Las escenas inolvidables y más dolorosas que vivimos entre el último título de la selección argentina y la derrota en la final de Brasil 2014
Entre la ilusión y el desencanto, las escenas mundialistas que pusieron de pie y sentaron al país de un cachetazo entre la última copa que levantó Maradona en México y la que se viene en Rusia. Un recorrido masoquista por las copas que fuimos a levantar y terminamos mirando de reojo, o una máquina del tiempo para sentir la adrenalina de nuevo y agarrarse la cabeza.
8 de junio de 1990 - Milán, Italia
Fase de grupos, vs. Camerún
Forse non sarà una canzone. El Mundial de Italia ya estaba cargado de épica en su primera estrofa, que anticipaba que lo íbamos a vivir con el corazón en la garganta. El mundo se sentó a ver a Argentina en el partido inaugural y decorativo contra Camerún, cuyo historial mundialista hasta entonces eran tres empates en España ´82. La foto del día fue el salto de Omam-Biyik, que se suspendió en el aire contra Sensini y cabeceó a las manos resbaladizas de Pumpido para estrenar el arco, cinco minutos después de que su hermano hubiera sido expulsado por un foul contra Caniggia. Fue un mazazo para los cálculos de Bilardo, que sufrió el 0-1 tanto como las patadas que le pegaron a Diego. Después iba a cambiar medio equipo para jugar contra la Unión Soviética.
3 de julio de 1990 - Nápoles, Italia
Semifinal, vs. Italia
Aquel debut con derrota iba a ser un diagnóstico pero no una premonición. Después de eso el equipo avanzó el torneo a los ponchazos y caminó varias veces por la cornisa, sostenido en el tobillo hinchado de Maradona y en la sexta velocidad del Cani, que pasó de suplente a titular después del primer partido. Pero más inesperada fue la tercera rueda del engranaje, Sergio Goycochea, que apareció por accidente a los 11 minutos del partido contra la Union Soviética, cuando Nery Pumpido se fracturó la tibia y el peroné en un choque contra Olarticoechea. En ese tiempo Goyco era arquero de Millonarios de Colombia y antes se había acostumbrado a ser suplente de Pumpido en River, pero entró a ese Mundial a poner sus guantes en primer plano. Se destacó contra Rumania, se hizo amigo de los palos contra Brasil y se ganó la primera tapa en cuartos de final contra Yugoslavia, atajando dos penales de la definición, pero su foto definitiva fue tres días más tarde, cuando le atajó otros dos al local para pasar a la final y salir corriendo con los brazos abiertos y el pecho inflado de colores disco.
21 de junio de 1994 - Boston, Estados Unidos
Fase de grupos, vs. Grecia
La clasificación accidentada al Mundial de 1994, que había incluido el papelón del 0-5 contra Colombia, la vuelta de Maradona como rescatista y el repechaje contra Australia, tuvo su descargo endemoniado en el debut del torneo, encarnado por el propio Diego yendo a comerse la cámara después de una conexión de pases orgiástica con Redondo y Caniggia y de colgar su zurda en el ángulo de los sueños argentinos. Fue un saque de alucinación colectiva en el que fuimos niños, agarrados del cuerpo reseteado de nuestro dios intacto, del hambre voraz de Batistuta, que hizo los otros tres goles de ese día, y del equipo que parecía de PlayStation unos meses antes de que se lanzara la primera PlayStation. Para frenarnos, habremos pensado juntos, van a tener que cortarnos las piernas.
25 de junio de 1994 - Boston, Estados Unidos
Fase de grupos, vs. Nigeria
Diego, sus manos: en el 86 para prologar su obra mitológica contra Inglaterra; en el 90 para evitar un gol de la Unión Soviética; y ésta vez, en Boston, la mano definitiva, agarrada a la de la enfermera para dejarse llevar al túnel de la muerte. Íbamos a saber mucho después que la rubia no era enfermera sino asistente de la organización del Mundial y que nunca se llamó Ingrid María, como nos quiso mentir la FIFA para cuidarla, sino Sue Carpenter. Que había estado casada con un argentino y que por eso se ofreció a buscar a Maradona para llevarlo al control antidoping, mientras su compañera buscaba a Sergio Vázquez, el otro sorteado. Lo que vimos por televisión escondía en varias capas el desenlace: Diego se entregó al paseo de la rubia con la sonrisa ancha, dando su mano familiar como a la réplica de Claudia, y hasta se dio el tiempo de frenar en el móvil de Adrián Paenza para festejar el 2-1 contra Nigeria y mandarnos saludos con ella de escolta: “Es para ustedes, argentinos, los quiero mucho”. La noche, como todas las noches, iba a empezar después del pis.
30 de junio de 1998 - St. Étienne, Francia
Octavos de final, vs. Inglaterra
La suerte nos volvió a cruzar con Inglaterra tres mundiales después de los goles históricos de Maradona, inflando las metáforas bélicas del fútbol y la exageración de las Malvinas como una guerra sin fin. El partido tuvo de todo: a los cinco minutos, un penal dudoso que convirtió a Batistuta en nuestro mayor goleador en mundiales y la dedicatoria para su hijo nacido el día anterior; un penal inventado para que Inglaterra empatara enseguida; la aparición fulminante de Michael Owen, con 18 años, como un terremoto para la defensa argentina; el empate de Zanetti hecho en el laboratorio de Passarella; las chispas entre el Cholo Simeone y David Beckham que terminaron en roja para el Spice Boy. Y después de todo, la definición por penales: Roa atajó dos y fue el centro inesperado de una montonera humana a la que nos subimos todos.
4 de julio de 1998 - Marsella, Francia
Cuartos de final, vs. Holanda
Por esas cosas de la memoria colectiva, reduccionista y moralizante, la foto de esa eliminación que nos quedó impresa es la de Ortega irguiendo del suelo para levantar a Van der Sar desde el mentón y hacerlo volar por el aire. Ya nadie se acuerda que el propio Ortega venía del pasto por un penal no cobrado, que Holanda ya jugaba con uno menos y que así como quedaron, diez contra diez, había que aguantar tres minutos para que terminara el partido. Es más difícil convivir con lo que no se explica: Bergkamp paró una pelota como una alfombra y enterró a un equipo argentino que, presentíamos todos, estaba para más.
12 de junio de 2002 - Miyagi, Japón
Fase de grupos, vs. Suecia
Nunca como esa vez fuimos tan justos en el delirio narcisista de creernos los mejores del mundo y nunca nos devolvieron a la tierra tan rápido. El equipo de Bielsa venía de barrer las eliminatorias sudamericanas con números que nadie superó hasta hoy: 43 puntos y 80% de efectividad. Se había clasificado cuatro fechas antes del final del torneo, sin expulsados y usando la módica suma de 28 jugadores. Con esa excitación de viaje de egresados fuimos a la otra punta del mundo, a distraernos de la crisis local con un equipo que era una orquesta desbocada, y rebotamos a nuestros asuntos internos a los diez días, después de atravesar los tres partidos del grupo con dos goles a favor y dos en contra (uno de penal, uno de tiro libre). La suma de todos los vértigos se condensó en el partido con Suecia en que el equipo de Bielsa chocó contra su propia impotencia con el 65% de posesión, 13 córners y 17 tiros al arco: 1 a 1 y a casa.
16 de junio de 2006 - Gelsenkirchen, Alemania
Fase de grupos, vs. Serbia y Montenegro
Nunca se sabe qué importancia relativa darle a los partidos de grupo como parámetro de un equipo pero ese día, contra un país que existió con ese nombre y ese mapa durante sólo tres años, mereció la ilusión de todos. La obra cumbre fue el gol de Esteban Cambiasso, un cóctel de paciencia creativa y puntadas de velocidad en 25 pases sin interrupciones para competirle al del brasilero Carlos Alberto en la final de México ´70 como el mejor gol colectivo de la historia de los mundiales. Fue un 6 a 0 para agarrarse la cabeza y enfocar exaltados las cartas que teníamos: un Riquelme omnipresente, un Saviola rapidísimo, un Messi agazapado abriéndose paso.
3 de julio de 2010 - Ciudad del Cabo, Sudáfrica
Cuartos de final, vs. Alemania
El partido empezó un día antes, cuando Diego nos pidió en conferencia de prensa que no nos comiéramos el chamuyo de Alemania, que unos días antes le había hecho cuatro a Inglaterra: “Le facilitaron los caminos y Alemania lo supo aprovechar. Fue un momento de desbande de Inglaterra y cuando se quisieron acordar estaban 4 a 1”. Bueno, Maradona copió y pegó. Puso una línea de cuatro centrales con Otamendi de lateral y aguantó hasta que pudo el 0 a 1 con el que el partido salió del vestuario. El final fue un baile al ritmo insoportable de la vuvuzelas sudafricanas, con Messi deambulando la impotencia de haber despilfarrado su primer Mundial en la utopía de que el otro mejor del mundo podía conducirlo desde el banco. Diego nos quiso conmover por última vez entregando su traje gris y resplandeciente al abrazo de Dalma en la puerta del túnel, pero era todo tan obvio que acá ya estábamos culpándonos por no haberlo visto antes.
9 de julio de 2014 - San Pablo, Brasil
Semifinal, vs. Holanda
Mascherano se desgarró para tapar un gol de Robben a los 90 y después le cedió los derechos del heroísmo a Romero: “Hoy te convertís en héroe”, le dijo cara a cara, lo cacheteó, y el arquero le hizo caso. Antes de eso había sido un partido de ajedrez pactado en mitad de cancha para no sufrir ni hacer sufrir demasiado. El de Sabella era un equipo amarrete que ajustó las perillas de la defensa y se olvidó para siempre de que allá arriba tenía a Messi y de que la causa nacional era darle una mano. Hasta ese día había ganado todos los partidos de la llave más fácil de la historia por un gol y se entregó a la tortura de los penales en que Romero -igual que Goyco, igual que Roa- sólo tuvo que atajar dos.
13 de julio de 2014 - Río de Janeiro, Brasil
Final, vs. Alemania
Cuatro años después, el pase de Toni Kroos a Higuaín sigue siendo el error más grande de la historia de Alemania desde las elecciones de 1933, y el rodillazo en la cara de Neuer al mismo Higuaín sigue siendo el penal más grande de las finales de un Mundial y la pelota dormida en el aire de Palacio -que no era por abajo sino al arco- sigue creyendo que va a ser gol en la repetición. Pero ninguna de las tres entró y tampoco entró el tiro rasante y cruzado de Messi que había entrado las otras setecientas veces que lo intentó. Fue el partido que nadie hubiera pensado después del 7 a 1 de Alemania a Brasil cinco días antes y fue la prueba irrefutable de la Ley Lineker, que sabe que en el fútbol, al final, siempre gana Alemania.
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