Dave Mustaine: el reencuentro con el público que “cambió la historia” y porqué los jóvenes tienen una concentración “de pececitos”
Sus dos fechas en el Movistar Arena en abril próximo servirán para revivir un romance entre los metaleros argentinos y la banda que comenzó hace treinta años y exportó el grito de “Aguante Megadeth” a todo el mundo
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Para 1994, el heavy metal vivía demasiados puntos de giro al mismo tiempo. MTV daba los primeros indicios de hastío del género y le daba más lugar rock alternativo, al hip hop y al britpop. Era el año de Oasis, Blur, Nas, Notorious B.I.G., Outkast, Green Day, el Unplugged de Nirvana y también la muerte de Kurt Cobain. En la medianía, el metal pesado tenía a Metallica girando por el mundo para reaparecer dos años más tarde con su disco menos pesado y su pelo menos largo, Iron Maiden enfrentando la salida de su cantante más exitoso (quien volvería cinco años después) y Pantera entrando en su declive discográfico. Megadeth, en cambio, sostenía su status con el lanzamiento de Youthanasia y el destino le traería un idilio impensado: volverse la banda internacional “más argentina” después de los Ramones, que se disolverían en 1996.
“Íbamos a dar un solo recital”, recuerda Dave Mustaine, alma mater de Megadeth, antes de desembarcar una vez más en Buenos Aires con dos shows en el Movistar Arena los días 13 y 14 de abril. “Pero terminamos tocando cinco noches seguidas, una seguidilla que no repetimos nunca más en nuestra historia”. Era diciembre de 1994 y el heavy argentino, siempre paternalista, veía el final de Hermética, la banda más grande del género, que había tocado en Obras Sanitarias el mes anterior: lo que debía ser la consolidación de la masividad terminó siendo el cimbronazo que le puso fin al grupo que marcó el ser y parecer del metalero nacional. En ese contexto, los Obras de Megadeth pueden verse como el primer salvavidas para una subcultura siempre dispuesta a abrazar la devoción y amor por líderes que transmitan la épica de quien no gana.
“Ese día cambió la historia del heavy metal para siempre –dice Mustaine sobre el primero de esos shows–. Recuerdo llegar al estadio, ver gente trepando los tapiales para ingresar y en la fila un chico con esa enfermedad que te hace parecer mucho más viejo de lo que sos [N. del R.: se refiere al Síndrome de Hutchinson-Gilford, enfermedad retratada en la película El curioso caso de Benjamin Button]. Eso me afectó tanto que me bajé a saludarlo, no sé por qué, solo sentí la necesidad de hacerlo. Entré al estadio conmovido por eso y apenas salimos al escenario la gente cantaba todos los temas, hasta los solos de guitarra. Y eso puede no parecer tan extraordinario pero después vino el ‘Aguante Megadeth’, que lo cantaban sobre un riff, eso sí era algo nuevo. Fue como ‘¿Qué carajo está pasando?’. Ahora eso se canta en todo el mundo cuando tocamos ‘Symphony of Destruction’, por eso digo que esos shows cambiaron la historia”. A partir de entonces, la relación de Megadeth con la Argentina se volvió cada vez más fuerte, con 2005 como pico más alto del romance. Ese día, ante cerca de 20.000 personas, Mustaine elegía el patio de Obras Sanitarias para avisar que el grupo no se disolvía. That One Night: Live in Buenos Aires fue editado dos años después y retrata aquella fecha. Los shows que darán en abril, asegura Mustaine, serán transmitidos por streaming “para que el mundo vea cómo es el público argentino”.
Pero aquel 1994 fue importante para Megadeth también desde lo musical. Youthanasia venía a completar una trilogía de discos de alta factura. Entre conspiraciones, un mundo de estafadores y un statu quo imposible de derrocar, el foco ahora se ponía en los jóvenes y sus demonios internos. La alienación había llegado para quedarse y Mustaine encontraba en la intensidad de sus riffs y su frase de dientes apretados la mejor forma de retratarla.
Así escribía la que él mismo considera su mejor canción “A Tout Le Monde”, una power ballad que es también una carta de suicidio. “Así que mientras leen esto, amigos / sepan que me encantaría quedarme con ustedes / Por favor sonrían cuando piensen en mí / Mi cuerpo se ha ido, eso es todo”, cantaba antes de llegar al estribillo en francés. Treinta años más tarde, los pensamientos más oscuros de Mustaine parecen haber quedado solo en las canciones. Lejos de las adicciones y las depresiones, su discurso es mucho más relajado: “La vida se ha vuelto más llevadera para mí, porque cuando algo sale mal, no siento la necesidad de ir a arreglarlo de inmediato. Yo soy de esas personas que todo el tiempo quieren solucionar las cosas, arremangarme y solucionar cualquier mierda que haya que solucionar, pero con el tiempo aprendí que a veces hay que sentarse y esperar a que todo se calme un poco”.
–Siempre abordaste temas de salud mental en tus canciones, sobre todo en tus momentos personales más difíciles, ¿cuál es tu visión sobre el tema ahora?
–He pasado por momentos de mierda, es cierto. Cosas muy duras. Pero mis amigos me han ayudado atravesarlo. Encontré en las artes marciales y la meditación un lugar para tranquilizarme. Pero siempre es importante hablarlo. Tengo tres o cuatro amigos de verdad con los que siento confianza para hablar cuando lo necesito. Está la familia también, siempre hay alguien a quien podés decirle “Necesito hablar”. El mensaje es ese: cuídense a ustedes mismos. Eso es lo que quiero mostrar en mis canciones. Quiero que todos tengamos una buena vida. Que encuentres las cosas y las personas que te hacen feliz en este mundo. Encontrar un compañero de vida, tener hijos o una mascota, cada cual elige. Algo que te pueda conectar a tierra, un hobby, todas esas cosas que son buenas para la salud mental. Y sí, seguro que no viene todo junto, que a veces es difícil conseguirlas y a veces no alcanza. Pero hay que buscarlas.
–¿Y qué hay de tus canciones que hablan de futuros distópicos con el establishment como gran culpable?
–Bueno, en el fondo yo no creo que el mundo sea un lugar malo. Creo que es hermoso, solo que hay un puñado de personas muy malas. El favor que podemos hacernos es mantenernos alejados de esas personas. Son fáciles de reconocer: son esas que apenas se alejan de nosotros, nos sentimos mejor.
–¿Cuáles son tus desafíos a la hora de componer después de 40 años de carrera?
–El objetivo principal es no copiarme a mí mismo. Y trato de inspirarme en charlas que tengo durante el día. Ahora me interesa mucho el tema de la memoria sensorial. Las cosas que recordamos a través de aromas u olores que nos disparan a otros momentos de nuestras vidas son más efectivas que los recuerdos que tenemos almacenados en el cerebro. Lo aprendí de un doctor, que me dijo que funciona como una huella que se te vuelve a activar en el cerebro pero que no recordabas que estaba ahí. El olfato es un sentido muy poderoso, vivimos en un mundo muy visual y nos olvidamos de lo que tienen para darnos el resto de los sentidos.
–¿Cómo te llevás con el oído?
–Creo que vivimos en una época en la que no podemos concentrarnos. Somos como los peces, que tienen memoria de siete segundos. La gente ya no escucha discos, va pasando los temas como si los picara. A mí me encanta escuchar música, pero en general se perdió la costumbre. Y hay estudios hechos sobre cómo las nuevas generaciones han perdido la capacidad de concentración. Es una lástima, porque escuchar es algo que debemos hacer más en todos los ámbitos.
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