Doña Liber, diva de la escena argentina con toda justicia
Dos veces en mi carrera me tocó entrevistar a Libertad Lamarque. Miento: yo me postulé en ambas ocasiones y por suerte fui aceptado. Digo por suerte, porque era uno de mis sueños de infancia. La radio -de traza gótica- me entregaba por entonces, a menudo, esa vocecita pequeña y aguda, de tiple, tan afín a la imagen difundida en las fotografías de la cantante, una mujer menuda, de fino perfil y mirada (ligeramente estrábica) dulce y honda. Asistí luego a la paulatina tansformación que la llevó de los films casi primitivos de Juan Agustín Ferreyra a los encuadres preciosistas de Luis Saslavsky, el gran director que intuyó todo el potencial expresivo de Libertad, incluso en sus facetas de comediante. Y a la habilidad con que aquellos gorjeos de antaño eran reemplazados por una impostación más grave, más serena, a medida que el tiempo iba tornando dramática la tesitura lírico-ligera de los comienzos.
Andando los años, en el decenio del sesenta se estrenó en el Odeón, dirigida por Daniel Tinayre, "Hello, Dolly!", con la Lamarque de protagonista. Yo trabajaba en Primera Plana y propuse hacerle una importante nota de tapa, por el doble acontecimiento: versión local (aunque calcada de la original de Broadway) de un justamente famoso "musical", y retorno al teatro de una auténtica diva, tal vez la que con más justicia mereció ese calificativo en la historia del espectáculo argentino.
Me habían dicho ya que la estrella era ducha en el arte de ser iluminada y fotografiada, y pude comprobarlo.Nunca olvidaré la autoridad, templada por la cortesía, con que le indicó al fotógrafo de la revista - un profesional experimentado - cómo debía enfocarla y, sobre todo, de qué manera incidiría la luz sobre su nítido perfil y su piel increíblemente tersa (ella tenía ya más de sesenta años). Ni la gracia con que se calzó el inmenso tocado de plumas anaranjadas con que hacía el famoso número de los Harmonia Gardens, ni sus observaciones: "Así, así, ¿ve? La luz reflejada en el espejo me da aquí (señaló uno de sus pómulos) y el tocado, si me lo pongo así, hasta parece moderno y, a la vez, antigüito". Con una breve risa, muy de ella, subrayó el extraño diminutivo, tal vez originado en México, su otra patria.
Tampoco dejé de anotar el matiz con que me explicó qué había pasado con el guión de "Ayúdame a vivir", confiado en principio a un conocido dramaturgo de la época (1936, creo) y luego retocado por ella misma. "¡No! - me dijo - ¿Cómo quiere usted que yo apareciera como uan asesina? ¿Cómo lo iba a tomar mi público, que cree que yo soy como las dulces heroínas que interpreto? No: modifiqué el guión para que el hecho de que yo matara a un hombre, fuese un accidente. Hay que cuidar esos detalles".
Y vaya si los cuidaba "doña" Liber, muy consciente de su ubicación en el competitivo mundo del cine. Saslavsky me contó esta anécdota: durante la filmación de "La casa del recuerdo", la autora del libro, María Luisa Bombal, expresó el deseo de asistir a la filmación, con un grupo de amigos. El director accedió y, estando ya todos en el set, mandó llamar a Libertad, para empezar la escena. Como pasaba el tiempo y la diva no aparecía, a Saslavsky se le ocurrió tocar un timbre, que nunca usaba, conectado directamente con el camarín de la estrella. Una hora y media después apareció la Lamarque, radiante en su caracterización de época, y con el mejor tono aniñado le preguntó, candorosa: "¿Usted tocó el timbre, Luisito?".
Seguían los años su curso, y Libertad el suyo, inamovible. Allá por los sesenta, también, Bergara Leumann le dedicó un programa en la televisión, en uno de cuyos tramos le hizo escuchar una de sus grabaciones, de 1928. Y ella, con incomparable gracia, fingió asombrarse y comentó: "¡Pensar que una vivía en esa época!".
Sí, Libertad: usted vivía en esa época, y en esta de ahora, y para siempre. Nunca será olvidada, como intérprete magnífica del tango, como actriz versátil, como ejemplo de tesón, de conducta inalterablemente recta y de fidelidad a un destino.
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