Diego Velázquez, de Erdosain a Cannes y de vuelta al escenario
Acaba de ganar el premio al mejor actor en el Bafici por La larga noche de Francisco Sanctis, que competirá en el festival francés; mientras espera los Martín Fierro, donde fue nominado por Los siete locos y Los lanzallamas, sigue con las funciones de Los corderos por todo el país
Miércoles de la semana pasada. Diego Velázquez está en un recreo de una clase donde aprende lenguaje de señas. Se anotó porque le dio ganas, porque tenía tiempo, porque le gusta entrar a una clase y no toparse con conocidos y porque en este lenguaje hay algo del orden de un tipo de movimiento tan abstracto como figurativo que lo inquieta. En medio de ese break, sonó su teléfono. Alguien le avisa que fue nominado al Martín Fierro como mejor actor de unitario por su trabajo en la serie Los siete locos y Los lanzallamas, la adaptación de Ricardo Piglia de la obra de Arlt que emitió la Televisión Pública. Él hacía de Erdosain, su protagonista.
Tres días, después. Sábado. Velázquez está en una hostería de Esperanza, ciudad agropecuaria santafesina que no llega a los 50 mil habitantes. A la noche tiene función de Los corderos, montaje de Daniel Veronese producido por el Teatro Cervantes. Suena su teléfono. Andrea Testa le avisa que La larga noche de Francisco Sanctis, la película que ella codirigió, ganó el primer premio del Bafici y que él mismo fue elegido como mejor intérprete. Él era Francisco Sanctis, su protagonista.
Ahora, en un bar de Villa Crespo, Velázquez apaga el teléfono y se prende un grabador. Este talentoso intérprete, tan bailarín como actor, tan de la cámara como de la escena, tan experimental como inquieto ahora reconoce: "Cierto..., fue una semana un tanto extraña. Igual yo tengo una relación rara con los premios. No creo en ninguno salvo que sea el Trinidad Guevara".
–¿Porque es el único que da plata?
–Obvio, quiero mi pensión [se ríe]. Pero eso de ponerte a competir con otro no me gusta. Los agradezco, pero no los entiendo y tampoco me va que algunos terminen convertidos en perdedores, no es parte de mi naturaleza. Por otro lado, los actores ya tenemos el ego desatado y está bueno tenerlo bien agarradito.
Cuadernos de un imaginario propio
Cuando no imaginaba este presente Diego vivía en Mar del Plata. De joven hizo lo que hacen durante el verano los que nacieron allí: ser mozo, carpero y trabajar en una playa de estacionamiento. Pero su obsesión era otra: se pasaba horas armando fichas y cuadernos de actores y actrices famosos. En esas hojas volcaba datos, fotos, críticas, enumeración de trabajos realizados. En cierto sentido, ahora la piensa en un bar de Villa Crespo, era su manera de sintetizar su gusto por el diseño gráfico, el mundo del cine y los comics. En su casa, siempre le decían: "Estás todo el tiempo con esos cuadernos, ¡larga eso!". Pero él seguía con su boligoma, las tijeras, los marcadores y el imaginario del cine construyendo su propio imaginario.
Entre las fichas dedicadas a Paul Newman, Juliette Binoche, Marlon Brandon o Jessica Lange se colaban actores argentinos. Por ejemplo, el dedicado a Leonardo Sbaraglia. "De esa no estoy muy orgulloso porque no me quedó muy bien el nombre", recuerda ironizando su propia obsesión. La primera obra de teatro que vio en su vida fue Clave de sol. En esa obra trabajaba Sbaraglia. Después de haber formado parte de montajes de teatro y de danza que marcaron el pulso de la escena alternativa, en su primera obra en el circuito comercial terminó besándose de miércoles a domingo con Sbaraglia, cuando protagonizaban Cock, en La Plaza. Varias noches después de la función de ese espectáculo se subía a su bicicleta y bajaba por Córdoba con cierta sensación de felicidad.
La farsa, su ira
Hace unos años este tremendo intérprete fue la contrafigura de Julio Chavez en Farsantes. Aquello "midió". Le habilitó ser conocido por otros mundos. Algunas seguidoras crearon un club de fans. Una vez, un grupo de ellas se le apareció luego de un evento con un regalo. A Diego no le gusta alentar ese tipo de reacciones, pero se contenta con haberles permitido asomarse a los mundos poéticos de directores como Alejandro Tantanian y Ciro Zorzoli que a él lo marcaron. Con el primero, actuó en la escena pública tanto porteña como germana. Con el segundo, en 23.340, en Traición, en Estado de ira.
Una noche, después de una función de ese espectáculo que tantas veces fue como volvió, lo esperaron Andrea Testa y Francisco Márquez. Tímidamente se presentaron y le acercaron el guión de la película que acaba de ganar el Bafici. Llegado el momento, se largaron a transitar esa larga noche cargada de tensión en medio de un país, el nuestro, que atravesaba su noche más dramática. La película fue seleccionada para competir en el Festival de Cannes ("voy a ir, no me lo pienso perder"). Tampoco piensa perderse las funciones de Los corderos cuando haga funciones en "su" Mar del Plata natal.
Diego es un animal de teatro. Le preocupa y lo ocupa la actividad escénica en su totalidad. Ese interés es que lo lleva a decir esto: "En la escena pública de la ciudad la cosa está rara, hace tiempo que está rara. El Teatro San Martín está cerrado y en el Cultura San Martín se está producido como una vampirización del teatro del off con obras llevadas a ese lugar sin pagarles o pagándoles solo a algunos. Yo creo que en la ciudad no hay apoyo porque no entienden a la actividad o porque no es negocio. Y en lo que hace a la producción audiovisual había crecido mucho en estos años, pero no sé qué puede pasar ahora. No me imagino un programa como Los siete locos, que amé hacer, ahora. Ese espacio de prueba para actores y técnicos, de estar ejercitándose en su labor, no está más en el Canal 7. Esa circulación estaba buena y había que tenerle paciencia, cuidado; había que acompañar el error. La Televisión Pública debería ser un lugar para los voces que no tienen lugar, hay público para eso aunque cuantitativamente sea menor."
–¿Qué te alegra de tu trabajo?
–Me gusta ser parte de proyectos que me gustaría ver aunque no esté yo [se ríe]. Una vez, el artista plástico Roberto Fernández me habló de la «maldición y la bendición de la vocación». Siempre recuerdo esa frase y reconozco que hay algo de eso en mí. Hasta hace un tiempo no actuaba en películas. Hacerlo me pone contento. Y me pone contento decidir qué hacer. Mi representante me dice que tengo el no fácil, pero si no estoy convencido sé que no voy a estar bien, que no voy a rendir, que la voy a pasar mal. A mi me dan ganas, me alegra, formar parte de proyectos que me calienten, que pagaría para verlos.
A lo largo de todos estos años eligió trabajar con Diego Lerman, con Moro Anghileri, con Gustavo Tarrío, con Daniel Veronese, con Silvia Grinberg, con Calos Casella, con Fernanda Orazi. Eligió hacer su propia obra en la que revisitaba su pasión por los cómics (la llamó Aquaman). Eligió formar parte de proyectos eminentemente experimentales, como Simil piel y Exhibición y desfile, mientras indaga en textos de Pinter, Ibsen, Shakespeare, Sophie Calle y se prepara para grabar Kryptonita en su versión serie.
Eligió estudiar teatro, cine, artes visuales, danza y, ahora, lenguaje de señas. Esas son, en parte, sus propias señas personales. "Yo quiero seguir siendo dueño de mis propias decisiones", dice este intérprete que de tanto imaginarse al mundo de lo cinematográfico habita la pantalla con al misma fluidez que se expande en escena.