Diana Krall no decepciona, pero tampoco sale de su libreto
BUENO. Turn Up the Quiet Tour. Diana Krall (voz, piano). Karriem Riggins (batería), Robert Hurst (contrabajo), Anthony Wilson (guitarra) y Stuart Duncan (violín). Soporte: Lucho Milocco. Sala: teatro Gran Rex.
La canadiense Diana Krall es, sin dudas, una de las mujeres más taquilleras del jazz. Y en esa enorme cantidad de discos vendidos y en las salas llenas por todas partes –el Gran Rex porteño, una vez más, no fue la excepción- se conjugan unas cuantas cosas. Es una cantante de muy buena técnica, prolija, que maneja su garganta con solvencia, y una pianista igualmente dúctil, que sabe mostrarse creativa por momentos y que domina el instrumento también con eficiencia profesional. Pero si ha alcanzado el lugar que ocupa, si seduce a tantos públicos, si se ha alzado con unos cuantos premios y si obtiene semejante entusiasmo cada vez que nos visita, es seguramente, además, por algunos otros asuntos. Por un lado, siempre supo jugar con su imagen de mujer seductora y explotó sin prejuicios la belleza física que le dio la naturaleza a la vez que manejó con cuidada exposición su vida privada; y es por todos conocida su relación matrimonial con el músico Elvis Costello. Pero lo más interesante está en el inteligente manejo que hizo siempre de los repertorios. Diana Krall va del pop al jazz sin rasgarse las vestiduras, y tanto puede hacer un disco como Walflower, de 2015, en el que recrea a The Mamas and the Papas, The Eagles, Bob Dylan o Joni Mitchell, como volver ahora, con Turn Up the Quiet, a un jazz más clásico y hacer sus versiones de temas de Irving Berlin, Cole Porter, John Mercer o Richard Rodgers & Lorenz Hart, entre otros. Y amante y conocedora de la cultura de Brasil, también han sonado sambas y bossa novas en sus repertorios.
Diana Krall tiene la particularidad de que jamás va a decepcionar. Su concierto de Buenos Aires, y salvo por un pequeño momento en que un bebé llorando la distrajo y pasada la broma inicial terminó incomodándola, transcurrió en el marco de su conocida pulcritud y prolijidad. Arrancó, como en cada uno de los últimos puntos de su gira, con "Deed I Do" de Fred Rose. Hizo apenas por pocos de los temas del disco que venía a presentar: "L-O-V-E", "Moonglow" y una agradable y algo edulcorada versión de "Night and Day" de Porter. Transcurrió el episodio de la interrupción por el llanto con un buen solo de voz y piano para "A Case of You" de Joni Mitchell. Homenajeó a Nat King Cole con "You Call this Madness" en el que fue el mejor momento de la noche. Pasó por Tom Waits con "Temptation". Se hizo muy tradicional con "On the Sunny Side or the Street". Y ya en el momento de la larga tirada de bises volvió a levantar vuelo con "Just Like a Butterfly That’s Caught in the Rain" de Mort Dixon.
Claro que esa misma prolijidad, solvencia y pulcritud que son sin duda un mérito, pueden convertirse –y de hecho ocurre con Krall en muchos momentos del show- en cierta frialdad. Es prácticamente imposible cuestionarla formalmente. Los temas están siempre bien tocados, los músicos tienen larguísimos espacios para la improvisación y son diestros con sus instrumentos, recurre a sonidos y solos, sobre todo en la guitarra y el violín, que parecen más del estilo de un concierto de rock que de uno de jazz, y hasta la simpatía y la dulzura de sus comentarios parecen estar meticulosamente estudiados. Pero el swing, esa misteriosa palabrita que cualquier oyente de jazz puede decodificar sin explicarla, faltó una vez más, como en otros casos, a esta cita del Gran Rex. Podría decirse que alguna o aún varias de sus interpretaciones, escuchadas por separado, resultarían más que agradables. Pero así, puestas en conjunto y en el total de un espectáculo completo, al concierto de la canadiense le hubiera venido mejor un poco más de transpiración.
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