"¿De qué integración estamos hablando?"
Era el curador de Alvear Fashion & Arts, la semana de arte en esa avenida, cuando la noche del martes 24 de octubre de 2006, día de la inauguración, Raúl Castells se presentó con un grupo de manifestantes en Callao y Alvear cortando prácticamente por el medio el tránsito de la avenida. "Me acerqué. Castells nos acusaba de nazis y oligarcas, entonces yo le propuse hacer algo juntos para atender a sus reclamos. No era el mejor momento, estábamos rodeados por focos, cámaras, y el líder piquetero tenía que mostrar que había venido a tomar La Bastilla", recuerda el artista plástico y curador Bony Bullrich.
"Pero después nos encontramos y terminamos siendo buenos amigos. De nuestras reuniones en el Bar Luna, de avenida Luro, en Laferrère, salieron dos versiones de La Matanza, moda, arte y cultura popular, con artistas y modelos de La Matanza y Lanús, modelos de la agencia de Ricardo Piñeiro y artistas del Alvear Fashion & Arts. Fueron momentos cálidos, algunos curiosos y divertidos.
–¿Por ejemplo?
–El tema de la alfombra roja. Mi idea era que el encuentro en la avenida Luro fuese la obra de arte. "¡Hagamos la anticuraduría, en vez de alfombra roja extendamos una pasarela con placas de cartón corrugado!", propuse. Eso no les gustó: querían un desfile con alfombra roja; es increíble el poder de ciertos símbolos. Finalmente la conseguí. Escuchaba las voces de los comentaristas de los noticieros de televisión diciendo: "¡Miren lo que estamos pisando! ¡Es la misma alfombra roja que estaba en el Alvear Fashion!" Después llevamos todo el espectáculo a Puerto Madero. Fui muy feliz y creo que ellos también. ¡Si hasta me eligieron candidato a subjefe de Gobierno de la Ciudad!
–¿Cómo fue eso?
–Sorpresivamente, sin consultarme, Castells convocó a una asamblea para designar candidatos a las elecciones de jefe de gobierno de Buenos Aires; en su movimiento no hay nombramientos a dedo. Y me propuso como candidato a vicejefe. Me negué, no soy político, pero al ver a la gente votando mi postulación levantando las dos manos, me emocioné y acepté. Fue algo simbólico, sabíamos que no podíamos ganar, tuvimos 3000 votos, pero era un testimonio.
–¿Y el arte?
–Nieves, mi madre, es profesora de semiótica y análisis estructural y había creado un centro de investigación del lenguaje. Crecí rodeado de gente inteligente o, al menos, importante en el mundo de la cultura. Borges y su madre, Leonor Acevedo, venían a almorzar una vez a la semana. Además, todo era muy visual, los amigos pintores traían sus cuadros para que los colgáramos en las paredes a la manera de una galería. A los 8 años, estaba deslumbrado por el pop art y las obras de Roy Lichtenstein. Una tarde, en la casa de un amigo, descubrí un morito veneciano del siglo XVIII y, mirándolo con atención, comprendí que era un objeto pop. Estaba entusiasmado con mi descubrimiento y, cuando llegué a mi casa, lo primero que hice fue contarlo a un grupo de críticos de arte que discutía en medio del living. Se rieron y yo me ofendí mucho, pero pasados los años volví a observar con atención los moritos venecianos y llegué a la misma conclusión: que eran objetos pop realizados 300 años antes de la revolución de los años 60.
–¿Cómo sigue la historia?
–Entre tanto, fui transformando mi cuarto en un taller, ahí pintaba, hacía esculturas y construía ciudadelas con cajas de cartón. Claro que luego, siguiendo la tradición familiar, me recibí de abogado y después estudié, trabajé y fui profesor durante 7 años en Nueva York. Hasta que un día sentí que la gente que me rodeaba no era feliz. ¡Nunca reían! Entonces abandoné todo y volví a establecer mi taller, ahora en el Pasaje de La Piedad, en lo que fue un antiguo teatro. Ahí nacieron las zonas liberadas.
–¿Zonas liberadas? Me suena.
–No las de las crónicas policiales (ríe), sino espacios donde liberamos nuestra realidad más profunda con imágenes, sonidos, textos. Un día, Lisandro Arbizu, entonces capitán de los Pumas, me pidió que transformara su nuevo loft de Dorrego en una zona liberada. Cuando iba para encontrarme con él imaginaba un espacio lleno de camisetas, pelotas ovaladas, zapatos, algo de pasto. Pero cuando me puse a conversar con Lisandro me di cuenta de que estaba en otra cosa, y recordó un sueño que tuvo cuando era chico. Soñó que se refugiaba en un enorme huevo plateado que después empezaba a resquebrajarse y a sangrar: lo veía como el nacimiento del hombre nuevo. Me preguntó si era posible crear un espacio así. Le contesté con otra pregunta: si se animaría a vivir en un lugar semejante. Respondió que sí y me puse a trabajar. Cubrí las paredes con chapas de zinc rasgadas para dar la sensación de la cáscara quebrada y pinté con resina poliéster para simular la sangre. Fue tapa de un suplemento deportivo de LA NACION.
–¿Qué dejó la experiencia con Raúl Castells?
–Estamos llevando adelante un proyecto de universidad popular, en Lavalle y Pueyrredón, donde se puede cursar tres carreras: Psicología Social, Psicopedagogía y Grafología. Además, tenemos un taller de arte. En otro orden de cosas, pienso que mucha gente se conmueve ante la desnutrición infantil o la pobreza, pero cuando uno les propone hacer algo que integre a piqueteros se asustan ante la posibilidad de tener que trabajar con grupos que tienen un sistema de creencias distinto. Sin embargo, integración significa, precisamente, unión de personas con sistemas de creencias distintos para encarar un proyecto superador. De lo contrario, ¿de qué integración estamos hablando?