Disney, el animador del siglo
Hoy se cumplen cien años del nacimiento del hombre que pasó de repartir diarios a ser el paradigma del "sueño americano"
Si un nombre alcanza para demostrar cabalmente que el "sueño americano" es posible es el de Walter Elias Disney. El hombre nacido hoy hace exactamente un siglo, que empezó a trabajar como repartidor de diarios, llegó a ser considerado el productor cinematográfico más reconocido y exitoso de toda la historia del cine, el dueño de un nombre que es sinónimo de entretenimiento (sobre todo infantil) en todo el mundo y el promotor de una empresa que, a 35 años de su muerte, es una marca universalmente reconocida.
En 1923, Disney llegó a Hollywood con apenas 40 dólares en el bolsillo y cargando sobre sus espaldas la quiebra de su primer proyecto de animación. Hoy, el conglomerado mundial de empresas que lleva su nombre tiene un valor patrimonial estimado de 68.600 millones de dólares, emplea a 120.000 personas a lo largo de todo el planeta y está ubicado en el puesto 49 entre las firmas más poderosas de Estados Unidos, según la revista Forbes.
Como le ocurre a ese selecto puñado de elegidos que identificó su propio nombre con la marcha y la evolución de la actividad que decidió abrazar y por esa razón logró pasar a la historia, en la vida de Disney se mezclan a menudo la realidad y la leyenda. Se sabe que nació en Chicago el 5 de diciembre de 1901, hijo de Elias Disney, un irlandés-canadiense, y de Flora Call, descendiente de alemanes y norteamericanos. Que tuvo cinco hermanos (cuatro varones y una niña), que creció en una granja de Missouri y que estudiaba de noche en la Escuela de Bellas Artes de Chicago mientras insinuaba su talento para el dibujo y la fotografía. Que en su juventud frecuentó algunas reuniones masónicas y que más tarde fue un ferviente militante anticomunista.
Pero también circularon alrededor de él leyendas urbanas de ribetes inverosímiles, como aquella que lo señala en realidad como nacido en Andalucía, España, hijo ilegítimo de un reconocido médico de Almería y una humilde lavandera, que para evitar el escándalo decidió emigrar con el bebe a Chicago para entregarlo allí a una familia adoptiva que lo bautiza con el nombre que todos le conocen.
Y aquella otra que todavía sigue sosteniendo que en algún lugar de Estados Unidos el cuerpo de Disney permanece congelado en una cámara criogenética a la espera de que algún día la medicina logre resucitarlo, cuando en realidad, después de morir, el 15 de diciembre de 1966, debido a un colapso circulatorio, tras una operación para removerle un tumor en los pulmones, sus restos fueron cremados y depositados en el Forest Lawn Memorial Park de Glendale, en la zona suburbana de Los Angeles.
En ese momento, el mundo quedó en estado de shock, sorprendido por la muerte de quien, a los 65 años, todavía tenía muchas posibilidades de seguir reinventando la animación y generando innovaciones de todo tipo en el mundo del entretenimiento. A partir de ese momento su vida comenzó a ser minuciosamente reconstruida: todos querían conocer el camino que llevó a Disney a convertirse en "la figura más significativa de las artes gráficas después de Leonardo da Vinci", según la opinión del animador británico David Low.
A los 16 años, cuando se había incorporado al Instituto de Arte de Kansas City, el joven Walt se alistó voluntariamente en la Cruz Roja y trabajó como chofer en Francia durante la Primera Guerra Mundial al volante de una ambulancia que estaba cubierta de dibujos. De regreso en Kansas y en compañía de Ub Iwerks, que luego se convertiría en uno de sus más estrechos colaboradores, se hizo dibujante publicitario. Cuando empezó a trabajar por su cuenta, lo hizo con una serie de dibujos animados que creaba y vendía. Pero el entusiasmo lo llevó a gastar demasiado y quedó en bancarrota.
Con unos pocos dólares, un puñado de dibujos y el apoyo creativo de Iwerks, Disney se trasladó a California, donde lo esperaba su hermano mayor, Roy. En los fondos de una inmobiliaria de Hollywood elaboraron la génesis de lo que sería en el futuro una marca registrada. Primero con Alice, una chica de carne y hueso atrapada en un mundo animado, y luego con un personaje llamado Oswald, sobre cuya base (y luego de una serie de complicaciones que incluyeron disputas contractuales y varios robos) se inspiró Disney para bocetar, durante un viaje en tren, a su más entrañable figura: el ratón Mickey.
La estrella máxima de la constelación de Disney vio la luz con dos aventuras iniciales mudas, una de las cuales se llamaba "El gaucho galopante". La tercera ("Steamboat Willie", con Mickey al comando de una embarcación) hizo historia: fue el primer corto animado con sonido totalmente sincronizado, que convirtió el día de su estreno (el 18 de noviembre de 1928) en el cumpleaños oficial de Mickey.
Renovador incansable
A partir de ese momento, todo lo imaginable en materia de animación tuvo a Walt Disney como vanguardia. No pasó mucho tiempo hasta que fue reconocido como un innovador fuera de lo común (algunos hasta se arriesgaban a calificarlo como genio), mientras que de su imaginación surgían junto a Mickey en las famosas "Sinfonías tontas" varios de los personajes que acompañarían la infancia de todas las generaciones posteriores, con el pato Donald, el perro Pluto y Goofy (originalmente conocido como Dippy) a la cabeza.
Disney era incansable. Como señaló Cesare Medail en el Corriere della Sera, no era "ni dibujante, ni director, ni escritor, ni compositor musical. Disney fue nada más y nada menos que un gran creador de fábulas..."
Experimentaba todo el tiempo con el color (con "Flores y árboles" ganó su primer Oscar, en 1932), estimulaba a sus dibujantes a perfeccionarse y salía en busca de nuevos desafíos, como el que halló en 1937 con "Blancanieves y los siete enanitos" (1937), el primer largometraje de dibujos animados de la historia del cine, que acaba de convertirse en el DVD más vendido de toda la historia.
Además de dar vuelo a la carrera de Disney, la película inspirada en el relato de los hermanos Grimm fijó algunas de las claves del extraordinario éxito a partir de una fórmula inmejorable: utilizar personajes entrañables y cálidos (muchos de ellos tomados de fábulas clásicas), aplicar nuevas técnicas de animación, utilizar argumentalmente valores como la ternura, la solidaridad y la superación frente a la adversidad y enriquecer las historias con un cuidadoso trabajo musical que siempre funcionó como uno de los pilares de sus proyectos.
Entretenimiento y más allá
A partir de allí, Disney hizo de la animación el eje de una fábrica de entretenimientos que a favor de la repercusión de sus personajes y de su multiplicación a través del inteligente uso del merchandising no paraba de crecer. "Pinocho", "Dumbo", "Bambi", "La cenicienta", "Alicia en el país de las maravillas", "La dama y el vagabundo", "La bella durmiente" y "101 dálmatas" le dieron al talentoso y visionario Walt, entre 1940 y 1960, fama e infinidad de premios (Disney y su compañía sumaron en más de 70 años casi un millar de distinciones, entre las cuales hay 48 Oscar) y, sobre todo, la inmediata identificación de chicos de todo el mundo con los protagonistas de sus historias.
En muchos casos, como el de "Pinocho" y sobre todo en "Fantasía", Disney se permitía riesgos. Esta última, considerada por muchos su obra cumbre, ensayaba caminos apenas explorados en la combinación de animación y música. No llegó a ser en su momento el éxito esperado (es más, estuvo a punto de ocasionar un quebranto financiero a la compañía), pero Disney supo aprovechar el reconocimiento y la consideración que a partir de allí comenzó a recibir de la crítica más exigente y del resto de la industria.
Esta circunstancia le permitió asomarse, a partir de la década de 1950, a proyectos que iban más allá de la animación y, en el fondo, procuraban diversificar el público para sus producciones utilizando ahora personajes de carne y hueso. Lo hizo primero con documentales clásicos, como "El desierto viviente", y más tarde con films argumentales que primero giraban en torno de la aventura ("La isla del tesoro", "20.000 leguas de viaje submarino") y luego mediante comedias familiares como "Polyanna", "El profesor distraído" y "Cupido motorizado".
La síntesis más notable del entretenimiento hecho arte según esta fórmula llegó en 1964 y se llamó "Mary Poppins". En la historia de la niñera perfecta encarnada por la entonces debutante Julie Andrews se resume el potencial que fue capaz de surgir de la imaginación de su creador: una historia deliciosa, música que queda grabada, extraordinarios efectos y un mensaje tan cálido como optimista.
Un monarca indiscutido
Algunos años antes de que este film se estrenara, Disney era el monarca indiscutido del entretenimiento familiar. Fiel a su espíritu emprendedor, se había asentado con fuerza en la TV (¿quién no recuerda sus apariciones al comienzo de cada episodio dominical de "Disneylandia"?) y ampliado sus horizontes con la apertura en Burbank, muy cerca de Los Angeles, del primer parque de diversiones de una serie que se extendería a la costa este (Walt Disney World, en Orlando), París y Tokio.
Diez días después de cumplir 65 años, Disney perdió la batalla contra el cáncer de pulmón que contrajo después de décadas de fumador empedernido. Estaba trabajando paralelamente en una de sus obras maestras animadas ("El libro de la selva") y en otra de sus clásicas comedias, "El millonario feliz". No pudo verlas terminadas, pero sí dejó abierto el legado para que su obra se multiplicara aún más hasta llegar a lo que es hoy la poderosa compañía que en los últimos años sumó muchos personajes más a su largo elenco de estrellas animadas, con éxitos como "La bella y la bestia", "Aladino", "La sirenita", "Mulán", "Hércules", "Pocahontas" o las extraordinarias dos películas de "Toy Story", surgidas de la asociación con el estudio Pixar.
"Prefiero entretener para que la gente aprenda en vez de enseñar a que la gente se entretenga", dijo una vez. Millones de personas alrededor del mundo interpretaron cabalmente ese propósito y hacen que el fantástico mundo de Walt Disney siga vivo después de un siglo.
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