“Empecé a usar celular en esa espera”, dice David Sisso, editor de fotografía de Rolling Stone en 1999. “Como las cosas iban a ser así, llegó el momento de tener un celular encima, porque si no no iba a poder responder a tiempo”.
El llamado que se esperaba y al que había que reaccionar con los reflejos de Nicolino Locche era, en realidad, uno de los últimos eslabones de una cadena. Sisso estaba atento al chiflido del productor Claudio Larrea, que a su vez aguardaba señal del periodista Daniel Arcucci, que estaba alerta por si lo requería Guillermo Coppola, que finalmente transmitiría la voluntad imprevisible e inconsulta del hombre de la tapa, un sueño de la revista desde su primer número: Diego Armando Maradona.
La vigilia duró semanas. Si Maradona daba el ok, no había margen de negociación: el equipo fotográfico debía dejar lo que estuviera haciendo y salir disparado para donde él ordenara. No había fin de semana, no había feriado, no había eventos familiares, no había madrugada siquiera: era ya, o no se hacía. "Ese era el planteo que chocaba de frente con lo que teníamos como cultura dentro de la revista, de una producción muy planificada", recuerda Sisso.
El editor tenía, a su vez, la misión de alertar al fotógrafo que se cargaría las tomas. Un viernes de franco, Enrico Fantoni se echó a dormir una siesta corta; al despertar, su teléfono ardía. "Había no sé cuántos mensajes de David... ‘¿dónde estás Tano? Dale que nos está esperando el Diego’", cuenta. Como pudo cargó todo lo necesario y voló hasta el punto de encuentro: un apart hotel céntrico en el que Maradona se refugiaba tras el último encontronazo con la Claudia.
"Llegamos muy emocionados y con el corazón en la garganta, alquilamos una habitación al lado de donde estaba él y empezamos a tirar todos los muebles a un costado para poder poner el fondo blanco, las luces, todo. Y cuando terminamos de armar, Diego cruzó el pasillo y entró", dice Fantoni. Maradona venía de dormir 24 horas seguidas, algo bastante común para él en aquella época deforme en la que se empezaba a presagiar la debacle que lo dejó al borde de la muerte en el verano siguiente en Punta del Este. "Diego apareció después de muchas horas de Coppola intentando levantarlo. Parecía que sí, que había sucesiones de días sin descanso, caía en la cama y en algún momento lograban volver a ponerlo en actividad", dice Sisso.
Con todo ese sueño, el astro llegó fresco y bien dispuesto. Aún con el fotografiado de buen humor, no había margen para una producción larga y puntillosa al estilo Rolling Stone: el foco era austero, realizable y despojado, en sintonía con el texto de Arcucci que lo mostraba en plan "Diego cuenta todo". "Era una entrevista como si él estuviese en la cama, muy íntima, y por eso surgió esta idea de sacarle una foto desde arriba, como si él estuviese en una cama, tapado con una sábana", dice el fotógrafo.
La "cama" era en realidad el suelo de la habitación acondicionado para la ocasión, y "arriba" era la parte superior de una escalera desde donde Fantoni disparaba haciendo equilibrio. "Coppola me tomaba el pelo, me decía ‘tanito, cuidado vos arriba de la escalera, porque el Diego todo lo que se cae lo agarra’", cuenta Fantoni, que no tardó en congeniar con Maradona gracias al estratégico uso de su idioma natal. "Se copó enseguida. Cuando le hacía el retrato le decía ‘bello Diego, bello así’. Y al cuarto bello me dice ‘che tano, ¿qué hacés después de la foto?’. No entendía qué me quería decir. Y me dice ‘claro, me decís bello bello, salgamos juntos’. Yo hacía poco que estaba viviendo en la Argentina y no entendía bien los códigos. Y de atrás de Diego, Arcucci me hacía ‘no no, decile que no’. Después le pregunté y me dijo ‘no puede estar solo, está en un momento en el que vas con él y durante tres días te secuestra y no volvés a tu casa’. Yo dije ‘bueno, tan mal no hubiese sido’. Es uno de mis remordimientos: haberle dicho no al Diego".
En cuarenta minutos había que dejar todo listo. "Hicimos un retrato muy limpio, sin remera, en un plano corto, que hablaba de esa cosa más despojada que queríamos mostrar", dice Sisso: fue el que se usó en la portada. También se hizo una foto llena de simbolismo que salió espontáneamente: Maradona con la casaca de la Selección a medio sacar, como terminando de asumir lo irremediable. Una toma con una bata de Versace –la elegida para la Edición Especial Digital que Rolling Stone publicó como homenaje por su muerte– generó un momento incómodo: a Diego le gustó y se la quería quedar, para desazón del productor Claudio Larrea que la había pedido prestada en un local con un cheque propio de 1500 dólares como garantía de devolución. "Hicimos toda la producción y cuando se la sacó Coppola la manoteó, la metió adentro de un bolso abajo de la cama y dijo ‘Diego es como un niño, si no la ve no pasa nada, pero si la ve se la va a llevar’. Y de hecho no la vio y se olvidó y no se la llevó", cuenta Fantoni.
Toda aquella sesión, como solía pasar con todo lo que rodeaba a Maradona, tuvo vida propia. Enrico volvió de visita a su país y encontró una convertida en poster, colgada en la calle. David compró un mazo de naipes dedicado al 10 y ahí estaban otra vez, entre ases y reyes. Lo que había sido un encuentro relámpago en un hotel se convirtió en cultura popular: magia maradoniana.
Como epílogo, después de los flashes “profesionales” hubo otro, más ligado al amor que al trabajo. “Le pedí una foto para mi mamá y me dijo ‘per la mamma, esto y más’. Y entonces nos sacamos una foto que todavía tengo en mi billetera”, cuenta Enrico. Aquella toma trivial en la que Diego mira a cámara y Fantoni –cómo no– le clava la mirada a él, una de esas que Diego se sacaba de a cientos por día sin pensar, se convirtió para el fotógrafo en una especie de pasaporte alternativo: “Me ayudó en muchas ocasiones. Cuando fui a Napoli cada dos por tres la sacaba y la mostraba. Y cuando mostrás una foto con Maradona pasás a la categoría de semidiós”.
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