De vientos entrecruzados
El viento que arrasa / Composición: Luis Menacho / Cantantes: Sebastián Sorarain y Guillermo Saidón / Actores: Franco Bisccusi, Trinidad Falco, Graciela Martínez Christian, Germán Retola y Juan Manuel Unzaga / Escenografía: Andrea Desojo Mac Coubrey, María Laura Musso e Inés Raimondi / Vestuario: Eduardo de Crisci y Viviana Ghezzi / Video: Marcos Migliavacca, Luis Migliavacca y Nahuel Lahora / Iluminación: Eliana Cuervo, Paula García y Florencia Iribarne Lucato / Dirección Musical: Esteban Rajmilchuk / Libreto y dirección escénica: Beatriz Catani / Teatro: Tacec, 51 y 3, La Plata / Funciones: hasta mañana, a las 21 / Nuestra opinión: buena.
El viento que arrasa es el título de la ópera basada en la novela homónima de Selva Alemán. La versión y la dirección de este trabajo que se presenta en el Tacec pertenece a Beatriz Catani. La composición es de Luis Menacho y la dirección musical es de Esteban Ramilckuk. Como sucede con la novela, en la que hay una historia central y diversas otras narraciones que corren en paralelo, la versión escénica tiene sus cabezas creativas y, alrededor de ellas, otros notables creadores escénicos, visuales y sonoros que arman esta maquinaria que, hasta mañana, toma vida en la hermosa y fría sala del Tacec (lo de fría, por las dudas, no es metáfora).
La historia central gira alrededor del encuentro entre un tal Brauer y El Reverendo. Tiene lugar en un espacio rural, en un largo camino por rutas santafesinas y chaqueñas. En escena están el ensamble, los cantantes, los coreutas y los intérpretes. Hay otro personaje de peso: la gran pantalla de fondo en la que durante buena parte de esta acción que tiene mucho de road movie se proyecta un video de un atractiva riqueza visual y narrativa que entra en constante diálogo con los actores que están en la escena, con los elementos escenográficos y con un paisaje sonoro abstracto. En ese todo de una potencia arrasadora, esta historia poblada de gestos mínimos y extraordinarios tiene tanto la fuerza de una verdadera tormenta como la de tenues vientos y tensiones entrecruzados.
La riqueza visual del montaje tiene otro momento grupal que se resuelve a partir de unas mínimas maquetas iluminadas por dos simples linternas que expanden sus sombras sobre esa misma pantalla. Es uno de las tantas escenas en las que esta compleja maquinaria escénica reivindica el artesanato de lo teatral que, desde otra perspectiva, entra en notable diálogo con la simpleza de esos personajes y los mundos que les toca vivir.
Según explicó Beatriz Catani en algunas notas previas, el núcleo realista de la trama (Brauer y El Reverendo) está a cargo de dos cantantes (también actores del vivo como del material fílmico) en búsqueda del distanciamiento que produce la palabra cantada. La idea en sí misma es atractiva. Sin embargo, en escena, probablemente más que un distanciamiento el efecto genera cierto quiebre, cierta ruptura tanto dramatúrgica como en el fluir de este relato escénico cargado de brisas y tormentas en medio de horizontes pueblerinos, rutas que parecen no conducir a ninguna parte, autos abandonados y perros que no ladran pero que están ahí, todo el tiempo, sea en la pantalla como en una especie de dúo perruno desopilante.
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