DeVito: pequeño gran actor
MADRID (El País/Cinemanía).- Es la versión humana de una bala de cañón, con un ánimo perversamente infantil y un cerebro tan cercano al suelo que equilibra el peso y el peligro de fantasear en exceso. Danny DeVito mira siempre hacia arriba, literal y metafóricamente hablando, dando rienda suelta a un ego que rebosa en su metro y medio de talento y autoestima, y que él alimenta con pequeños excesos. Unos excesos que (él lo sabe) siempre encuentran el perdón de los que miran hacia abajo. Y lo cierto es que poco hay que perdonar: con 57 películas protagonizadas, 4 dirigidas y 15 producidas, este italoamericano nacido el 17 de noviembre de 1944 en Neptune, Nueva Jersey, ha conquistado al público y se ha metido la industria en el bolsillo.
Ahora, tras "El mundo de Andy", vuelve a las pantallas con "La clave del éxito" ("The Big Kahuna", una muestra de su apuesta personal por cambiar de registro (muy alejado de la comedia alocada). En la película, dirigida por John Swanbeck, Danny DeVito da vida a Phil, un jefe de ventas de lubricantes industriales quemado, cincuentón y divorciado, que está de vuelta de todo y entra en la fase de cuestionar sus principios y abordar la religión y las relaciones humanas como nuevos valores. A él se enfrenta Larry (Kevin Spacey), cínico, lúcido, pero muy amigo de sus amigos. Y Phil lo es. Y entre ellos, un cándido Bob (Peter Facinelli), fiel reflejo de los valores cristianos y de la inocencia que da no haberse arrepentido nunca. La película se rodó en 16 días y transcurre en una suite de un hotel de Wichita al que han acudido los tres compañeros para conseguir un buen cliente. Al contrario que su personaje en "La clave del éxito", DeVito ha recorrido el lado más humano del sueño americano, personificando el logro de grandes ambiciones. Si no, ¿cómo podría haber cambiado su destreza con el peine y la tijera de un modesto salón de belleza por la interpretación? Sí, DeVito, el periodista chismoso de "Los Angeles: al desnudo", el tierno ascensorista en "El beso", el eterno rival de Douglas y Turner en "Tras la esmeralda perdida" y "La joya del Nilo", iba para peluquero. Pero el destino cuenta sus propios chistes, así que en lo que dura un fotograma, este pequeño pero contundente estilista, que se alzaba sobre un cajón para el manejo de bigudíes y demás cachivaches, cambió la Wilfred Academy of Hair and Beauty Culture por la American Academy of Dramatic Arts. El resultado de semejante giro queda claro en la publicación en mayo último en la revista Premiére de la lista de los más poderosos de Hollywood: DeVito, en su triple faceta como actor, director y productor, ocupa el puesto 74 del prestigioso ranking, gracias, principalmente, a los ingresos obtenidos por su última producción, "Erin Brockovich, una mujer audaz" (208 millones de dólares recaudados en todo el mundo). Pero también queda claro en la respuesta del público. Danny DeVito cae bien. Actúa bien, dirige bien. Elige bien sus proyectos.
Como es lógico en estas biografías de hombres hechos a sí mismos que han plantado cara a la realidad para luego adornarla con sus sueños, los comienzos de DeVito tienen tintes humildes y mucha desocupación. Viajes con billete de ida y vuelta de Nueva York a Hollywood sin conseguir ni una sola prueba. Pero el actor ya existía y, como buen escorpiano, poseía cualidades que le permitieron no desanimarse y hacer de sus limitaciones ventajas.
Así, llegó la oportunidad en sendas versiones para teatro y cine de "Atrapado sin salida", DeVito fue Martini, un loco frágil obsesionado con los "hoteles" del Monopoli. Corría el año 1975. La película, dirigida por Milos Forman y protagonizada por Jack Nicholson, consiguió cinco Oscar de la Academia y formó un interesante triángulo (DeVito-Forman-Douglas) que apuntaba una cita para el futuro.
Por fin, en 1978, consiguió un papel que le valdría el reconocimiento popular, un Emmy y un Globo de Oro al mejor intérprete masculino de televisión: el del repulsivo e hilarante taxista Louie DiPalma, alma de la serie "Taxi". En ella, DeVito coincidió con Andy Kauffman, otro de los hilos que recuperaría en el futuro y que convertiría el triángulo anterior en un cuadrado perfecto.
Su cara rechoncha le permitió obtener papeles nada convencionales y cada vez más orientados a la comedia. En 1983 volvía a coincidir con Nicholson en "La fuerza del cariño", de James Brooks. A partir de ese momento, DeVito comenzó a rechazar papeles por exceso de oferta. Llegaron sus incursiones como director en "La guerra de los Roses", "Tira a mamá del tren" y "Matilda", participaciones en films comerciales como "Batman vuelve", "Hoffa", "El último gran héroe" y "Marte ataca" y en innumerables producciones independientes y experimentales. DeVito es mucho más que un tipo gracioso. Es un tipo muy serio y no se vende a cualquier precio.