Divididos festejó 30 años de historia en el Hipódromo de Palermo
"Cuando tocamos por primera vez en un bar en Flores, en lo único en lo que pensábamos con Ricardo era si íbamos a encontrar otro lugar para tocar", comentó emocionado Diego Arnedo al promediar el show que Divididos dio esta noche en el Hipódromo de Palermo , para festejar sus 30 años de historia. El salto en el tiempo es mucho más que una anécdota, la elipsis entre aquel debut y el presente contiene el biotipo del grupo: un power trío cuya razón de ser se construye a partir de lo irreprochable que son sus presentaciones en vivo. El rock como acto performático, como destreza... como gesto dionisíaco.
Con "Che ¿qué esperás?", debajo de la lluvia -que solo dio tregua por momentos-, Divididos dio comienzo a su primer show, después de muchos años, a cielo abierto en la Ciudad. Y si bien la fórmula no varió demasiado de la que usaron en otros shows, hubo momentos en los que aportaron un necesario valor agregado. Después de "La flor azul", con Jorge Calcaterra en guitarra y Javier Casalla en violín; el segmento con cuerdas (en el que se destacaron "Un alegre en este infierno" y una versión cargada de dramatismo de "La ñapi de mamá") mostró los matices del rock característico de Ricardo Mollo y compañía.
Pero lo que dominó al show, de más de dos horas y media de duración, fue el vértigo y la velocidad. Del funk como invitación al pogo en la seguidilla "Salir a comprar", "Perro Funk" y "¿Qué tal?" (con "La rubia tarada" enganchada al final), a las rendiciones sólidas de "Light My Fire" (The Doors), "Tengo" (Sandro) y "Sucio y desprolijo" (Pappo), Divididos hizo honor al mote de "Aplanadora del rock and roll" con un sonido tan arrollador como definido.
En el espectáculo se lucieron todos. Por un lado, Mollo en su enésima prueba de que su biblioteca de sonidos guitarreros va mucho más allá de Jimi Hendrix y de que se ha convertido en un cantante que cuida y quiere a su garganta (la gola aterciopelada en "Amapola del 66"). Por el otro, Diego Arnedo con sus líneas de bajo que se mueven como mil mamuts descendiendo de la montaña. Detrás de la escena, Catriel Ciavarella parece haber egresado de la escuela de Ian Paice (Deep Purple) con un doctorado en síncopas.
Entre tanto clásico, "Paisano de Hurlingham" se expandió como un aguafuerte costumbrista con el geolocalizador clavado en el Oeste y "¿Qué ves?" tuvo como invitado a Gustavo Santaolalla (productor del grupo en La era de la boludez) que tocó el charango para una zapada de psicodelia norteña. Para el final, más versiones de Sumo: "Crua Chan", "Next Week" y "El ojo blindado" -previo paso por "El arriero", o cómo pasar a Atahualpa por el filtro de Led Zeppelin.
"Tenemos que conservar la alegría", había dicho el líder de Divididos mucho antes. Renacidos después de la trágica muerte Luca Prodan, Ricardo Mollo y Diego Arnedo atravesaron el dolor de la pérdida pisando el pedal de la distorsión y con las válvulas al rojo vivo. El rock como todo llanto, sí, pero como sanación también.
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