabino pidió unos días para resolver semejante encrucijada, una provocación en verdad. Consultó a un profesor amigo y en el siguiente encuentro entonó: Señores, voy a explicar / la ciencia del logaritmo, / si acierto a cantar al ritmo / de mi modesto payar. / Pongamos, para empezar, / dos progresiones enfrente; / por diferencia y cociente / correspondiendo entre sí, / y ¡ahijuna! saldrá de aquí / un sistema sorprendente…
Casi medianoche y se va a apagando otra velada en Las Palmeras. Tokar fuma bajo la galería añosa y por la calle Brasil ya casi no pasan autos. Habrá que esperar la próxima Noche payadora. "Mañana hay que madrugar", dice Tokar. Gabotto habla por celular y no pierde jamás la sonrisa serena, afable. Juntos acaban de debutar por Radio Nacional Folklórica con Nuestras voces payadoras, un programa que va los domingos de 7 a 8. En la puerta del restaurante, un cartel anuncia a Juan Antonio Márquez, "el cantor de los Montes del Tordillo". Todo aparece un poco corrido de la realidad en Las Palmeras. El paisaje es deliciosamente anacrónico. Sale un inquilino del hotel por una puerta lateral y en un rincón, su rincón, en el boliche ya vacío, don Félix Cardozo insiste con ver la vida pasar.
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