Delicioso humor negro
"La tiendita del horror", de Howard Ashman y Alan Menken. Dirección: Robert Jess Roth. Coreografía: Matt West. Diseño de escenografía y utilería: Stanley A. Meyer. Diseño de luces: Norm Schwab. Diseño de vestuario: Fabián Luca. Diseño de sonido: Osvaldo Mahler. Dirección musical: Ricardo Barrera. Director y coreógrafo adjunto: Gustavo Zajac. Intérpretes: Ivanna Rossi, Andrea Mango, Marger Sealey, Omar Pini, Sandra Ballesteros, Diego Ramos, Humberto Tortonese, Rodolfo Gómez y Pablo Piñeyro. Músicos: Yair Hilal, Ramiro Allende, Federico Hilal, Rafael Giménez y Edison Cochi. Teatro Broadway. Nuestra opinión: Muy bueno.
En el principio, fue el film: una de esas aventuras guiñolescas que Roger Corman hizo en un par de días de 1960, con un reparto que incluía a Jack Nicholson cuando era tan joven que ni siquiera buscaba su destino.
Veintidós años después, el libretista y letrista Howard Ashman y el compositor Alan Menken -un dúo que luego confirmó su talento en "La sirenita", "Aladin" y "La Bella y la Bestia"- convirtieron esta historia de descabellado humor negro en una brillante y exitosa comedia musical.
En 1985, Frank Oz devolvió la historia al cine, basándose en el musical de Ashman y Menken; esa excelente versión de uno de los creadores de Los Muppets tuvo como protagonistas a Rick Moranis, Steve Martin, Ellen Green y Vincent Gardenia. En 1990, la comedia musical se estrenó en Mar del Plata, donde obtuvo los premios más importantes de la temporada, pero no llegó a Buenos Aires.
Dentro de la ola
La nueva ola de musicales anglonorteamericanos que se reponen en distintos puntos del planeta bajo la supervisión de sus creadores originales hizo posible el desembarco en la capital porteña de "La tiendita del horror", esta obra que carga con el prestigio doble de su origen mítico en el cine clase B y su inteligente reconversión a un circuito en el cual la calidad y el éxito comercial a veces coexisten en un mismo escenario.
La historia, que ahora puede verse en el Broadway, se ha mantenido intacta, en sus ideas más disparatadamente atractivas, desde la versión de Corman. En ella intervienen el codicioso dueño de una florería, sus dos empleados -un huérfano tímido y una muchacha tierna-, un dentista sádico y una extraña planta tropical que habla y se alimenta de carne humana. Como en toda comedia, los personajes son simples, tienen defectos gruesos y sufren de aquello que al espectador le causa gracia. Pero la planta es un exabrupto: imprevisible, amoral y desmesurada, gracias a su presencia, la obra toma rumbos que la vuelven literalmente insólita.
La versión que acaba de estrenarse en Buenos Aires conserva, además de la historia, la frescura y la rara mezcla de humor negro e ingenuidad de la obra original. La adaptación de los textos de las canciones y los diálogos es lo suficientemente buena como para que el espectador no olvide que la historia transcurre en otro lugar, pero al mismo tiempo pueda disfrutar sin mediaciones su humor desaforado.
El monstruo vegetal
La dirección de Robert Jess Roth acierta en el ritmo y en el clima general de la pieza. El elenco exhibe una pareja solvencia y sus puntos fuertes y débiles son los previsibles: los actores actúan mejor de lo que cantan y viceversa, aunque hay que destacar la cuidada emisión de Sandra Ballesteros, quien, además, compone una Audrey deliciosa. Y, por supuesto, la versatilidad de Humberto Tortonese, quien habría sido capaz de hacer también el papel de la planta si hubiese hecho falta.
De todos modos, la excelente realización del monstruo vegetal y la sugestiva voz que le presta Pablo Piñeyro vuelven innecesaria esa posibilidad. Ivanna Rossi, Andrea Mango y Marger Sealey componen admirablemente el coro de vecinitas que carga con la mayor responsabilidad en lo que respecta al canto y la coreografía.
Música, escenografía, luces y sonido contribuyen a sostener el tiempo y los climas adecuados.
"La tiendita del horror" es un pasatiempo más que recomendable. Y hasta permite que, entre risas, resuene una reflexión de Bertolt Brecht: detrás de todo gran negocio, se esconde algún crimen.