De quién es Schoenberg
Sin duda, a 47 años de su muerte, ya es patrimonio de la humanidad. Pero Arnold Schoenberg, el hombre que en 1933 debió abandonar las dos ciudades en que había transcurrido su existencia, Viena y Berlín, en esa nueva diáspora que llevó a tantos judíos a escapar de las garras de Hitler, acaba de ser reconquistado por los austríacos. Sus manuscritos y documentos, sus libros, fotografías y grabaciones, y su obra pictórica, residen desde ahora en Viena, tras largas disputas con Berlín. En la polémica por saber qué ciudad tiene más derechos para convertirse en la meta de los estudiosos y admiradores del músico, Los Angeles, que lo acogió en los últimos 18 años de su vida, mantuvo una discreta reserva. Quizá sea éste el destino de América para con los europeos. Se los acoge mal (como a Bartok) o bien, como a Schoenberg o a Varése; pero nadie se arroga derechos de pertenencia. Los argentinos hemos procedido de la misma manera y no se nos ocurriría jamás discutir con España si tenemos más, menos o tantas prerrogativas como ellos para retener el patrimonio de Manuel de Falla.
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La vida de Schoenberg resume un pedazo fundamental de la historia europea en la primera mitad de este siglo. Pero a su vez le añade los rasgos propios de su personalidad atormentada. Nacido en Viena en 1874, puede afirmarse que fue casi autodidacto. El hombre construyó su estilo y se convirtió en uno de los más polémicos creadores del siglo XX, por obra exclusiva de su genio. A los veintisiete años, en 1901, se instala por vez primera en Berlín, donde se dedica a instrumentar canciones de music-hall y operetas, en función del provocativo humorismo del Ueberbrettl, cabaret literario fundado ese año por Wolzogen. Y ello hasta que accede, gracias a la recomendación de Richard Strauss, a una cátedra en el Sternschen Konservatorium. Se inicia así su vida de pedagogo, que será fundamental para el curso de la música de esta centuria. Vuelto a Viena, en 1904, y mientras traba provechosa amistad con Gustav Mahler, empieza a gestarse la legendaria escuela vienesa, junto a dos de sus más renombrados discípulos, Alban Berg y Anton Webern. La comunidad de sus apóstoles se pone en marcha. Es también la época en que, bajo el influjo de Kandinsky, empieza a pintar. Una exposición de cuadros en 1910 lo revela como un gran talento dentro de un estilo marcadamente expresionista.
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En 1911, Schoenberg se establece por segunda vez en Berlín, donde reanuda sus clases en el conservatorio y crea una de sus partituras más resonantes, "Pierrot lunaire", cuyos efectos instrumentales se hacen sentir sobre creadores tan opuestos como Ravel, Stravinsky o Puccini. Con el estallido de la guerra, es movilizado en su país hasta 1917, después de lo cual continúa su aparente inactividad creadora. Pero ese lapso le sirve para clarificar su posición y prepararse para el paso más osado que jamás haya dado músico alguno: el rechazo de la tonalidad y la organización dodecafónica de los sonidos. En 1925, Schoenberg, al que se le confía el curso superior de composición en la Academia de Artes, retorna por tercera vez a Berlín. Y lo hace con un cargo de una magnitud como no había llegado jamás a alcanzar en su patria. Pero también habría de ser uno de los primeros funcionarios públicos destituidos en 1933 por el nacionalsocialismo. Entonces marchó a Francia, donde el 24 de julio de ese mismo año, en una sinagoga de París, renegó de su conversión al catolicismo (al que se había volcado, como muchos intelectuales austro-judíos de su generación) y reingresó en la religión de sus orígenes.
Instalado en California,Schoenberg cerró las posibilidades de iniciar un productivo contacto con Hollywood; pero en cambio aceptó la acogida de la Universidad del Sur y luego la de Los Angeles (UCLA), donde su magisterio fue trascendental. Su itinerario, vida y obra se apoyan entonces en tres ciudades, aunque la última, en tren de discutir la herencia, ha dado un paso al costado. Cuál de ellas tiene mayor derecho sobre sus bienes materiales, cuál de las tres le dio en vida mayores satisfacciones o un reconocimiento más profundo y desinteresado, es difícil saberlo. Schoenberg se llevó consigo la decisión final, que ahora asumen sus descendientes.
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