Hizo más de 3 mil funciones y 9 años consecutivos; en uno de sus monólogos pedaleaba en una bicicleta durante casi diez minutos; y casi echa a todo el elenco luego de un desplante en Mar del Plata
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“Hasta la esquina de Pinti, por favor”. Así se le podía indicar a cualquier taxista durante la década que duró Salsa criolla, para llegar hasta la esquina de Rivadavia y Paraná. Y no es que el teatro no fuese importante; se trata ni más ni menos que del teatro comercial más antiguo de América Latina: el teatro Liceo. Primero con su obra Pan y circo y, luego, con el éxito impresionante de Salsa criolla, Enrique Pinti siempre ponía su marca en aquella esquina porteña. Hoy el mundo del espectáculo llora su muerte: el humorista falleció a los 82 años, tal como confirmó el empresario teatral a LA NACION.
“Yo le pedía al taxista que me llevara al teatro de Pinti aunque la escritura del teatro la tuviera yo”, rememoró -tiempo atrás- el productor con risas, muchos años después de aquel suceso descomunal de Salsa criolla. La figura de Enrique Pinti ya era estelar pero con esta obra alcanzaría la gloria. Y marcaría al teatro nacional con esa piedra fundamental para siempre.
Salsa criolla definitivamente fue una ruptura dentro de lo que Enrique Pinti venía haciendo hasta la fecha. “Primero tuve la formación en el Nuevo Teatro, de Alejandra Boero. Y después empecé a hacer mi perfil propio cultivando el humor desde el monólogo, desde el unipersonal”, contó Pinti al recordar aquellos años fantásticos. La segunda parte de su carrera comenzó con Lino Patalano, en la época del café concert. Por aquellos años hizo obras como Historias recogidas (entre 1973 y 1975), Historias recogidas II (1978-79), El show de Enrique Pinti (1980-81), Pan y circo (1982) y Vote Pinti (1983), que fluctuaban entre el café concert, el unipersonal y el music hall. E incluso hizo intervenciones en el teatro de revista. Siempre narrando, contando las historias del cine, de la tragedia griega. Con Pan y circo, todavía en dictadura, de alguna manera forjó un borrador de lo que poco tiempo después se consolidaría como Salsa criolla, pero allí Pinti plasmaba la historia del mundo, desde la llegada de los europeos a América hasta su presente pero siempre hablando a nivel internacional.
“A raíz de la dictadura, todavía no me había atrevido a contar la historia argentina. Ya tenía los esquemas bien armados y entonces me animé a contarla. Así nace Salsa criolla”, repasó Pinti con su memoria prodigiosa, su humor constante y su verborragia intacta.
“Para hacer la historia tomé la forma de los griegos, en la que siempre salía un rapsoda, un pelotudo, que contaba la obra. Como las obras se representaban al aire libre y eran multitudinarias salía el boludo y te explicaba lo que se iba a ver por si alguien se distraía. En Salsa criolla yo era ese boludo que salía y decía a ese estilo ‘voy a contar la historia argentina por fin’. El primer sketch era el de Isabel la Católica, la reina estaba desesperada por guita. Cuando llegaba Colón, una especie de mercader genovés que no hablaba bien español, le explicaba que detrás del horizonte había un mundo. ‘Váyase usted a la mierda con las explicaciones, ¿dónde está la plata?’... y él le decía que ahí, en ese continente, estaba el porvenir. ‘¡El porvenir me lo paso por donde usted ya sabe dónde!’, le decía ella, que sacaba un chanchito que tenía de alcancía y le decía que le compre un continente con ese dinero; entonces él salía corriendo con el chanchito. Ella cantaba una bulería fantástica diciendo que iba a ser la reina del mundo”. Pinti se acordaba los pasajes de memoria. Los recitaba.
Este musical humorístico no tenía una estructura, ni un argumento, sino un orden conceptual que formaba su columna vertebral. Comenzaba con un monólogo político como para que al espectador le quedase claro a qué tipo de espectáculo había ido. Luego continuaba con Colón y la Reina Isabel La Católica (encarnada por él mismo) y luego los siguientes cuadros que irían ilustrando la historia, como los gauchos en la Pampa, la revolución de 1810, la conquista del desierto, la mazorca, la llegada de los inmigrantes, el peronismo, el radicalismo, los golpes militares y el retorno a la democracia. Cada una de esas estampas estaba vinculada con algún cuadro musical ilustrativo o alegórico, ya sea cantado o bailado y estaba acompañado en escena por ocho bailarines y dos actores (Omar Lopardo y Juan Carlos Iglesias).
“Soy Isabel, La Católica,/ De Castilla y de León./ He reventado a los moros,/ a judíos y a marranos,/ olé, olé, olé, olé,/ y si alguien no está de acuerdo,/ lo mando a la Inquisición./ Y aunque marido tengo,/ en mi casa mando yo,/ tanto manda, manda tanto,/ Isabel como Fernando./ Olé, olé, olé, olé,/ eso es tan sólo una frase,/ que acá el machito soy yo/ y que viva, viva, viva/ la madre que me parió.”
Y Salsa criolla quedaba abierta así, con un Pinti vestido de reina, una reina con muchas coincidencias con la Reina de Corazones de Alicia, en el país de las maravillas. Hacía poco que la democracia y con ella la libertad de expresión habían vuelto al país, así que para el cocinero fundamental de esta salsa, era el momento de poder decir a viva voz todo lo que pensaba. Esa irreverencia y ese clamor por hablar, por gritar, por decir es lo que seguramente animó a la gente a ir a ver esta obra que decía malas palabras sin cesar, sin censura y con una gracia imparable.
“Finalmente llegábamos a la Primera Guerra Mundial, yo hacía de un soldado. En realidad un boludo al que lo mandaban a todas las guerras y él iba. A la Primera, a la Segunda, a la de Vietnam, a la de Corea; el pobre cuando llega la bomba atómica de Hiroshima y Nagasaki, dice que no, que se vayan a la mierda que no va más, que vaya su madre. Y ahí venía el paraíso. Llegaba un ángel que era yo, que había visto todo desde arriba. Mi ángel no tenía alas, como el ángel de Qué bello es vivir. Y narraba el fin del mundo, que después de tanta guerra el mundo se había ido a la mierda en el año 3013. No quedaba nada del viejo mundo pero quedaba la esperanza de poderlo rearmar y terminaba con la canción de los artistas, que se estrenó en Salsa criolla, y decía que lo único que iba a quedar era lo que habían hecho los artistas porque el arte es inmortal”, contó Pinti.
Un comienzo complicado
Pero no todo fue color de rosas. Sí, es cierto que aquella obra estrenada el 15 de marzo de 1985, con texto, letras, dirección y protagónico de Enrique Pinti, con música de Gregorio Vatenberg, coreografía de Juan Carlos Iglesias y producción de Buddy Day, se consolidó como un éxito en el instante de su estreno, también que sumó la elocuente cifra de casi tres mil representaciones a lo largo de nueve temporadas consecutivas, que incluyeron veranos en Mar del Plata, premios, halagos, ocho funciones semanales –de marzo a octubre– con localidades agotadas y que la vieron, además, tres millones de espectadores. Pero su comienzo estuvo plagado de dificultades.
“Enrique había escrito Salsa criolla, y yo fui con ese proyecto a verlo a Alberto González al teatro Maipo, fui a ver a Julio Gallo al Astral, pero nadie, ningún empresario me quería dar una sala para Enrique Pinti porque no creían en el proyecto”, rememoró Cipe Fridman, su mano derecha, persona fundamental en la carrera de Enrique Pinti hasta el día de su muerte. “En aquel momento yo trabajaba con los dos, con Antonio Gasalla y con Enrique. Pinti ya había hecho Pan y circo en 1982 dirigido por Antonio Gasalla y se había hecho en el Liceo. Entonces me llegó el rumor, a través de un técnico del Liceo, que Buddy Day –dueño ese teatro en aquel entonces– estaba buscando un espectáculo. Lo invité a Buddy a mi casa, le conté de qué se trataba y me dijo que le interesaba, que él la iba a producir. La producción, la verdad, hay que decirlo, fue paupérrima. En el momento en el que en la obra aparecía el personaje de Evita, la actriz (Patricia Browne) usaba un vestido rosa de la mujer de Buddy Day que era cantante de ópera. Todo el vestuario se hizo con ropa usada y la escenografía consistía en pequeños cuadritos que ilustraban la época. Era más parecida a una obra de fin de curso. Pero fue la única manera que tuvimos de estrenar”.
El elenco original lo completaban Omar Lopardo (por aquel entonces Sergio Lupardo), Juan Carlos Iglesias, Mirta Wola, Patricio Vargas, Patricia Browne, Patricia Sánchez, Ariel Tejada, Juan Carlos Carbajal, Guillermo Ortiz y Zoraida Fontelara. También fueron parte del elenco Gustavo Moro, Mirta Wola, Reynaldo Arias, Mario Suárez, Juan Carlos Carabajal, Marcela Castro, Valeria Robles, Diego Funes y muchos más.
Para el día del estreno fueron todos los colegas y a pesar de quedar encantados con la obra, con los cuadros musicales, con el texto, con las coreografías, todos coincidieron en que el monólogo final estaba de más, que no le sumaba nada al espectáculo aseguraban. “Todos menos Tato Bores. quien le dijo que no toque eso. Y sí, el éxito de Salsa criolla se debió en gran medida al último monólogo porque la gente iba a ver la obra una vez por año para escuchar lo que Pinti iba agregando y actualizando a medida que la realidad cambiaba”, contó Fridman, quien aseguró que las condiciones de la obra no cambiaron a pesar del éxito descomunal, que incluía la tertulia (parte más alta de la sala), esa herradura de madera superior en la que entraban unas 64 personas extras que durante años no había estado habilitada. Para llegar a ella había que subir muchas escaleras, hasta que Carlos Rottemberg llevó la obra a Mar del Plata el 7 de enero de 1994. “Rottemberg hizo toda la producción de cero, el vestuario nuevo, hermoso. Con Rottemberg vimos el paillette por primera vez”, agregó Fridman.
En aquel momento, Carlos Rottemberg ya había comprado el Liceo. Por lo tanto, así como se montó en Mar del Plata volvió al Liceo a hacer una temporada más.
Uno de sus monólogos era nada más ni nada menos que pedaleando en una bicicleta fija, en clara referencia a la “bicicleta financiera”, durante casi diez minutos. “Así se hace mierda un país –decía–: con la plata dulce, con la bicicleta financiera”.
“Fue un sueño estar en una obra así tan exitosa. De martes a domingos estaba lleno. Para conseguir entradas había que sacarlas con un mes de anticipación. Además, Enrique le daba espacio al ballet, no era habitual. Siempre lo caracterizó su generosidad. Siempre tenía palabras de aliento. Yo entré como bailarín, pero si él veía algo más en voz, te daba textos, destaques. Ahí empezó a interesarme la actuación. El de Salsa criolla era el mejor ballet de la época. Al tiempo empecé a trabajar como transformista y, para llegar a tiempo a los shows en los boliches, Pinti me dejaba hacer el saludo final con una base de maquillaje”, narró Gustavo Moro, hoy un reconocido bailarín, coreógrafo y transformista.
Como es público, Pinti estrenaba sus obras en enero y continuaba sin parar hasta octubre con esas ocho funciones semanales repletas. Durante los domingos de verano, que la obra comenzaba más temprano, a las 7 de la tarde, ya había gente haciendo cola para poder entrar, con 35 grados de calor. “Cada uno de los boleteros del Liceo con las entradas de la platea se compró un auto y un departamento. Salsa criolla fue una fiesta para muchas personas”, recordó la productora.
Hasta el más pacífico se enojaba
Como ya se dijo, Cipe Fridman era una mujer indispensable en la vida de Pinti. Con ella hablaba diariamente a la misma hora y, a veces, más de una vez por día. Era la encargada de pasar en limpio lo que Enrique escribía a mano. “Él piensa más rápido de lo que escribe así que a veces me pasa manuscritos que son un renglón unido y yo tengo que descifrar qué dicen, dónde está cada palabra. A algunas las pone por las mitad, otras las pega con la siguiente. Como yo ya sé qué piensa y lo que quiere decir lo entiendo”, rememoró en medio de infinitas anécdotas.
El elenco completo esperaba el comienzo de la función en el camarín de Pinti, charlando de la vida. “Siempre tuvo una relación magnífica con el elenco. Salvo un día. Cuando se estrenó en Mar del Plata quedó nominada para los premios Estrella de Mar. Y fuimos todos. A Enrique, a Juanito Belmonte, su representante de aquel entonces y a mí nos sentaron adelante. Cuando nombraron como ganadora a Salsa criolla, Enrique subió a recibir el premio y no dejaron subir al elenco. Pero de eso nosotros no nos enteramos. Cuando salimos de los premios, todo el elenco estaba furioso pero nadie dijo nada. Al otro día, se hizo la función como siempre y cuando llegó el saludo final, todos se escaparon por la escalera de atrás del Neptuno y Enrique quedó absolutamente solo saludando”. Cipe hizo una pausa en el relato. “Enrique es agua de tanque. Le agarró tal ataque que rompió de un puñetazo la mesada del camarín y arrancó dos ‘patas’, las telas al costado del escenario. Y le dijo a Buddy Day que si ellos eran capaces de pensar que él no los había dejado subir, no los quería ver más. Jamás lo vi ni lo quiero volver a ver así de enojado”, relató Cipe, quien aseguró que se peleaba a diario con Pinti pero por pavadas, discutían, no se guardaban nada, pero nunca se enojaban. “Es otra cosa. Me puede mandar al diablo y yo a él, pero no nos ofendemos. Ni un matrimonio aguanta 43 años de relación”.
Un innovador exitoso, con mesa en Edelweiss
La suerte estaba echada. Pinti cambiaría las reglas del juego. Fue el creador de un género musical diferente como la cabalgata histórico-musical y dentro de este género, muy cercano al music hall, tuvo el espectáculo más exitoso del teatro nacional: Salsa criolla.
“En 1994, el Liceo tenía 700 localidades, con esas butacas lo compré y luego lo achiqué. El recuerdo que tengo es ir todos los sábados a ver a Enrique al camarín, tipo 20 o 20.30 pasadas, espiar desde el escenario por un agujerito del telón de boca las 700 butacas llenas y decirle a él que no faltaba ninguna butaca por ocupar. Y a las 21 en punto, como un relojito, yo me corría para que se suba el telón y comience la función”, evocó Carlos Rottemberg, que sostuvo que las verdaderas anécdotas de Salsa criolla hay que ir a buscarlas a la mesa de Pinti en el restaurante Edelweiss.
“Desde 1978, todas las noches íbamos a cenar a Edelweiss, de martes a domingos. Y los sábados íbamos a las 3 de la mañana porque esperábamos a Antonio Gasalla que terminaba la tercera función a esa hora. No estábamos solos porque se llenaba de todos los artistas del teatro de revista y parte del público que tenía ganas de ver a las figuras más importantes de la época. Tiempo después, le asignaron una mesa a Enrique que la utilizó hasta hace tres años, todos los días. Era la mesa de Pinti. Como Paraná y Rivadavia era la esquina de Pinti”, contó Fridman y agregó que desde que comenzó a trabajar con él, en 1976, el actor siempre estuvo a régimen. “Tampoco toma alcohol. A lo sumo tomaba algo de vino para brindar. Él tomaba agua mineral con gas y se bajaba varias botellas”.
Siempre se dice que Brujas y Toc toc son las dos comedias más exitosas, “pero Salsa criolla tiene un récord histórico importante dentro del rubro que llamamos la cabalgata histórico musical. Se dice mucho de Brujas y Toc toc, es cierto, pero Salsa criolla vendió más entradas que esos títulos. Lo que pasa es que el texto de 1985 no era exactamente el mismo; sí los cuadros, pero el texto de actualidad a los 10 años no era el mismo que al comienzo. Por lo tanto, tenía ese valor agregado por el cual el público repetía la obra año tras año”, confirmó Rottemberg siempre atento a las estadísticas.
“En 1991, me acuerdo que yo producía Brujas en el Ateneo y Buddy Day Salsa criolla en el Liceo. Ambas salas con la misma capacidad de butacas y peleábamos quién ganaba. Era el Liceo contra el Ateneo. Los dos espectáculos que juntaban más gente se daban en salas que no estaban en la calle Corrientes. Se tiende a pensar que el circuito comercial es en la calle Corrientes y ninguna de estas obras se exhibieron ahí. Corrientes miraba los éxitos”.
Rottemberg heredó, de alguna manera, la obra maestra de Salsa criolla cuando compró el Liceo, sin embargo también recordó un hecho poco común en el ambiente: “Cuando Pinti firmó contrato con la producción original arregló un porcentaje por su derecho de autor y, además, como actor y director. Cuando fue el éxito rotundo Pinti tuvo un gesto permanente que yo heredé: nunca cambiar la condición original. Pinti cumplió con la premisa que no todos cumplen: cuando uno pacta condiciones porcentuales, esas condiciones valen para el éxito y para el fracaso”.
Y si de números se trata, Pinti fue el protagonista más longevo del espectáculo de ese teatro y es el teatro más antiguo de América Latina, en cuanto a teatros privados. Se fundó en 1872 y el año que viene cumple 150 años.
Una gran aventura
“Tardé dos meses en escribir la obra. Fue realmente una aventura. Y desde el primer día la gente se rió donde debía reírse, se emocionó al final, y no hubo manera de frenar la venta de entradas desde la primera función. Fue un punto de inflexión muy grande Salsa criolla. En la primera marquesina que tuvimos yo estaba volando con las patas abiertas sobre la ciudad de Buenos Aires. Era verdaderamente muy primitiva. En cuanto tuvo semejante éxito me propusieron hacer un cartel luminoso y yo dije que no, no cambiemos de caballo en la mitad del camino, la gente va a pensar que es otro espectáculo, y yo estoy enamorado de esta marquesina –recuerda Pinti–. Nadie se puede imaginar un éxito semejante. Recién en el quinto año tomé conciencia de lo que estaba viviendo. Yo tenía la imagen de Luis Sandrini con Cuando los duendes cazan perdices, que hizo cinco temporadas, para mí eso era lo máximo que se podía hacer en teatro, acá en la Argentina”.
De las 3.000 funciones hechas, que incluyeron las que se realizaron en 2015 para festejar los 30 años de su estreno, solo suspendió una sola. Fue por una afonía. Hizo funciones enfermo aunque dijo ser una persona muy sana que jamás tiene fiebre. “La última vez que levanté fiebre fue en 1994 y fue feroz. Así que tal vez eso me inmunizó para siempre. La voz me la cuidaba mucho. Gracias al Nuevo Teatro, donde tuvimos una profesora alemana que era espectacular y nos enseñó a colocar la voz con una técnica infalible”.
A pesar de que empezó a fumar tarde, a los 30 años, fue en una función de Salsa criolla, a sus 50, que decidió dejar el cigarrillo para siempre. “Me acordaba de mi padre tosiendo, producto del pucho, y no quería que me sucediese eso. Me daba cuenta que estaba tentando al destino porque en la mitad de alguna función empezaba a toser y dije basta. Nunca más volví a fumar”.
Anécdotas
¿Agua en el escenario? “Jamás. Es el único gesto de vanidad que tengo. Quería demostrarle a la gente que podía todo. Jamás me pongan un vaso de agua en el escenario porque los voy a mandar a matar”, dijo riendo.
A las funciones acudieron muchas personalidades. Desde políticos hasta artistas de la talla de Miguel de Molina. Todos querían sacarse una foto con un Enrique Pinti transpirado, pero con una inmensa sonrisa de felicidad. Él deseaba transmitir un mensaje, abrir mentes, lograr que la gente pueda “darse cuenta”. En la versión completa de Salsa criolla que está disponible en YouTube, habla del reclamo por la ley de divorcio, por ejemplo.
Y como muchos saben, Enrique Pinti era uno de los mayores cabuleros del ambiente artístico. “Una de las cosas que teníamos como cábala era un cachetazo”, recordó Claudio Mariani, exjefe de sala de El Nacional y productor televisivo, que fue asistente de dirección de Salsa criolla durante cinco años. “El primer día que me vio Enrique como suplente de asistente de dirección me dio un cachetazo por cábala. De esas cachetadas que saben dar los cómicos, sin que te duela. Esa iba a ser la bienvenida y el gesto de que iba a andar todo bien. A partir de ahí, cada vez que nos veíamos por primera vez en el teatro me daba un cachetazo. Pinti siempre entraba a la sala por la puerta principal, donde entra el público, entonces siempre la gente lo detenía en el hall para firmar autógrafos. Uno de esos días, al verme, me pegó. La gente se quedó perpleja. Tuve que darme vuelta para explicar que no era real si no una cábala”, relató Mariani entre risas.
“Era maravilloso. El 98 por ciento de las dos horas que duraba la función, él estaba hablando. Pero estaba atento a todo, no sé cómo hacía. Desde el escenario nos hacía señas de cosas que pasaban en la platea o se divertía con lo que hacíamos en los costados del escenario. Estaba pendiente de todo. Mientras iba hablando daba a entender otras cosas y jamás se perdía en sus textos. Un artista prodigioso, admirable”, describió Mariani.
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