Del Colón a Gualeguaychú
El bailarín es primera figura del ballet, actuó en el Bolshoi y también se luce en la comparsa Marí Marí del carnaval entrerriano
Ciertos rasgos culturales, de clase, de formación (o deformación), hacen pensar que el Teatro Colón y el carnaval de Gualeguaychú son mundos opuestos. Que el ballet clásico con toda su aura de formas perfectas, de equilibrios y piruetas excelsas, de refinamiento exquisito, de cultura de elite nada tiene que ver con los fenómenos de bailes populares, festivos, colectivos. Como si el champagne y el choripán respondieran a paladares irreconciliables.
Matías Santos es bailarín del Ballet Estable del Teatro Colón. Este año fue protagonista de Rodin, coreografía de Boris Eifman. El próximo fin de semana estará en Rosario bailando Cascanueces. Cruzando el Paraná, todos los años se festeja el carnaval de Gualeguaychú. En la edición del año pasado ahí estaba él. Se lo ve en una foto. Se lo ve en la otra. La misma vida de Matías naturaliza el tránsito. Transforma el díptico fotográfico en una misma toma, en un mismo salto, en el mismo placer de bailar.
Hace 31 años nació en la ciudad de San Salvador (que no es Bahía ni es San Salvador de Jujuy). Es una localidad de Entre Ríos, de 19.000 habitantes. Hasta los 12 años vivió allí, en la ciudad conocida como Capital Nacional del Arroz. Como su padre, Guillermo, trabaja en un banco (Banco Nación, para más datos), él, su madre Adriana y sus 3 hermanos menores se acostumbraron a mudarse, a tener que ir de una ciudad a la otra. El banco siguiente que le tocó a la familia Santos estaba en La Paz (que no es Bolivia, sino otro pueblo de Entre Ríos). Luego, vino Chajarí, provincia de Chaco. Al tiempo, Resistencia.
En una ciudad, en la otra o en la otra, él siempre bailó folklore porque era lo que mamaba de su padre, era lo lógico, lo orgánico. También bailaba tango (de hecho, lo sigue haciendo). Al parecer, era bueno. Cuando terminó quinto año en un colegio chaqueño el entorno lo animó a empezar a estudiar ballet clásico. "Este pibe tiene condiciones", escuchaba. A los 18 años (recién a los 18 años, habría que decir) empezó a estudiar clásico. Su maestra fue María Emilia Barba. Ella fue la que le aconsejó probar suerte en Buenos Aires.
Él lo pensó y se mandó. Con ayuda de su familia alquiló un departamento en Congreso. Papá Santos se vino unos días a la gran ciudad para ayudar a su hijo. Acá no había familiares ni nada de eso. A lo sumo, varias sucursales del Banco Nación que seguramente le habrán resultado ajenas a su recuerdo. Con apenas 6 meses de estudio en clásico ganó la beca Arte y Cultura Maximiliano Guerra. Eso le permitió tomar clases sin tener que pagar. Ahí fue cuando tuvo su primer contacto con el mundo del ballet clásico profesional, con sus finas formas, con la exigencia física, con el estar horas y horas dándole a la barra, con la pretensión de lo etéreo.
En 2001, tres años después de haber llegado a la final del Festival de Cosquín bailando tango, ingresó al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. Cuatro años después, mediante concurso internacional, ya formaba parte del Ballet Estable. Eran 200 aspirantes. Entraron 16.
En 2011 bailó Onieguin. Cuando se repuso, lo eligieron para el rol principal. Lo mismo pasó en Rodin (título del Colón de la actual temporada). El año pasado bailó en el Bolshoi, de Moscú. El año pasado, bailó en Gualeguaychú para la comparsa Marí Marí (la "aplanadora del Carnaval", como se la presenta).
Tantas veces, de chico, vio sentado pasar a las comparsas que quiso estar adentro. Y fue fácil porque un amigo del lugar lo presentó y otros amigos del Colón se sumaron y todos se pusieron a probarse los trajes, a bailar, a mover la cadera, a cachondear sin estar pendiente de las zapatillas de punta o cualquier pose romántica.
Aquello fue gente, euforia, alegría. Fue livin la vida loca. "Bailar en medio del Corsódromo es como un estado de fiesta interna permanente. Tenés la gente ahí, bien cerca, que te pide fotos, que te pide más. Es contacto con la tierra. Es rito y mito. Es identidad popular", dice. Y agrega: "Muchos amigos del Ballet quieren bailar en Gualeguaychú. No operan prejuicios en ese tránsito. A todos nos gusta bailar".
El fin de semana pasada Matías Santos volvió a San Salvador, Entre Ríos. En pleno acto formal y cortés, las autoridades locales le entregaron la resolución municipal que lo declaró Hijo Dilecto. Todo eso fue en el marco por los 125 años de vida de la ciudad. Él se fue con varios amigos del Colón. Bailaron repertorio clásico y terminaron con algunos tangazos. El Sportivo San Salvador explotó. Al club de básquet fueron 800 personas cuando se esperaan unas 500. Para la ocasión fue entrevistado por la revista Orillas. En un extenso reportaje que lo presentaba con orgullo indisimulable, dijo: "El arte te da libertad". La libertad de transitar un escenario como el del Colón. La libertad de transitar el Corsódromo. Y, claro, bailar.
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